La Inflación Argentina – Walter Beveraggi Allende

folleto abrochado, con manchas de humedad
63 páginas
Editorial Manuel Belgrano
1975

Encuadernación rústica
Precio para Argentina: 5 pesos
Precio internacional: 2 euro
s

El presente trabajo está basado en una investigación realizada bajo los auspicios de la Universidad de Buenos Aires, sobre el tema “EVOLUCIÓN DE LOS PRECIOS EN ARGENTINA, 1940-1972. El arduo y minucioso estudio referido, realizado por un conjunto calificado y numeroso de colaboradores técnicos y encuestadores, obra en poder de la Universidad y sirve de fundamento a todas y cada una de las manifestaciones del “Informe Académico” definitivo, que consiste en el trabajo que aquí se publica.
De resultas de este trabajo, surge palmariamente que la Argentina es un país ECONÓMICAMENTE ESTRANGULADO: alevosa y deliberadamente ESTRANGULADO POR EL APARATO MONETARIO Y FINANCIERO, cuya responsabilidad en última instancia corresponde esencialmente al Banco Central de la República. Cuáles han sido y son los motivos determinantes de esa sórdida maniobra antinacional y antipopular, no lo podemos desentrañar íntegramente aquí, pero sí podemos aseverar que sus resultados son catastróficos para nuestro país y altamente beneficiosos para sus enemigos y explotadores.

ÍNDICE

A MANERA DE “PRÓLOGO”                3
CAPÍTULO I
— El objeto de esta investigación                       5
Contraste de la evolución de los precios entre los períodos 1900-1945 y 1946-1974       5
Naturaleza de la investigación que realizamos                     10
La relativa validez de las estadísticas oficiales en materia de precios, durante las últimas décadas
CAPÍTULO II
—Acotación sobre él periodo de precios estables (1900-1945) y el crecimiento económico            14
CAPÍTULO III
— La evolución del nivel de precios, 1940-1974.
Consideraciones generales                         18
Algunas observaciones metodológicas                   21
Algunos obstáculos importantes ..               24
La elaboración de “nuestro” índice de precios                     25
Consideraciones sobre nuestro índice de precios, años 1940 a 1974                      33
El estancamiento o declinación de la economía argen­tina                40
CAPÍTULO IV
— Algunas hipótesis sobre el descomunal proceso inflacionario argentino, 1945-1974               47
CAPÍTULO V
— Conclusiones     60

PRÓLOGO

El presente trabajo está basado en una investigación realizada bajo los auspicios de la Universidad de Buenos Aires, sobre el tema “EVOLUCIÓN DE LOS PRECIOS EN ARGENTINA, 1940-1972”, que luego fuera extendida hasta comprender los años 1973 y 74, a fin de dar cabida al análisis de lo acontecido desde el 25 de Mayo de 1973, en razón de la conducción impresa por las “autoridades constitucionales” electas el 11 de marzo de ese año, la puesta en vigencia del llamado “PACTO SOCIAL” y las aseveraciones del elenco económico actuante desde entonces, en cuanto a que bajo su batuta “se habría contenido la inflación’ o “reducido a cero él incremento de los precios”.
El arduo y minucioso estudio referido, realizado por un con­junto calificado y numeroso de colaboradores técnicos y encuesta-dotes, obra en poder de la Universidad y sirve de fundamento a tedas y cada una de las manifestaciones del “Informe Académico” definitivo, qué consiste en el trabajo que aquí se publica y que fuera realizado íntegramente por el suscripto y bajo su exclusiva responsabilidad. A todos los integrantes de ese equipo de -trabajo vaya una vez más mi reconocimiento por la eficacia y empeño de su labor, permitiéndome destacar muy especialmente, en tal sen­tido, al Prof. Dr. Julio A J. Carrillo —co-Director de la investigación y al Dr. Francisco Petrino, consultor calificadísimo en ma­teria estadística y econométrica.
De resultas de este trabajo, surge palmariamente que la Argentina es un país ECONÓMICAMENTE ESTRANGULADO: alevosa y deliberadamente ESTRANGULADO POR EL APARATO MONETARIO Y FINANCIERO, cuya responsabilidad en última instancia corresponde esencialmente al Banco Central de la Repú­blica. Cuáles han sido y son los motivos determinantes de esa sór­dida maniobra antinacional y antipopular, no lo podemos desen­trañar íntegramente aquí, pero sí podemos aseverar que sus resultados son catastróficos para nuestro país y altamente beneficiosos para sus enemigos y explotadores.
Y de todas las implicancias desastrosas y perversas que tal ma­niobra de estrangulamiento viene significando —agravamiento de la dependencia, empobrecimiento colectivo, desocupación, inflación, estancamiento o merma de la producción, escamoteo monumental de divisas, vaciamiento económico, etc.—, queremos destacar una excepcionalmente grave que no todos advierten con suficiente cla­ridad, abrumados quizá por los aspectos más superficiales y dra­máticos de la prolongada crisis.
Nos referimos al progresivo desguarnecimiento de nuestro país en materia de DEFENSA NACIONAL. En efecto, la parálisis económica en curso y la decadencia de la producción real han venido aguzando la lucha de los diversos sectores en pos de un producto nacional cada vez más restringido y más dilapidado en favor de los especuladores y malandrines.
Esto significa, en buen romance, que nuestras Fuerzas Armadas se vean progresivamente privadas de posibilidades de renovación y modernización de sus materiales, a la vez que de una ade­cuada consideración presupuestaria para sus elementales necesida­des de mantenimiento. Y a pesar de ello, a través de una habilidosa “acción psicológica”, las mismas han sido y son exhibidas -en ese panorama de creciente empobrecimiento— como voraces e indiferentes a las necesidades de la población civil. De manera, pues, que no sólo se ha deteriorado formidablemente —a la par que muchas otras cosas- la DEFENSA NACIONAL, sino que también se ha, acompañado sutilmente ese proceso con, una destructiva campaña de desprestigio contra uno de los pilares esenciales de nuestra seguridad y supervivencia.
¡No cabe duda que esa artera estrategia encaminada al debilitamiento de nuestras Fuerzas Armadas y de seguridad constituye el objetivo final y más disimulado de la maniobra gigantesca de ESTRANGULAMIENTO Y VACIAMIENTO ECONÓMICO DE LA NACIÓN ARGENTINA!
Quiero expresar aquí nuestro profundo reconocimiento a la brillante interpretación del artista que ilustra la tapa de esta publicación y cuyo nombre omitimos, para no exponerlo a la persecución de quienes se puedan sentir afectados por su talentosa obra.
Una última referencia, a guisa de dedicatoria. Este breve prólogo está fechado el 22 de abril de 1975, exactamente 40 años después de aquel con que un insigne argentino, Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast), acompañara una de sus obras cumbres “KAHAL Y ORO”, que en tantos aspectos y tan valientemente alertara a loa argentinos acerca de los inmensos y perversos poderes de la “Internacional del dinero”, que tanto tiene que ver con la actual y aparentemente inexplicable tragedia económica argentina. Vaya a él, por tanto, una vez más, nuestro sentido homenaje y recuerdo.

W. B. A.
Buenos Aires, 22 de abril de 1975

Comandantes y jefes argentinos del ejército 1865-1945 – Jorge G. Crespo

Ayer y Hoy Ediciones
2004
123 págs.,
16 Láminas color
15,5×22,5 cms.
Tapa: blanda
Precio para Argentina: 100 pesos
Precio internacional: 20 euros

Por vez primera se publica un trabajo ilustrado serio, documentado y ameno, sobre uniformes argentinos, como es el presente volumen de la Serie Ilustrada en Color de AYER Y HOY EDICIONES, que presenta al público en general, a coleccionistas y estudiosos del tema militar, el panorama general pero detallado de los uniformes de comandantes y jefes del ejército argentino desde la Guerra del Paraguay hasta 1945. A través de los personajes, en su mayoría oficiales generales de nuestra historia, se podrá ver la evolución de sus trajes militares, a la par de las biografías, combates y campañas. Las láminas a color, con más de cuarenta figuras ilustradas, representan a los comandantes en un trabajo de coloreado de fotografías singular y estricto.
Asimismo el autor, especialista, ha incluido una serie de láminas de grabados de insignias y uniformes.
El profesor Jorge G. Crespo es historiador e investigador; uniformólogo; pintor con óleos y dibujante de temas militares; ha publicado ya más de 16 libros sobre historia argentina e internacio­nal y temas de historia militar. Es Presidente de AACUM, la Asociación Argentina de Coleccionistas de Uniformes y Militaría y Comandante de su Orden del Mérito.
Sus dos tomos sobre insignias alemanas del periodo 1923-45 han sido publicadas en la Editorial San Martín, de España. Su obra sobre vestimenta y equipos del ejército imperial romano, La Legión, editada en Barcelona, será traducida al inglés y al francés.

ÍNDICE

Prefacio                       7
Nomenclatura             .           11
Guerra del Paraguay                                                    .           13
Campañas de Entre Ríos                      29
Campañas del Desierto                                                            31
El Nuevo Ejército                                                       51
Grabados blanco y negro de uniformes e insignias de generales argentinos                               65
Descripción de las láminas a color        99
Bibliografía                                                                            115
Notas                          125

PREFACIO

El presente volumen intenta mostrar solo un aspecto de los Uniformes argentinos; el correspondiente a los utilizados por los oficiales generales y jefes del Ejército, de un periodo rico en variaciones e influencias. El de la tropa, podrá ser publicado, seguramente en otro volumen posterior.
He decidido destacar a los más conspicuos y notorios de nuestra historia; comandantes de campo y jefes militares qué marcaron a fuego al Ejército y a la Nación.
La idea ha sido representar aquí los vestuarios, ricos y fascinantes, de muchos personajes conocidos y de aquellos oficiales anónimos, en un conjunto de láminas a color que el lector enseguida podrá reconocer a través de las figuras.
Y presentar los distintos uniformes de generales y jefes en las más importantes y conocidas variantes de cada reglamento; la mayoría de los detalles de su confección, equipos y armas.
Iniciamos la galería en 1865, con la Guerra de la Triple Alianza o del Paraguay y la finalizamos en 1945, para marcar un hito uniformológico.
Aquí, se han desarrollado —en forma genérica pero detallada— la evolución y el desarrollo de sus uniformes, insignias, equipo personal y armas.
Se han incluido una serie de biografías de los comandantes más conocidos y otras, con sus acciones y participaciones en batallas y combates.
Tres son los escenarios para la descripción de los Comandantes argen­tinos; la Guerra del Paraguay; las Campañas del Desierto y la formación del “Nuevo Ejército”, de 1900 a 1945. En futuros volúmenes, describire­mos la historia militar, los uniformes de los oficiales, suboficiales y tropa argentinos de ésta y otras épocas como por ejemplo la Guerra del Paraguay y las Invasiones Inglesas a Buenos Aires.
He reunido las figuras de los Comandantes de Campo, oficiales gene­rales, que han tenido destacada actuación en batalla, como Roca, Mitre, etc. Sin embargo, se han incluido a oficiales de nuestra historia (relevantes o anónimos) no generales.
Aún no existiendo combates militares desde 1910 he ilustrado coman­dantes de fundamental importancia pata el Ejército, tal es el caso del General Ricchieri.
A partir del año 1930, también se han agregado a jefes de actuación política personal, aún quienes encabezaron los golpes de estado o que han participado en ellos.
Para representar las ilustraciones a color de las figuras, me he basado en fotografías y daguerrotipos de época originales que han sido objeto de un particular estudio individual —uniformologico e histórico— para lograr la más minuciosa y fiel reconstrucción del uniforme y la estampa del personaje. Este estudio se ha podido realizar a través de un equipo y un proceso especial de trabajo artístico y técnico.
Los uniformes de los oficiales generales argentinos sufrieron una evo­lución paralela con los de Estados Unidos y Europa.
Los cuatro grados hoy conocidos fueron tradicionalmente tres hasta la década de 1990 y solo se impusieron a finales del siglo XIX (General de Brigada, de División y Teniente General). Hoy figura el de «Coronel Mayor», usado en nuestro Ejército entre 1810 y 1890; al principio de la escala, con un único sol en las charreteras.
Este grado era, junto con el subsiguiente de «Brigadier General» los únicos ostentados por nuestros Comandantes durante ese periodo y José de San Martín lo tuvo como Jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo en la época del cruce de los Andes.
Generales como Urquiza y Rosas, por caso, escalaron a Brigadier Ge­neral a mediados del siglo XIX, aunque al primero se lo haya designado como “Capitán General”.
Las insignias para los generales, en la época que nos ocupa -1865- 1945—, se implementaron para ser usados en los distintos cubrecabezas, charreteras, cuellos, pechera, bocamanga y franja en pantalón. El color distintivo fue, por tradición, el rojo “grana” (rojo brillante).
Y sus emblemas fueron, alternativamente, hojas de roble, de laurel, combinadas ambas, soles de distintas formas y tamaños, estrellas de cinco puntas, etc.
Otros emblemas especiales, como escudos nacionales, escarapelas de mostacilla, etc. integraron sus insignias al par del equipo especial personal como monturas, banderolas, etc.
Es de destacar la excelente calidad de estos atributos para jefes, tanto en sus emblemas bordados a mano con hilos de oro, como en la factura de los símbolos metálicos incluidos los botones de las chaquetas, que eran confeccionados con bronce o latones duros y, en muchos casos, con cubier­ta real de oro o plata.
Muchos personajes de nuestra historia, como ocurrió en la mayoría de los ejércitos del mundo, eligieron para la confección de sus prendas militares e insignias, los mejores sastres nacionales y extranjeros y, por tal motivo, París fue el lugar preferido para la manufactura de estos elementos.
Al mismo tiempo, algunos oficiales superiores de nuestro Ejército no siempre cumplieron con las reglamentaciones escritas por el Estado Mayor (a partir de finales del siglo XIX), y prefirieron usar prendas y objetos distintivos muy personales que mostraban en realidad la fulgurante perso­nalidad que los distinguía. Tal el caso del general Lucio V. Mansilla.
Todas las figuras fueron tomadas de imágenes de archivo y completa­das con la investigación, en las siguientes Instituciones: Archivo General de la Nación; Servicio Histórico del Ejército; Museo Histórico del Ejército; Biblioteca Nacional.
Finalmente, deseo remarcar mi agradecimiento a las personas y profe­sionales, quienes me suministraron importante material, reglamentos o fotos como Eduardo Ghio, quien me dejó consultar su valiosa colección; Diego Peña; Maximiliano Justo y Jorge Rahal, entre otros.
Buenos Aires, noviembre de 2004
J.G.C.

El liberalismo es pecado – Félix Sarda y Salvany

204 páginas
Editorial Cruz y Fierro
1977

Encuadernación rústica
Precio para Argentina: 35 pesos
Precio internacional: 10 euros

El LIBERALISMO es, sin duda, la cabeza madre y, por ende, la más peligrosa del dragón revolucionario.
Al gangrenar la noción de Verdad —vida de la inteligencia— y aceptar tantos “puntos de vista” como individuos pensantes —¡Protágoras y los sofistas redivivos!— destruye la Verdad objetiva, introduciendo por la “ancha puerta” del librepensamiento al espacioso reino del OPINIONISMO, donde señorea la anarquía intelectual de cada uno.
Al renegar de la intolerancia doctrinal —consecuencia lógica de la Verdad— practica el más innoble PILATISMO, emulando a aquél que, después de haber preguntado con displicencia a Cristo: “Quid est veritas?”, le volvió la espalda, indiferente, sin esperar Su respuesta.
Y al defender la única verdad absoluta que la Verdad no es absoluta ni única, edulcora al cristianismo, aggiornando fraudulentamente el “aut-aut” evangélico en un “Libertas liberabit vos”…
Se comprende entonces por qué, si el LAICISMO es la “peste” del siglo XX (Pío XI, Ouas Primas) y “el LIBERALISMO ha sido la peste del siglo XIX” (Montalbán, Hist. Igl. Cat., IV, p. 757), el LIBERALISMO CATÓLICO, conforme lo definiera ese “azote del liberalismo” que fuera Pío IX, es una “peste perniciosísima”, “verdadera calamidad ac­tual”, “pacto entre la justicia y la iniquidad”, “virus oculto”, “error insidioso y solapado”, “pérfido enemigo”, “más funesto y peligroso que un enemigo declarado”.
Por ello, toda la clave de la actualísima crisis de la Iglesia se condensa en dos pequeñas líneas de PÍO IX en 1861, reproducidas con profética clarividencia en la octo­gésima y última proposición CONDENADA del SYLLABUS: “El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y tran­sigir con el progreso, el LIBERALISMO y la civilización moderna”.
Y    mientras el SYLLABUS —Catecismo de la Santa Intolerancia de la Verdad y Carta de la auténtica Libertad humana— continúe ignorado como letra muerta, el mundo seguirá agonizando.

‘Siempre he condenado el LIBERALISMO CATÓLICO, y volveré cuarenta veces a condenarlo, si es necesario”.
PÍO IX (18-6-1871)

“Los CATÓLICOS LIBERALES son lobos cubiertos con piel de corderos; y por ello, el sacerdote, verdadero sa­cerdote, debe revelar al pueblo confiado a sus cuidados sus peligrosas asechanzas y sus malos objetivos”.
SAN PÍO X (5-9-1894)

“El LIBERALISMO o laicismo, EN TODAS SUS FORMAS, constituye la expresión ideológica propia de la masonería”.
EPISCOPADO ARGENTINO (20-2-1959)

ÍNDICE

Pbro. Carlos M. Buela: Presentación                      7
Aprobaciones                     17
Introducción                       21
I.     ¿Existe hoy día algo que se llama Liberalismo? . .         27
II.    ¿Qué es el Liberalismo?                       29
Si es pecado el Liberalismo y qué pecado es …      32
De la especial gravedad del pecado del Libe­ralismo                       34
V. De los diferentes grados que puede haber y hay dentro de la unidad específica del Liberalismo 36
Del llamado Liberalismo católico o Catolicismo Liberal                   40
En qué consiste probablemente la esencia o intrínseca razón del llamado Catolicismo liberal  42
VIII.  Sombra y penumbra, o razón extrínseca de esta misma secta católico-liberal        46
IX.  De otra distinción importante, o sea, del Liberalismo práctico y del Liberalismo especulativo o doctrinal    48
X.El Liberalismo de todo matiz y carácter ¿ha sido formalmente condenado por la Iglesia?    50
XI.  De la última y más solemne condenación del Liberalismo por medio del Syllabus       56
XII. De algo que pareciendo Liberalismo no lo es, y de algo que lo es aunque no lo parezca ….     58
XIII. Notas y comentarios a la doctrina expuesta en el capítulo anterior             62
XIV. Si en vista de esto es lícito o no al buen católico aceptar en buen sentido la palabra Liberalismo, y asimismo en buen sentido gloriarse de ser liberal    65
XV. Una observación sencillísima que acabará de poner en su verdadero punto de vista la cuestión . .  70
XVI.   ¿Cabe hoy en lo del Liberalismo error de buena fe?          73
XVII.    De varios modos con que sin ser liberal un católico puede hacerse no obstante cómplice del Liberalismo                 77
XVIII.  De las señales o síntomas más comunes con que se puede conocer si un libro, periódico o persona andan atacados o solamente resabiados de Liberalismo            82
XIX.  De las principales reglas de prudencia cristiana que debe observar el buen católico en su tratocon liberales                   86
XX. De cuan necesario sea precaverse contra las lecturas liberales       90
XXI.  De la sana intransigencia católica en oposición a la falsa caridad liberal                 95
XXII.  De la caridad en lo que se llama las formas de la polémica, y si tienen en eso razón los liberales contra los apologistas católicos         99
XXIII.   Si es conveniente al combatir el error, combatir y desautorizar la personalidad del que lo sustenta y propala                  104
XXIV.  Resuélvese una objeción a primera vista grave contra la doctrina de los capítulos precedentes .    107
XXV.    Confírmase lo últimamente dicho con un muy concienzudo artículo de La Civiltá cattolica ….    111
Continúa la hermosa y contundente cita de La Civiltá cattolica            116
En que se da fin a la tan oportuna como deci­siva cita de La Civiltá cattolica               123
XXVIII.   Si hay o puede haber en la Iglesia ministros de Dios atacados del horrible contagio del Liberalismo         129
XXIX.  ¿Qué conducta debe observar el buen católico con tales ministros de Dios contagiados de Liberalismo?                134
XXX.     Qué debe pensarse de las relaciones que mantiene el Papa con los Gobiernos y personajes liberales                   137
XXXI.   De las pendientes por las que con más frecuencia viene a caer un católico en el Liberalismo .   141
XXXII.  Causas permanentes del Liberalismo en la sociedad actual       • • •         141
Cuáles son los medios más eficaces y oportu nos que cabe aplicar a pueblos señoreados por el Liberalismo              146
De una señal clarísima por la que se cono­cerá fácilmente cuáles cosas proceden de espíritu sanamente católico y cuáles de espíritu resabiado o radicalmente liberal          149
XXXV.   Cuáles son los periódicos buenos y cuáles los malos, y qué se ha de juzgar de lo bueno que tenga un periódico malo, y, al revés, de lo malo en que puede incurrir un periódico bueno  . .    153
XXXVI.  Si es alguna vez recomendable la unión entre católicos y liberales para un fin común, y con qué condiciones                   157
Prosigue la misma materia      160
Si es o no es indispensable acudir cada vez al fallo concreto de la Iglesia y de sus Pastores para saber si un escrito o persona deben repudiarse y combatirse como liberales               163
XXXIX. ¿Y qué me decís de la horrible secta del Laicismo, que desde hace poco, al decir de algunas gentes, causa tan graves estragos en nuestro país?             169
XL. Si es más conveniente defender en abstracto las doctrinas católicas contra el Liberalismo, o defenderlas por medio de una agrupación o partido que las personifique            175
XLI. Si es exageración no reconocer como partido perfectamente católico más que a un partido que sea radicalmente antiliberal            179
XLII. Dase de paso una explicación muy clara y sencilla de un lema, por muchos mal comprendido, de la Revista popular               182
XLII. Una observación muy práctica y muy digna detenerse en cuenta sobre el carácter aparentemente distinto que ofrece el Liberalismo en distintos países y en diferentes períodos históricos de un mismo país     186
XLIV. Y ¿qué hay sobre la tesis y sobre la hipótesis en la cuestión del Liberalismo, de que tanto se ha hablado también en nuestros últimos tiempos?   192
Epílogo y conclusión              199

LA OBRA

“EL LIBERALISMO ES PECADO” es su obra más popular. Sarda y Salvany sometió el manuscrito de su libro a la censura de ilustres teólogos, entre otros, al célebre P. Valentín Casajuana, S.I., profesor en Roma.
Publicada a fines de 1884, a los pocos meses ya se habían vendido ocho ediciones, siendo incontables las tiradas posteriores.
Ha sido traducida al catalán, al vascuence y a la mayoría de los idiomas europeos (al francés, en 1885, por la mar­quesa de Tristany).
Por suscripción nacional, se imprimió una edición poli­glota en ocho lenguas —incluidos latín y castellano— es­tando las versiones, excepto la catalana, a cargo de sa­cerdotes jesuítas.
Los liberales de su época denunciaron la obra a la Sa­grada Congregación Romana del índice. Tras “maduro exa­men”, esa Congregación alabó a su autor, “porque con argumentos sólidos, clara y ordenadamente expuestos, propone y defiende la sana doctrina en la materia que trata, sin ofensa de ninguna persona” y, al mismo tiempo, desautorizó un folleto del canónigo de Vich, D. de Pazos, que pretendía refutar a esta obra inmortal.
El Papa León XIII en persona leyó la versión italiana y la dio también a leer a su hermano, el Cardenal Pecci, emitiendo ambos un juicio muy favorable.
Los obispos del Ecuador hicieron suya la doctrina de esta obra, en una Pastoral colectiva del 15 de julio de 1885, que figura en varias de sus ediciones.
Esta pequeña joya doctrinal figura por derecho propio en esta Colección, y merece convertirse en un libro de cabecera de todo auténtico tradicionalista, porque —al decir de un gran contrarrevolucionario— es un “librito de oro, porque da las normas de conducta práctica del cristiano”.

EL AUTOR

FÉLIX SARDA Y SALVANY, el gran apologista católico, nació en Sabadell —Cataluña— el 28 de mayo de 1841 y falleció en la misma ciudad el 2 de enero de 1916.
Sacerdote ejemplar y catequista infatigable, desde su primer artículo —el 15 de octubre de 1869 contra los errores protestantes— entregó todas sus energías al apos­tolado de la pluma.
El 1º de enero de 1871 comenzó a publicar la “Revista Popular”, que le sobreviviría largos años. Escribió sobre catequesis, polémica, hagiografía, ascética, piedad y cues­tiones político-sociales, todo con gran altura y en su pe­culiar estilo.
Sus libros, folletos, hojas y artículos ocupan catorce gruesos volúmenes que cuentan ya seis ediciones.
Entre los títulos de sus innumerables opúsculos mere­cen recordarse: “Casa y casino”; “Café y billar”; “¿Bien y qué? Reflexiones cristianas para aliento de los débiles y confusión de los malvados”; “Cosas del día, o res­puestas católico-católicas a algunos escrúpulos católico-liberales”; “De aquellos polvos…”; “El Laicismo cató­lico”; “El sacerdocio doméstico”; “El dogma más conso­lador”; “El dinero de los católicos”; “A una señora… y a muchas”; “El mal social y su más eficaz remedio”; “Filosofía de la mortificación”; “La chimenea y el cam­panario”: “La dinamita social”; “Las diversiones y la mo­ral”; “La mano negra”; “Los desheredados”; “Los malos periódicos”; “Los frailes de vuelta”; “Masonismo y Ca­tolicismo”; “Nimiedades católicas”; “¿Para qué sirven las monjas?”; “¡Pobres espiritistas!”; “¿Qué hay sobre el Espiritismo?”; “¿Qué falta hacen los frailes?*’; “Ricos y pobres”; “Todo el problema” y las quince “Lecciones de Teología Popular” (la Biblia; Ayuno y abstinencias; el ma­trimonio civil; la Iglesia; el purgatorio: el culto de San José; el culto de María; el protestantismo; el culto de los santos; efectos canónicos del matrimonio civil; mis­terio de la Inmaculada Concepción; el pulpito y el con­fesionario; el Padre Nuestro; las penas del infierno; la gloria del cielo).
En el tomo VI de “Propaganda Católica”, por Don Félix Sarda y Salvany, presbítero, director de la “Revista Po­pular” (Barcelona, librería y tipografía católica, calle del Pino, 5, 1886) figuran “El Apostolado Seglar”, “Masonis­mo y Catolicismo”, varias conferencias y la edición defi­nitiva —que hemos tenido a la vista— de “El liberalismo es pecado”.
En signo de reconocimiento y homenaje, los católicos españoles le ofrecieron una pluma de oro.
Sus obras más conocidas son el “Ano Sacro”, la “Bi­blioteca Ligera”, “El Apostolado Seglar” —verdadero ma­nual de Acción católica— y, sobre todo, “El liberalismo es pecado”.

PRESENTACIÓN

Pocas palabras han sido y son tan poderosas para entusiasmar el corazón de los hombres como la palabra Libertad.
Pocas dejan como ella en el alma reminiscen­cias, nostalgias e ilusiones de un no sé qué gozo­so y sublime, lo cual no es sino un reflejo parti­cipado de la beatífica y fruitiva libertad de Dios. Todos los santos lo han experimentado, ya que ellos son los hombres más auténticamente libres en entregarse en mayor medida al Señor. Son ellos quienes, guiados por el Espíritu Santo, manifies­tan la “gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rom. 8,21). Así, por ejemplo, un San Pablo ex­clama: “Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad”; un San Agustín: “Ama y haz lo que quieras” y un San Juan de la Cruz: “Ya por aquí no hay camino, que para el justo no hay ley”.
Por tres razones principales es la libertad tan embriagante al espíritu del hombre. Primero, por­que es una propiedad de nuestra naturaleza hu­mana: Dios nos creó libres y, por lo tanto, la li­bertad es un don bueno y “muy bueno” (Gen. 1,31), por cuanto nos viene de Él. Segundo, por­que la esclavitud a la que nos somete el pecado, ya en esta vida, es una triste experiencia univer­sal: “Quien comete pecado, esclavo es del peca­do” (Jo. 8,34). Tercero, porque la sed de infinito puesta por Dios en el corazón humano sólo puede ser saciada por un bien que excluya en absoluto todo mal, y de ahí que todos apetezcan la liber­tad que elimina el mal de cualquier innoble su­jeción.
Nuestro Señor Jesucristo viene al mundo, jus­tamente, para hacer posible nuestra libertad, por­que así como no es posible liberarnos de la ley de la gravedad —ni un milímetro— tomándonos de los tobillos y haciendo fuerza hacia arriba, así es imposible para el hombre salir de la esclavi­tud esencial del pecado, si Dios, de arriba y de afuera, no le ayuda para liberarlo: “Para que go­cemos de libertad, Cristo nos ha hecho libres” (Gal. 5,1). Vino “para libertar a cuantos, por el temor a la muerte, estaban… sometidos a escla­vitud” (Heb. 2,15). Y sólo Jesucristo puede ha­cer verdaderamente libres a los hombres y a los pueblos: “Si el Hijo os hace libres, seréis realmen­te libres” (Jo. 8,36).
Más aún. Dios, que en Cristo llama a todos los hombres a la salvación, es decir, a estar libres de todo sometimiento indebido, contemplándolo a Él “cara a cara” (1 Cor. 13,12) y haciéndonos “semejantes a Él” (1 Jo. 3,2), que es el ser libé­rrimo por esencia, nos llama desde toda la eter­nidad a la libertad: “Vosotros habéis sido llama­dos a la libertad” (Gal. 5,13). De allí que ni hombre ni demonio, ni siquiera todos los tiranos y verdugos más toda la furia infernal junta, pue­dan quitar al cristiano la esencial libertad, ya que “la libertad cristiana es poder evitar el pecado y hacer obras meritorias, sin que nadie tenga potes­tad de impedirnos alcanzar el fin último, Dios” (San Roberto Belarmino).
Por ello, la acción de los santos siempre va encaminada a formar hombres verdaderamente li­bres, que es el fin de la Ley Nueva instaurada por Jesucristo: “La ley del espíritu de vida… me libró de la ley del pecado y de la muerte” (Rom. 8,2), para que libres del pecado y como siervos de Dios, tengamos por fruto la santificación y por fin la vida eterna (cfr. Rom. 6,22). Por ejemplo, los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Lo-yola son una excelente e inimitable forja de hom­bres libres, en particular, cuando el ejercitante, no contento con aborrecer los pecados y desór­denes, debe vencer el último baluarte de la sen­sualidad y pide en la meditación de los tres bina­rios “aunque sea contra la carne” (157), en forma hipotética y anticipada, lo opuesto a lo que él está apegado desordenadamente: si uno se sien­te apegado a la riqueza, pide pobreza; tiene mie­do que le quiten determinado bien, si Dios lo quiere, se lo ofrece, etc. Dice un comentarista: “Oración difícil y costosa. Porque fácil cosa es pedir lo que se quiere; difícil es pedir lo que no se quiere. Es desconfianza pedir sin esperar ser oído; es heroísmo pedir con temor de ser escu­chado”. .. Y este vencer la repugnancia de la vo­luntad es la más auténtica fragua de la libertad. ¡Quien lo probó, lo sabe!
Pero el Diablo, que había usado mal de su li­bertad, no podía dejar de intentar destruir valor tan grande, joya tan preciosa, y, por ser “simia.
Dei”, tratará de lograr su intento llamando al hom­bre a una falsa libertad: “Se os abrirán los ojos y seréis como Dios” (Gen. 3,5), empujando al hombre no a la libertad verdadera, sino a su parodia, al libertinaje, al pecado y, por lo tanto, a la más vil esclavitud.
Y continúa actuando de la misma manera, ya que “por envidia” (Sab. 2,24) no puede ver que el hombre use bien de don tan excelso como la libertad, y, disfrazándose de “ángel de luz” (2 Cor. 11,14), en nombre de una caricatura de liber­tad, la vacía y la vicia: la vacía de su sustancia y la vicia en su misma raíz.
La Sagrada Escritura nos previene reiterada­mente sobre la triste realidad de tomar la liber­tad como careta para someternos a un torpe yugo: “Cuidado con tomar la libertad por pretexto para servir a la carne” (Gal. 5,13), debiendo obrar el bien “como libres y no como quien tiene la liber­tad cual cobertura de la maldad” (1 Ped. 2,16), previniéndonos contra los falsos profetas que, como los demagogos de todos los tiempos, “prometen libertad, cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción” (2 Ped. 2,19).
En los últimos siglos, este libertinaje malsano fue plasmado en sistema y en doctrina por Sata­nás, para ruina temporal de los pueblos y para ruina eterna de los hombres, inficionando la so­ciedad, la política, la economía, la filosofía y la teología, con este mal llamado: liberalismo. Sis­tema nefasto, el cual, condenado una y mil veces por la Iglesia, desde Pío VI, pasando por León XIII en la encíclica “Libertas” —Carta Magna contra el Liberalismo—, hasta Pablo VI en “Octo­gésima adveniens” (n° 26), cuenta con sus pon­tífices y sus sacerdotes en los masones (ver la “Humanum Genus” de León XIII), con sus pre­dicadores y sus pulpitos en muchos medios de comunicación social, con su culto regular en la monocorde apología de tanto homenaje a libera­les de quienes no se puede afirmar que pasaran a mejor vida.
Aunque el auge y el esplendor del liberalismo está pasando debido a que, como viles rameras, han entregado países y continentes al marxismo comunista, que está hoy en su apogeo, sin embar­go, a pesar de su declinación, el liberalismo tie­ne aún su fuerza y vigencia.
En nuestro Patria, es el principal responsable de tanto tiempo perdido y de tanto fracaso: “Te­nemos todo el liberalismo entero y verdadero, y esto no marcha”, señala certeramente el P. Castellani.
El liberalismo y no otro es el responsable del avance marxista en nuestro país, a pesar de cierto hipócrita testimonio, falso y traidor. Responsable por esquilmar a los pobres. Responsable por per­mitir la explotación del hombre por el hombre. Responsable por entregar el país, en nombre de la sacrosanta “democracia” liberal, al marxismo. Responsable por pagar sueldos de hambre a la clase trabajadora. Responsable por despreocupar­se de la justicia social. Responsable por desarmar los espíritus al alentar la libertad del error: “¿Qué muerte peor para el alma que la libertad del error?”, decía San Agustín. Responsable por la muerte de tantos civiles y militares, al liberar in­discriminadamente de la cárcel a delincuentes sub­versivos, por ley aprobada por “democrática ma­yoría parlamentaria”. Responsable, ayer como hoy, de dar las espaldas al país real, buscando desa­rraigarnos culturalmente, con su sectarismo anti­rreligioso, con sus minorías agnósticas y con su egoísmo social.
No es menor su nefasta influencia en el mundo. ¿Quién sino el cerrado liberalismo es responsable de la destrucción de tantas familias por el divor­cio, de la destrucción de las virtudes cristianas por la enseñanza laica, de la destrucción de vidas humanas por las leyes abortistas (¡y vociferan por los derechos humanos!), de la destrucción de la sociedad al debilitar la legítima defensa contra los enemigos? ¿Quién sino el miope liberalismo pro­hija la promiscuidad y la pornografía a niveles jamás igualados —y, lo que es más, jamás soña­dos—, con el camelo de la libertad artística? ¿Quién sino el ciego liberalismo es responsable de la entrega al marxismo —desde 1945 hasta ahora— de más de dos docenas de países con más de mil millo­nes de habitantes?
También tiene vigencia su actuación en la Igle­sia. Desde Lamennais con “L’Avenir”, pasando por Marc Sangnier con “Le Sillón”, hasta el Maritain posterior a “Religión et Culture” y sus seguidores, los teólogos progresistas Journet, Con-gar, Chenu, Duquoc, von Balthasar y otros más, son innumerables los que han levantado dentro de la Iglesia las banderas de un “catolicismo” li­beral. El actual progresismo, que está liquidando rápidamente a la Iglesia, hunde sus raíces en esa corriente liberal y si algunos de ellos no aceptan el progresismo marxista, no quiere decir que re­nuncien al progresismo liberal, porque es propio de los liberales “levantar un monumento a los prin­cipios y un cadalso a las conclusiones”, como de­cía Louis Veuillot, “ese gran hombre dé bien, de­fensor irreductible de los derechos dé Dios y de la Iglesia” (S. Pío X)
Desde que recuerdo, conozco gente que, para hacer potables a ciertos progresistas, dicen que “están de vuelta” —y puede ser—, pero mientras “no quemen lo que adoraban y no adoren lo que quemaban”, podemos conjeturar prudentemente que todavía no han regresado del todo…
Que muchos hombres de Iglesia estén picados de maritainismo se palpa en su catolicismo de sa­bor maniqueo, que en el plano especulativo salva en general la ortodoxia, pero que en el plano prác­tico de la vida temporal de los pueblos desconoce los derechos inalienables de Dios. ¿Cómo asom­brarnos por el auge del eurocomunismo cuando los padres conciliares se inhibieron de condenar “ex-pressis verbis” los dos fenómenos más negativos de nuestros tiempos, como son el liberalismo, y su hijo natural, el comunismo? Porque es cierto que en sustancia están condenados, pero al no hacerlo expresamente dio a muchos la impresión de que esas doctrinas eran miradas con otros ojos. De poco vale la encíclica social más valiente, si luego en la práctica no se apoya a aquellos gobiernos que son los únicos capaces de aplicarla. De muy poco vale la más sabia encíclica que condene los errores actuales, si el gobierno de la Iglesia no se pone en manos de hombres verdaderamente de Dios.
No se crea que el Magisterio de la Iglesia ha cambiado, ni se crea que podrá cambiar algún día su posición doctrinal frente al liberalismo y sus consecuencias: eso es metafísica y teológica­mente imposible. Sólo en la posición práctica, o en formulaciones ambiguas podría darse pie para ello, pero no en lo doctrinal. Así, por ejemplo, no tienen razón los progresistas que se escudan en la Declaración “Dignitatis Humanae” para afir­mar inconsistentemente dicho cambio substancial. Primero, porque expresamente se sostiene en el mismo documento que se “deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verda­dera religión y la única Iglesia de Cristo” (n° 1). Segundo, porque dichos documentos, a pesar de sus ambigüedades, deben ser siempre entendidos en la misma línea del Magisterio eclesiástico ante­rior, según la norma hermenéutica dada por S. S. Pablo VI al Congreso Internacional de Teología (Roma, setiembre de 1976): “At vero, quaecum-que a Concilio Vaticano II docentur, arto nexu co-haerent cum Magisterio ecclesiastico superioris aetatis, cujus continuatio, explicatio atque incre-mentum sunt dicenda”. Que los progresistas hagan caso omiso de esta enseñanza pontificia, que se toleren las interpretaciones en clave liberal del documento, sin sancionar a sus autores, que de hecho haya hombres de Iglesia inficionados de li­beralismo, eso es harina de otro costal.
Todo lo cual encarece la actualidad de esta obra que prologamos, y la oportunidad de su reedición. Este libro del esclarecido sacerdote español Don Félix Sarda y Salvany es considerado, con toda jus­ticia, como un clásico del pensamiento católico universal, ya que sus características de precisión, claridad, orden, concisión y profundidad hacen de él una obra inmortal.
Sólo las almas serenamente contemplativas del misterio del Verbo Encarnado son capaces de com­prender la perversidad del liberalismo, por ser ésta una herejía que afecta particularmente a la Iglesia, que es prolongación de Cristo a través del tiempo y del espacio. Por eso, la herejía liberal es análoga a diversas herejías cristológicas: por un lado, se asemeja a la herejía nestoriana que sepa­ra las dos naturalezas de Cristo, así como los libe­rales quieren separar la Iglesia Católica del orden público y social de los pueblos; por otro lado, a la herejía docetista que hace aparente la realidad de la naturaleza humana asumida por Cristo, así como los “católicos” liberales hacen aparente la influen­cia que sobre la realidad histórica de las naciones y sobre la vida concreta de las personas, debe tener Cristo Rey, en quien hay que “recapitular todas las cosas” (Ef. 1,10).
Sólo los santos comprenden el cúmulo de males (me encierra el liberalismo. Como es el caso del recientemente beatificado (1-11-75) obispo de Pasto —Colombia—, Mons. Ezequiel Moreno Díaz, agustino recoleto, quien en su testamento, fecha­do en 1905, expresaba esta admirable profesión de le en la intransigencia de la Verdad:
“Confieso, una vez más, que el liberalismo es pecado, enemigo fatal de la Iglesia y del reinado de Jesucristo, y ruina de los pue­blos y naciones; y queriendo enseñar esto, aún después de muerto, deseo que en el sa­lón donde se exponga mi cadáver, y aún en el templo durante las exequias, se ponga a la vista de todos un cartel grande que diga:
el liberalismo es pecado.”
Con lo cual, de alguna manera, canoniza la in­mortal obra de Sarda y Salvany.
Vociferan los liberales: “La libertad os hará ver­daderos”. Pero nosotros proclamamos con Jesu­cristo: “La Verdad os hará libres” (Jo. 8,32). Y Él es el Único que “tiene palabras de vida eterna” (Jo. 6,69).
Pbro. Carlos Miguel Buela
Villa Ballester, Buenos Aires

APROBACIONES.

Son varias las que ha merecido este libro desde su aparición hasta el fallo de la Sagrada Congregación del Indice, y es nuestro deber consignarlas aquí:
Del Excmo. e Iltmo Sr. Obispo de Barcelona, las obtuvo respectivamente para las ediciones castellana y catalana.
Del Excmo. e Iltmo. Sr. Obispo de Urgel, antes y después de un concienzudo informe de tres teólogos de aquel ilustre Cabildo.
Del Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Osma.
Del Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Tuy
Del Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Mallorca.
Del Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Tarazona.
Del Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Montevideo.
Ultimamente, después de repetida denuncia a la Sagrada Romana Congregación del Indice, ha fallado este elevadísimo tribunal en la forma siguiente:
“De la Secretaría de la Sagrada Congregación del Indice, día 10 de Enero de 1887.
————————————
Excelentísimo Señor:
La Sagrada Congregación del Indice recibió denuncia del opúsculo titulado El Liberalismo es pecado, su autor D. Felix Sardá y Salvany, sacerdote de está tu diócesis: la cual denuncia se repitió juntamente con otro opúsculo titulado El Proceso del integrismo, esto es, Refutación de los errores contenidos en el Opúsculo “El Liberalismo es pecado”; autor de este segundo opúsculo es D. de Pazos, canónigo de la diócesis de Vich. Por lo cual dicha Congregación aquilató con maduro examen uno y otro opúsculo con las observaciones hechas; mas en el primero nada halló contra la sana doctrina, antes su autor don Felix Sardá y Salvany merece alabanza, porque con argumentos sólidos, clara y ordenadamente expuestos, propone y defiende la sana doctrina en la materia que trata, sin ofensa de ninguna persona
Pero no se formó el mismo juicio acerca del otro opúsculo publicado por D. de Pazos, porque necesita corrección en alguna cosa, Y además no puede aprobarse el modo injurioso de hablar de que el autor usa, más contra la persona del Sr. Sardá que contra los errores que se suponen en el opúsculo de este escritor.
De aquí que la Sagrada Congregación ha mandado que D. de Pazos sea amonestado por su propio Ordinario, para que retire cuanto sea posible los ejemplares de su dicho opúsculo; y en adelante, si se promueve alguna discusión sobre las controversias que pueden originarse, absténgase de cualesquiera palabras injuriosas contra las personas, según la verdadera caridad de Cristo: con más motivo cuando nuestro Santísimo Padre León XIII, a la vez que recomienda mucho que se deshagan los errores, pero no quiere ni aprueba las injurias hechas, principalmente a personas sobresalientes en doctrina y piedad.
Al comunicarte esto de orden de la Sagrada Congregación del Indice, a fin de que puedas manifestárselo a tu preclaro diocesano el Sr. Sardá para quietud de su ánimo, pido a Dios te dé toda prosperidad y ventura, y con la expresión de todo mi respeto, me declaro
De tu grandeza
Adictísimo servidor, FR. JERONIMO PÍO SACCHERI, de la Orden de Predicadores, Secretario de la Sagrada Congregación del Indice.
Iltmo. y Rvdmo. Sr. D. Jaime Catalá y Albosa, obispo de Barcelona.

Nota editorial (edición española)

Pocos libros se han escrito en España de un siglo a esta parte que tanta popularidad hayan alcanzado como El LIBERALISMO ES PECADO, cuya nueva edición tiene el lector entre manos. La primera apareció a fines del año 1884.
Hubo traducciones en catalán, en vascuence, y en los principales idiomas europeos.
Edición limitada
Por suscripción nacional se imprimió una edición políglota, en ocho lenguas, incluida la latina y la castellana. Todas las versiones, salvo la catalana, fueron hechas por Padres de la Compañía de Jesús.
Que no se trató de un fuego de virutas lo demuestra el hecho de que siguen en venta las ediciones francesa e italiana, que se ha agotado una edición madrileña posterior a la guerra civil española y que acaba de aparecer otra, aunque de la obra extractada, en la República Argentina.
La obra manuscrita fue previamente sometida a la censura de esclarecidas personalidades y a la del célebre P. Valentín Casajuana, de la Compañía de Jesús, Profesor en Roma. Una vez publicada valió a su Autor las aprobaciones más altas y expresas de la Iglesia y los encomios más preciados de sus Jerarcas. La Sagrada Romana Congregación del Indice sometió El LIBERALISMO ES PECADO a los más diligentes exámenes y dio un fallo sumamente laudatorio, a la vez que desautorizaba el folleto del Canónigo vicense D. de Pazos que quería ser una refutación de la obra de Sardá. El Papa León XIII en persona quiso formar un juicio del libro y lo leyó en la versión italiana que para Su Santidad se imprimió. Lo dio también a leer a su hermano, el Cardenal Pecci y ambos formaron de él el más favorable concepto. Los Prelados del Ecuador hicieron suya la doctrina de la obra en Pastoral colectiva que figura en varias de sus ediciones. Los católicos españoles ofrendaron a Sardá y Salvany una pluma de oro como homenaje nacional. .

Las Flechas Negras en la guerra de España (1937 – 1939) – Sandro Piazzoni

224 páginas
21 x 15 cm.
Ediciones Nueva República

Barcelona, 2011

Cubierta a todo color, con solapas y plastifica
da brillo
Páginas interiores con fotos
Precio para Argentina: 120 pesos
Precio internacional: 20 euros

Cuando el pueblo español, los aguerridos Requetés imbuidos de la más gloriosa tradición, la Falange Española revolucionaria y de ímpetu heroico y los valientes militares del Ejército con pundonor se alzaron en armas contra el caos propiciado por la devastadora Segunda República que precipitaba a la nación entera a la fosa del comunismo, nuestros hermanos italianos del Fascio, que desde 1922 marchaban junto al Duce Benito Mussolini por la senda de un nuevo y esplendoroso renacimiento clásico a paso gentil, no dudaron en sumarse a la gran batalla, al combate sin tregua, a la Cruzada de Liberación que se libraba con ardor en varios frentes por tierras de España.
Con premura, a la llamada de la pólvora y de la dignidad, se forman en Italia las primeras unidades de voluntarios de la vida y de la muerte, integradas por escuadristas de todas las edades desde los diecisiete a los cincuenta años, de camisas negras que quieren pelear en primera línea al lado de sus correligionarios de la tradición y de sus camaradas españoles de la revolución nacional, encuadrados en las formaciones castrenses. No tienen dudas, sino entusiasmo, no ponen objeciones sino que aportan soluciones. Alborozados, con himno y canciones en sus labios, con espíritu combatiente y decidido, manifiestan su deseo irrefrenable de ser partícipes en las trincheras donde se dilucida un duelo de valores supremos ante la Patria en llamas y en peligro inminente de sucumbir ante la esclavitud del azote marxista.
Traen en sus mochilas los combatientes que integraban el Cuerpo de Tropas Voluntarias, desde Italia, la mística fascista y el sentimiento de epopeya para alcanzar la victoria en los confines peninsulares de Europa. Vuelven al reencuentro secular con las calzadas romanas y las urbes cesáreas que trazaron y fundaron sus ancestros, acuden prestos para divisar de cerca los surcos que durante siglos rotularon sus arados, regresan para restablecer de nuevo el derecho y la norma que divulgaron sus viejos jurisconsultos y portan en sus manos, de nuevo, la espada flamígera, como en los dorados orígenes, para auxiliar a quienes se desangran y ofrendan sus vidas invocando el nombre de Dios y gritando en su último suspiro, a modo de exhalación, la elevación de la España eterna…

[del prólogo de José Luis Jerez Riesco]

ÍNDICE

Prólogo [José Luis Jerez Riesco] . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Las Flechas Negras en la Guerra de España (1937-1939)
[Sandro Piazzoni]. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
I. Panorama político-militar de la España Nacional
a través de tres años de guerra civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
II. La creación de la Brigada mixta “Flechas Negras”. . . . . . . . . . 29
III. La primera prueba. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
IV. La ofensiva del Cantábrico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
V. En defensiva en el frente de Zaragoza. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
VI. La batalla del Ebro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
VII. La batalla de Levante. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133
VIII. En el frente de Segorbe. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
IX. La batalla de Cataluña. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
X. Holocausto y glorias de las “Flechas Negras”. . . . . . . . . . . . . . . 175
Anexos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
I. Síntesis de los temas tratados por el Comandante
de la Brigada en su informe del 29 de Enero de 1937-XVI . . . . . . 187
II. Arenga pronunciada en Badajoz por el Comandante
de la Brigada con ocasión de la entrega de las enseñas
al Mando y al 2.º Regimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199
III. Cancionero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201
IV. Charla con el ilustre general Piazzoni
[Ana Nadal de Sanjuán]. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209
V. Breve historia del “Legionario” [Nino Ruggeri]. . . . . . . . . . . . . 215

DOCTRINA Y ÉTICA ARIA – JULIUS EVOLA

202 páginas
Ediciones Sieghels
2008
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
Precio para Argentina: 30 pesos
Precio internacional: 12 euros

El término “ario” se refiere, en general, a una “raza del espíritu” de origen hiperbóreo empeñada en una especie de lucha metafísica y que tiene como propio un especial ideal de Imperium, concibiendo al jefe como el “rey de reyes”; más en particular, en su extrema pureza, el mismo comprende en primer lugar el ideal de una alta pureza biológica y de una nobleza de la raza del cuerpo; en segundo lugar, la idea de una raza del espíritu, de tipo “solar”, con rasgos sacrales y simultáneamente de realeza y dominadores: raza de verdaderos superhombres.
El símbolo ario es solar, en el sentido de una pureza que es fuerza y de una fuerza que es pureza, de naturaleza radiante que tiene la luz en sí
Finalmente, por lo que se refiere a los principios éticos correspondientes, son característicamente arios el principio de la libertad y de la personalidad por un lado, de la fidelidad y del honor por el otro. El Ario tiene el placer por la independencia y por la diferencia, tiene una repugnancia por todo tipo de promiscuidad; pero ello no le impide obedecer virilmente, de reconocer a un jefe, de tener el orgullo de servirlo según un lazo libremente establecido, guerrero, irreductible al interés, a todo lo que se puede vender y comprar y, en general, reducir a los valores del oro.
En su conjunto, se trata de un clasicismo del dominio y de la acción, de un amor por la claridad, por la diferencia y por la personalidad, de un ideal “olímpico” de la divinidad y de la suprahumanidad heroica, junto a un ethos de la fidelidad y del honor, aquello que caracteriza al espíritu ario.
Es esencial que la expresión “ario” no decaiga en una simple designación negativa. Es necesario mantener siempre presentes los supremos puntos de referencia, los conceptos-límite, las líneas de altura. Esta orientación, inalcanzable o fantasiosa para algunos, puede en cambio despertar en los otros una tensión creadora, suscitadora de superiores posibilidades.
A ese sentido está orientado el presente libro.

ÍNDICE

Prólogo………………………….7
Qué quiere decir “ario”………………………….17
El elemento solar y heroico de la antigua raza aria………………………….21
Espiritualidad aria o solar o viril………………………….25

Doctrina aria de lucha y victoria………………………….31
Ética aria………………………….45
I- Rostros del heroísmo………………………….45
Subpersonalidad bolchevique ………………………….46
La mística japonesa del combate ………………………….47
La “devotio” romana ………………………….49
II- El derecho sobre la vida………………………….51
Enseñanzas arias………………………….53
¿Es “mía” la vida? ………………………….54
Pruebas de reacción sobre el destino ………………………….55
III- Fidelidad a la propia naturaleza………………………….57

Metafísica de la Guerra………………………….65
La espiritualidad pagana en el seno de la edad media católica………………………….87
I. Introducción………………………….87
II. El despertar nórdico-ario de la romanidad………………………….89
III. El ethos pagano del feudalismo………………………….91
IV. La Tradición secreta del Imperio………………………….93
VI. El “Graal” y la “Dama” ………………………….102
VII. Conclusión………………………….107

Las malas interpretaciones del neo-paganismo………………………….109
Acerca de la Tradición Hiperbórea………………………….117
La Tradición Nórdico-Aria………………………….127
Acerca de la “Fidelidad”………………………….143
Raza y Cultura………………………….147
La determinación ario-romana de la Italia Fascista………………………….153
La Contribución de la romanidad a la nueva Alemania………………………….167
La luz del Norte…………………………..168
El afecto antirromano…………………………..170
Dos nostalgias…………………………..171

Simbolismo del Águila………………………….173
El doble rostro del epicureísmo ………………………….179
Virilidad espiritual – máximas clásicas -………………………….183
Navidad Solar………………………….197

QUÉ QUIERE DECIR “ARIO”

De acuerdo a la concepción hoy convertida en corriente, tiene derecho a decirse “ario” quienquiera que no sea judío o de raza de color, ni tenga ascendientes de tales razas. En Alemania ello abarcaba hasta la tercera generación. A los fines más inmediatos de la política racial esta visión puede tener una cierta justificación, en el sentido de punto de referencia para una primera discriminación. Sobre un plano más alto y también a nivel histórico la misma aparece en vez como insuficiente ya por el hecho de que ella se agota en una definición negativa que indica lo que no se debe ser, no lo que se debe ser; por lo cual, una vez satisfecha la condición genérica de no ser ni negro, ni judío, tendría el mismo derecho de decirse ario, sea el más hiperbóreo de los Suecos, que un tipo seminegroide de las regiones meridionales. Por otro lado si se confronta este significado reducido de la arianidad con el que la palabra tuvo originariamente, habría que pensar casi en una profanación, puesto que la cualidad aria, en su origen, coincidía esencialmente con aquella que, como se ha mencionado, la investigación de tercer grado puede atribuir a formaciones de la raza restauradora, de la “raza heroica”. Por ende el término “ario” en su concepción corriente actual no puede aceptarse sino a los fines de la circunscripción y separación de una zona general, en lo interno de la cual debería sin embargo tener lugar toda una serie de ulteriores diferenciaciones, en tanto nos querramos acercar, aunque fuese aproximativamente, al nivel espiritual que corresponde al significado auténtico y originario del término en cuestión.
El racismo -es verdad- en sus expresiones filológicas se ha empeñado en una búsqueda comparativa de palabras que en el conjunto de las lenguas indoeuropeas contienen la raíz ar de “ario” y que expresan aproximadamente cualidades de un tipo humano superior. Herus en latín y Herr en alemán significan “señor”, en griego aristos quiere decir excelente y areté significa virtud; en irlandés air significa honrar y en el alemán antiguo la palabra êra quiere decir gloria; así como en el moderno Ehre quiere decir honor, etc.; y todas estas expresiones, como muchas otras, parecen justamente extraerse de la raíz ar de ario. Además el racismo ha creído hallar esta misma raíz también en Eran, antiguo nombre para la Persia, en Erin y Erenn, antiguos nombres de Irlanda, además de otros muchísimos nombres propios que se encuentran frecuentemente en las antiguas estirpes germánicas. Sin embargo, desde un punto de vista riguroso el término “ario” -de ârya- con certeza puede ser sólo referido a la civilización de los conquistadores prehistóricos, de la India y de Irán. En el Zend-Avesta, texto de la antigua tradición iránica, la patria originaria de las estirpes, a la cual tal tradición le fue propia, es llamada airyanem-vaêjô, que significa “semilla de la gente aria” y de las descripciones que se hacen resulta claramente que es una misma cosa que la sede ártica hiperbórea. En la inscripción de Behistum (520 a. C.) el gran rey Darío habla así de sí mismo: “Yo, rey de reyes, de raza aria” y los “arios”, a su vez, en los textos se identifican con la milicia terrestre del “Dios de Luz”: cosa ésta que nos hace aparecer a la raza aria en un significado metafísico, como aquella que, sin tregua, en uno de los varios planos de la realidad cósmica, lucha incesantemente contra las fuerzas oscuras del anti-dios, de Arimán.
Este concepto espiritual de la arianidad se precisa en la civilización hindú. En la lengua sánscrita ar significa “superior, noble, bien hecho” y evoca tanto la idea de mover como la de ascender, de dirigirse hacia lo alto. Con referencia a la doctrina hindú de los tres guna, una idea semejante plantea acercamientos interesantes. La cualidad “ar” corresponde a rajas, que es la cualidad de las fuerzas ascendentes, superior y opuesta a tamas, que es la cualidad en vez de todo lo que cae, lo que va hacia lo bajo, mientras que la cualidad superior a rajas es sattva, la cualidad propia de “lo que es” (sat) en sentido eminente, podría decirse, el principio solar en su carácter olímpico. Ello puede pues dar un sentido al “lugar” metafíisico propio de la cualidad aria. De esta raíz ar, ârya como adjetivo indica luego las cualidades de ser superior, fiel, óptimo, estimado, de buen nacimiento; y como sustantivo designa a “quien es señor, de noble estirpe, maestro, digno de honor”: éstas son deducciones a nivel de carácter, a nivel social y, en fin, de “raza del alma”.
Todo esto vale desde un punto de vista genérico. En sentido específico ârya era sin embargo esencialmente una designación de casta: se refería colectivamente al conjunto de las tres castas superiores (jefes espirituales, aristocracia guerrera y “padres de familia” en tanto propietarios legítimos, con autoridad sobre un cierto grupo de consanguíneos) en su oposición con la cuarta casta, la casta servil de los çûdra. Hoy quizás habría que decir: con la masa proletaria.
Ahora bien, dos condiciones definían la cualidad aria: el nacimiento y la iniciación. Arios se nace; tal es la primera condición. La arianidad sobre tal base es una propiedad condicionada por la raza, por la casta y por la herencia, la misma se transmite con la sangre de padre a hijo y no puede ser sustituida por nada, del mismo modo como el privilegio que, hasta ayer, en Occidente tenía la sangre patricia. Un código particularmente complicado, que desarrolla una casuística hasta en sus más pequeños detalles, contenía todas las medidas necesarias para preservar y mantener pura esta herencia preciosa e insustituible, considerando no sólo el aspecto biológico (raza del cuerpo), sino también el ético y social, la conducta, un determinado estilo de vida, derechos y deberes, por ende toda una tradición de “raza del alma”, diferenciada luego para cada una de las tres castas arias.
Pero si el nacimiento es la condición necesaria para ser arios, el mismo no es sin embargo todavía suficiente. La cualidad innata es confirmada a través de la iniciación, upanayâna. Así como el bautismo es la condición indispensable para hacer parte de la comunidad cristiana, del mismo modo la iniciación representaba la puerta a través de la cual se entraba a formar parte efectiva de la gran familia aria. La iniciación determina el “segundo nacimiento”, ella crea el dvîja, “aquel que ha nacido dos veces”. En los textos ârya aparece siempre como sinónimo de dvîja, renacido o nacido dos veces. Por lo cual, ya con esto se entra en un dominio metafísico, en el campo de una raza del espíritu. La raza oscura, proletaria çudrâ varna- llamada también enemiga -dasa- no-divina y demónica -assurya-varna- posee sólo un nacimiento, el del cuerpo. Dos nacimientos, el uno natural, el otro sobrenatural, uránico, tiene en vez el ârya, el noble. Tal como en varias ocasiones lo hemos recordado, el más antiguo código de leyes arias, el Mânavadharmaçâstra, llega hasta el límite de declarar que quien ha nacido ario no es verdaderamente superior al çûdra, al siervo, antes de haber pasado a través del segundo nacimiento o cuando su pueblo haya metódicamente descuidado el rito determinante de este nacimiento, es decir la iniciación, la upanayâna .
Pero también se encuentra la parte contraria. No cualquiera es apto para recibir legítimamente la iniciación, sino sólo quien ha nacido ario. Si ésta es impartida a otros es delito. Nos hallamos así con una concepción superior y completa de la raza. La misma se distingue de la concepción católica puesto que ignora un sacramento apto para suministrarse a cualquiera, sin condiciones de sangre, raza y casta, de modo tal de conducir a una democracia del espíritu. Al mismo tiempo, la misma supera también al racismo materialista puesto que, mientras que aquí se satisface a las exigencias del mismo y se lleva el concepto de la pureza biológica y de la no-mezcla hasta la forma extrema relativa a la casta cerrada, la antigua civilización aria consideraba insuficiente al mero nacimiento físico: tenía en vista una raza del espíritu a ser alcanzada -partiendo de la sólida base y de la aristocracia de una determinada sangre y de una determinada herencia natural- a través del renacimiento, definido por el sacramento ario. Aun más arriba se encontraba el tercer nacimiento, o, para usar la designación correspondiente a las tradiciones clásicas, la resurrección a través de la “muerte triunfal”. Como ideal supremo el antiguo ario consideraba en efecto la “vía de los dioses” -deva-yâna- llamada también “solar” o “nórdica”, a través de la cual se asciende y “no se vuelve”, no la “vía meridional” de la disolución en el tronco colectivo de una determinada estirpe, en la sustancia confusa de nuevos nacimientos (pitr-yâna): cosa ésta que basta para imaginarse en cuál cuenta podría tener el hombre ario a la llamada reencarnación, concepción, ésta, que, como se ha dicho, fue propia de razas extrañas, prevalecientemente “telúricas” o “dionisíacas”.

EL ELEMENTO SOLAR Y HEROICO DE LA ANTIGUA RAZA ARIA

La doble condición de la cualidad aria hace comprender que estas antiguas civilizaciones presuponían una especie de herencia sobrenatural latente en la raza aria de la sangre, herencia que sin embargo tenía que ser redespertada y llevada de la potencia al acto según la circunstancia para que el sujeto pudiese convertirla en cosa verdaderamente suya. Este era el significado genera] del sacramento ario en sus formas más altas. Considerando en cambio el ápice de la jerarquía aria, se puede ver fácilmente que la cualidad primordial latente que debía redespertarse corresponde esencialmente a la de la “raza solar” y que, por ende, el ario, en tanto aquel que pertenece potencialmente a tal raza, pero que sin embargo debe reconquistarla o restaurarla en cuanto sujeto, presenta exactamente los rasgos de la raza definida por nosotros técnicamente como “heroica”.
Tal como se ha mencionado, la casta aria se repartía en otras tres y la más alta la hemos definido como la de los “jefes espirituales”, puesto que esta expresión previene muchos equívocos y nos permite también evitar el problema sumamente complejo de las relaciones que en las antiguas sociedades arias de origen hiperbóreo existían entre la casta sacerdotal -brahmán- y la guerrera -kshâtram. La mayor parte de los orientalistas, al referirse a la primera, allí donde efectivamente representó el vértice de la jerarquía aria, creen ver en ella una especie de supremacía sacerdotal; cosa efectivamente errada. En primer lugar parece resultar de los más antiguos testimonios que la casta sacerdotal en su origen hacía una misma cosa con la guerrera y la de realeza, en plena correspondencia con la función originaria de la “raza solar”. En segundo lugar, también prescindiendo de esto y limitándose sólo a los brâhmana (a los componentes de la casta del brâman) como jefes arios, no se puede pensar en una sociedad regida por “sacerdotes” y sujetada a ideas “religiosas”, como son concebidos en la religión europea. Ello es así por dos razones.
En primer lugar porque se encontraba la antes mencionada cuestión de la sangre. Por diferentes razones la Iglesia tuvo que imponer al clero el celibato, con lo cual se hizo imposible una base racial hereditaria para la dignidad sacerdotal. De acuerdo a la visión católica -y más aun según el protestantismo- para convertirse en sacerdote es suficiente la “vocación” (concepto éste demasiado vago), ciertos estudios afines a la filosofía y la entrega a ciertos preceptos morales: no es reclamado pues ser de raza de sacerdotes para ser ordenado sacerdote. Este es el primer punto.
En segundo lugar, la antigua élite aria, en tanto “raza solar”, ignoraba la distancia metafísica entre un Creador y la criatura. Sus representantes no aparecían como mediadores de lo divino (es decir en la función que posee el sacerdote en las civilizaciones lunares), sino como siendo ellos mismos naturalezas divinas. La tradición los describe como dominadores no sólo de hombres, sino también de potencias invisibles, de “dioses”. Entre los muchos textos reproducidos en nuestro libro ya recordado a tal respecto, se encuentra por ejemplo éste: “Nosotros somos dioses, Uds. (tan sólo) hombres”. Ellos son naturalezas luminosas y son comparados al sol. Están constituidos “por una sustancia ígnea radiante”, constituyen el “ápice” del universo y “son objeto de veneración de parte de las mismas divinidades”. No son los administradores de una fe, sino los poseedores de una ciencia sagrada. Este conocimiento es potencia y fuerza transfigurante. Actúa como un fuego que consume y destruye todo lo que para otros en las diferentes acciones podría significar culpa, pecado, contrición. Es algo similar al nietzscheano “más allá del bien y del mal”, pero sobre un plano trascendente, no en el sentido de superhombre de “cabeza rubia”, sino de superhombre “olímpico”. Puesto que ellos “saben” y “pueden”, estos jefes arios no tienen necesidad de “creer”, no conocen dogmas, en el dominio de los conocimientos tradicionales ellos son infalibles.
Y puesto que no tienen dogmas, ellos tampoco constituyen una “iglesia”; ejercen directamente, en forma personal, su autoridad; no tienen pontífices a quienes venerar, puesto que, en una cierta manera, cada exponente legítimo de su casta es un “pontífice”, en el sentido originario de la palabra. Pontífice es aquel que hace puentes, que establece los contactos entre dos riberas, entre dos mundos, entre lo humano y lo suprahumano. Puesto que ésta era la función propia del brâhman; y puesto que en una civilización orientada en sentido eminentemente heroico y metafísico, como era el caso para la de la antigua arianidad, una tal función aparecía como de suprema utilidad y eficacia; por tal razón el jefe espiritual, o brâhmana, encarnaba ante los ojos de las otras castas arias, por no hablar de las serviles no-arias, una autoridad ilimitada y supremamente legítima.
El instrumento “pontifical” -es decir de “enlace”- por excelencia (en su origen, prerrogativa del rey) era el rito. También respecto del rito deberemos aquí repetir cosas ya dichas en más de una ocasión. El rito para el hombre antiguo no era una vacía y supersticiosa ceremonia. Se expresaba con éste en vez una actitud viril y dominadora ante lo suprasensible, puesto que, mientras que la plegaria es un solicitar, el rito, de acuerdo a esta visión, es un mandar y un determinar. El rito es una especie de “técnica divina” que se distingue de la moderna por el hecho de que no actuaba en base a las leyes externas de los fenómenos naturales sino que influía sobre las causas suprasensibles de los mismos; en segundo lugar, estaba condicionado por una fuerza especial y objetiva, supuesta en quien debía ejecutar el rito. La mentalidad moderna, que ve todo al revés, se inclina a referir los ritos a las prácticas supersticiosas de los salvajes. La verdad es en cambio que las prácticas de éstos no son sino las formas degeneradas de los ritos verdaderos, los cuales deben explicarse y entenderse sobre una base muy diferente.
Ahora bien, si ya en el modo de aparecerse como brâhmana de la suprema casta aria están presentes todos estos rasgos, tenemos razones suficientes para admitir que en los orígenes, en donde el brâhman y el kshâtram -el elemento sacerdotal y el guerrero o el de la realeza- correspondían todos a una misma cosa, la civilización de los hiperbóreos descendidos hacia el Sur tenía también en el propio centro exactamente lo que nosotros hemos definido como espiritualidad olímpica o solar. Sin embargo esta tradición en las fases sucesivas de parcial oscurecimiento de tales civilizaciones, tuvo que actuar por medio de restauraciones de tipo “heroico” en una élite o casta de jefes espirituales. Una indagación de los testimonios correspondientes a la más antigua civilización griega y romana conduciría a los mismos resultados. El elemento solar y de realeza, el sentido de la comunidad de origen y de vida con los entes divinos, son rasgos por igual presentes en la misma.
Por lo tanto, resumiendo, si se lo quiere explicar con las concepciones y las tradiciones propias de las civilizaciones a las cuales perteneció en manera rigurosa y probada, el término “ario” se refiere sobre todo, en general, a una “raza del espíritu” de origen hiperbóreo empeñada en una especie de lucha metafísica y que tiene como propio un especial ideal de Imperium, concibiendo al jefe como el “rey de reyes” (Irán); más en particular, en su extrema pureza, el mismo comprende en primer lugar el ideal de una alta pureza biológica y de una nobleza de la raza del cuerpo; en segundo lugar, la idea de una raza del espíritu, de tipo “solar”, con rasgos sacrales y simultáneamente de realeza y dominadores: raza de verdaderos superhombres, enfrentada a todo lo que de materialista, evolucionista, “prometeico” se encuentra en vez en las concepciones modernas del superhombre, aun prescindiendo de que éstas no son sino “filosofía”, teorías e imaginerías formuladas por personas cuya raza, casi siempre, no se encuentra para nada en orden.
Si la investigación relativa a la aristocracia aria de los tiempos primordiales nos lleva a tales alturas, descender en cambio a partir de éstas a las exigencias prácticas del problema actual de la raza no es por cierto agradable. El mundo espiritual que la investigación de tercer grado vuelve a llevar a la luz a través de un examen adecuado de las tradiciones y de los símbolos antiguos y que ve esencialmente unido a la más alta herencia ario-hiperbórea, para muchos “arios” de hoy puede parecer inusitado y fantasioso, para otros incluso incomprensible. Traer a colación significados que milenios de historia han sepultado en los más profundos estratos de la subconsciencia, para que ellos despierten nuevas formas de sensibilidad, no puede acontecer del hoy al mañana y, en cada caso, es una obra que va asociada a los deberes del racismo práctico de primero y de segundo grado, siendo necesario remover al mismo tiempo obstáculos y deformaciones que paralizan, por decirlo así, incluso físicamente, la posibilidad de cualquier retorno al antiguo espíritu ario.
A pesar de como hoy se encuentren las cosas, es esencial que la expresión “ario” no decaiga en una vacía consigna y sea la simple designación que se le da a cualquiera que no sea negro, judío o mongol. Es necesario mantener siempre presentes los supremos puntos de referencia, los conceptos-límite, las líneas de altura, porque es de éstos que depende el sentido de todo el desarrollo a partir de los primeros grados del mismo. Y también a tal respecto puede acontecer una elección de vocaciones: el sentido de algo que, hoy, aparece como una veta reluciente en míticas e inalcanzables lejanías, mientras que puede paralizar a los unos e inducirlos a “no perder el tiempo” en fantasías anacrónicas, puede en cambio despertar en los otros una tensión creadora, suscitadora de superiores posibilidades.

ESPIRITUALIDAD ARIA o SOLAR o VIRIL

Fue propia de los ârya (término sánscrito que designa a los “nobles” comprendidos como raza no sólo de la sangre, sino también y esencialmente del espíritu) una actitud afirmativa frente a lo divino. Detrás de sus símbolos mitológicos, recabados del cielo resplandeciente, se escondía el sentido de la “virilidad incorpórea de la luz” y de la “gloria solar”, es decir, de una virilidad espiritual victoriosa: por lo cual aquellas razas no sólo creían en la existencia real de una suprahumanidad, de una estirpe de hombres no-mortales y de héroes divinos, sino que muchas veces le atribuían a tal estirpe una superioridad y un poder irresistible con respecto a las mismas fuerzas sobrenaturales. En relación a ello, los ârya tuvieron como ideal característico más el regio que el sacerdotal, más el guerrero de la afirmación transfigurante que el del devoto abandono, más el del ethos que el del pathos. Originariamente, los reyes eran sacerdotes, en el sentido que se reconocía eminentemente a estos y no a otros la posesión de aquella fuerza mística, a la cual se le vincula no sólo la “suerte” de su raza, sino también la eficacia de los ritos, concebidos como operaciones reales y objetivas sobre las fuerzas sobrenaturales. Sobre esta base, la idea del regnum tenía un carácter sacral, así como también universal. De la enigmática concepción indo-aria çakravarti o “señor universal” pasando por la idea ario-iránica del reino universal de los “fieles” del “dios de luz” hasta arribar a los presupuestos “solares” de la romana aeternitas imperii y finalmente a la idea gibelina medieval del Sacrum Imperium, siempre se ha asomado en las civilizaciones arias o de tipo ario el impulso a proveer un cuerpo universal a la fuerza de lo alto respecto de la cual los Ârya se sentían como sus eminentes portadores:
En segundo lugar, así como en vez del servilismo devoto y orante se tenía el rito, concebido, repitámoslo, como una seca operación que hace descender lo divino, de la misma manera también, más que a los Santos.
Era a los Héroes que les eran abiertas, entre los ârya, las sedes más altas y privilegiadas de la inmortalidad: el Walhalla nórdico, la Isla de los Bienaventurados dórico-aquea, el cielo de Indra entre los indo-germánicos en la India. La conquista de la inmortalidad o del saber conservó rasgos viriles; allí donde Adán, en el mito semita, es un maldecido, por haber intentado tomar del árbol divino, el mito ario en cambio nos representa, a través de epopeyas similares, un final victorioso e inmortalizador en la persona de héroes, como por ejemplo Jasón, Mitra, Siegurt. Si, más en lo alto aun del mundo heroico, el supremo ideal ario era el “olímpico” de esencias inmutables, realizadas, separadas del mundo inferior del devenir, luminosas en sí mismas, como el sol y las naturalezas siderales, los dioses semitas en cambio son esencialmente dioses que cambian, que tienen nacimiento y pasión, son los “dioses-año” que, del mismo modo que la vegetación, padecen la ley de la muerte y del renacimiento. El símbolo ario es solar, en el sentido de una pureza que es fuerza y de una fuerza que es pureza, de naturaleza radiante que -repitámoslo- tiene la luz en sí, en oposición con el símbolo lunar (femenino), que es el de una naturaleza que es luminosa tan sólo porque refleja y absorbe una luz que emana de un centro que cae afuera de ella. Finalmente, por lo que se refiere a los principios éticos correspondientes, son característicamente arios el principio de la libertad y de la personalidad por un lado, de la fidelidad y del honor por el otro. El Ario tiene el placer por la independencia y por la diferencia, tiene una repugnancia por todo tipo de promiscuidad; pero ello no le impide obedecer virilmente, de reconocer a un jefe, de tener el orgullo de servirlo según un lazo libremente establecido, guerrero, irreductible al interés, a todo lo que se puede vender y comprar y, en general, reducir a los valores del oro. Bhakti, decían los arios de la India; fides, decían los Romanos, fides se repetía en la Edad Media; Trust, Treue, serán las consignas del régimen feudal. Si en las mismas comunidades religiosas mithraicas el principio de la fraternidad se resentía sobre todo de una solidaridad viril de soldados comprometidos en una única empresa (miles era el nombre de un grado de la iniciación mithraica), ya los Arios de la antigua Persia hasta la época de Alejandro conocían la facultad de consagrar no solamente a las personas y a sus acciones, sino por sus mismos pensamientos, a sus Jefes, concebidos como seres trascendentes. No una violencia, sino al mismo tiempo una fidelidad espiritual -dharma y bakhti— fundaba entre los Arios de la India el mismo régimen de las castas en su jerarquía. El gesto grave y austero, carente de misticismo, desconfiado hacia cualquier abandono del alma, lo cual fue lo propio de las relaciones entre el civis y el pater romano y sus divinidades, tiene los mismos rasgos del antiguo ritual dorio-aqueo y de la tenida “regia” y dominadora de los brâhmana o “casta solar” del primer período védico y de los atharvan mazdeos. En su conjunto se trata de un clasicismo del dominio y de la acción, de un amor por la claridad, por la diferencia y por la personalidad, de un ideal “olímpico” de la divinidad y de la suprahumanidad heroica, junto a un ethos de la fidelidad y del honor, aquello que caracteriza al espíritu ario.
Con esto, si bien sumariamente, el punto fundamental de referencia se encuentra dado. Se trata de tener presentes los lineamientos de una antítesis ideal que nos sirva como hilo conductor entre todo lo que la realidad histórica y la situación de conjunto de las diferentes civilizaciones nos muestran en estado de mezcla: puesto que sería absurdo, para tiempos que no sean absolutamente primordiales, querer volver a hallar en algún lugar el elemento ario o el semítico en estado absolutamente puro.
Por contraposición y para entender más claramente sus significados, ¿Qué es lo que caracteriza a la espiritualidad de las culturas semíticas en general? La destrucción de la síntesis aria entre espiritualidad y virilidad. Entre los Semitas tenemos por un lado una afirmación crudamente material y sensualista, o bien ruda y ferozmente guerrera (Asiria) del principio viril: por el otro, una espiritualidad desvirilizada, una relación “lunar” y prevalecientemente sacerdotal con respecto a lo divino, el pathos de la culpa y de la expiación, todo un romanticismo impuro y desordenado, y, al lado de ello, casi como una evasión, un contemplativismo de base naturalista-matemática.
Precisemos algún punto. También en la antigüedad más remota, mientras que los Arios (así como los mismos Egipcios, cuya primera civilización debe considerarse como de origen “occidental”) tenían respecto de sus reyes el concepto de “pares de los dioses”, ya en Caldea en cambio el rey no valía sino como un vicario -patêsi- de los dioses, concebidos como entes diferentes de él (Maspero). Hay algo más característico aun para esta desviación semítica del nivel de una espiritualidad viril: la humillación anual de los reyes en Babilonia. El rey, vestido como un esclavo o como un prisionero, confesaba sus culpas y sólo cuando, golpeado por un sacerdote que representaba al dios, le brotaban las lágrimas de los ojos, era confirmado en su cargo y podía revestir las insignias reales. En realidad, así como el sentimiento de la “culpa” y del “pecado” (casi totalmente desconocido entre los Arios) es propio de la naturaleza del Semita y se refleja de manera característica en el Antiguo Testamento, de la misma manera es también característico entre los pueblos semitas en general, estrechamente vinculado a tipos de civilización matriarcal (Pettazzoni) y en cambio extraño a las sociedades arias regidas por el principio paterno, el pathos de la “confesión de los pecados” y de su redención. Es ya el “complejo” (en sentido psicoanalítico) de la “mala conciencia”, el cual usurpa el valor “religioso” y altera la calma pureza y la superioridad “olímpica” del ideal aristocrático ario.
En las civilizaciones semítico-siríacas y en la asiria es característico el predominio de divinidades femeninas, de diosas, lunares o telúricas, de la Vida, muchas veces dadas en los rasgos impuros de heteras. A su vez, los dioses, con los cuales ellas se acoplan como amantes, carecen totalmente de los rasgos sobrenaturales de las grandes divinidades arias de la luz y del día. Muchas veces se trata de naturalezas subordinadas, ante la imagen de la Mujer o Madre divina. Ellos o son dioses “en pasión” que sufren y que mueren y resurgen, o son divinidades feroces y guerreras, hipóstasis de la fuerza muscular y salvaje o de la virilidad fálica. En la antigua Caldea las ciencias sacerdotales, en especial las astronómicas, son el exponente justamente de un espíritu lunar-matemático, de un contemplativismo abstracto y en el fondo fatalista, escindido de cualquier interés por la afirmación heroica y sobrenatural de la personalidad. Un residuo de este componente del espíritu semita intelectualizado, actuará entre los mismos Judíos de épocas más recientes: desde un Maimónides y un Spinoza hasta los matemáticos modernos judíos (por ejemplo, Einstein y, entre nosotros, Levi-Civita y Enriques), nosotros hallamos una pasión característica por el pensamiento abstracto y por la ley natural dada en un ámbito de números sin vida. Y ésta, en el fondo, puede considerarse como la mejor parte de la antigua herencia semítica.
Por supuesto que aquí, para no aparecer unilaterales, deberíamos desarrollar consideraciones mucho más vastas de lo que nos consiente el espacio del que disponemos. Mencionaremos tan sólo que los elementos negativos aquí mencionados se pueden volver a encontrar, además que entre los Semitas, también en otras grandes civilizaciones originariamente

DOCTRINA ARIA DE LUCHA Y VICTORIA 

Conferencia impartida en el Instituto “Kaiser Willhelm” de Roma, el 7 de Diciembre de 1940.

La “Decadencia de Occidente”, según la concepción de una crítica reputada de la civilización de occidente, es claramente reconocible en dos características principales: en primer lugar, el desarrollo patológico de todo aquello que es Activismo; en segundo lugar, el desprecio hacia los valores del Conocimiento interior y de la Contemplación.
Esta crítica, no entiende por Conocimiento, racionalismo, intelectualismo u otros vacíos juegos de palabras; no entiende por Contemplación un alejamiento del mundo, una renuncia o un alejamiento monacal mal comprendido. Al contrario, Conocimiento interior y Contemplación representan las formas de participación normales y más apropiadas del hombre a la Realidad sobrenatural, supra-humana y supra-racional. A pesar de esta aclaración, en la base de la concepción indicada existe una premisa inaceptable para nosotros. Ya que, tácitamente y de hecho, es admitido que toda acción en el dominio material es limitativa y que el más alto dominio espiritual sólo es accesible por otras vías que no sean las de la acción.
En esta idea se reconoce claramente la influencia de una concepción de la vida básicamente extranjera al espíritu de la raza aria; pero que, sin embargo, está tan profundamente unida ya al pensamiento del Occidente cristiano, que se la encuentra igualmente en la concepción imperial dantesca. La oposición entre Acción y Contemplación era, por el contrario, desconocida por los antiguos arios. Acción y Contemplación no estaban enfrentados como los dos términos de una oposición. Designaban únicamente sólo palabras distintas para la misma realización espiritual. Dicho de otro modo, se estimaba entre los antiguos arios que el hombre podía sobrepasar el condicionamiento individual no solamente por la Contemplación sino también por la Acción.
Si nos alejamos de esta idea primera, entonces el carácter de decadencia progresiva de la civilización occidental debe ser interpretado de diferente forma. La tradición de la acción es típica de las razas ario-occidentales. Pero esta tradición se desvía progresivamente. Así es en el Occidente actual, donde se ha llegado a conocer y honrar solamente una acción secularizada y materializada, privada de toda forma de contacto trascendente, una acción profanada que, fatalmente, debía degenerar en fiebreo en manía resolviéndose en el obrar por el obrar: o bien en un hacer que está ligado solamente a efectos condicionados por el tiempo. A una acción así degenerada no responden, en el mundo moderno, valores ascéticos y auténticamente contemplativos sino únicamente una cultura brumosa y una fe pálida y convencional. Tal es nuestro punto de vista sobre la situación.
Si la “vuelta a los orígenes” es el concepto base de todo movimiento actual de renovación, entonces debe valer como tarea indispensable, de vuelta consciente, el comprender la concepción aria primordial de la Acción. Esta concepción aria debe tener un efecto transformador y evocar en el Hombre Nuevo, de Buena Raza, unas fuerzas vitales dormidas.
Hoy y aquí, queremos atrevernos a hacer un breve “excursus” precisamente justo en el universo del pensamiento del mundo ario primordial, con el objetivo de sacar, de nuevo, a la luz algunos elementos fundamentales de nuestra tradición común, poniendo una atención especial en los significados arios de guerra, de lucha, y de la victoria.
Naturalmente, para el antiguo guerrero ario la guerra, como tal, respondía a una lucha eterna entre fuerzas metafísicas. De un lado está el principio olímpico de la luz, la realidad solar y uraniana; de otro, la violencia brutal del elemento “titánico- telúrico”, bárbaro en el sentido clásico, “femenino-demoníaco”. Este tema de aquella lucha metafísica aparecería de mil formas, en todas las tradiciones de origen ario. Así, toda lucha a nivel material era tomada con una consciencia más o menos grande, como un episodio de esta antítesis. Ya que la arianidad se consideraba como milicia del principio olímpico, es necesario hoy, por tanto, devolver esta vía de los antiguos arios; e, igualmente, conceder la legitimidad o la consagración suprema del derecho al poder y de la concepción imperial misma, ahí donde, en el fondo, parece bien evidente su carácter anti-secular.
En la imaginación de este mundo tradicional toda realidad se transformaba en símbolo… Esto también vale para la guerra desde el punto de vista subjetivo e interior. Así, podrían ser fundidas en una sola entidad: guerra y camino hacia lo divino.
Los significativos testimonios que nos ofrecen las varias tradiciones nórdico-germánicas son, para todos, bien conocidos. De todos modos, debemos decir que estas tradiciones y tal como nos han llegado, se ven fragmentadas y mezcladas; muy a menudo ya representan la materialización de las mas altas tradiciones arias primordiales, caídas a nivel de supersticiones populares. Esto no nos impide fijar algunos puntos.
Ante todo, como todos sabemos, el «Walhalla» es la capital de la inmortalidad celeste, y principalmente reservado a héroes caídos en el campo de batalla. El señor de estos lugares, Odín- Wotan, es representado en la saga «Ynglinga» como aquel que por su sacrificio simbólico al árbol cósmico «Ygdrasil» ha indicado el camino a los guerreros, camino que conduce a una residencia divina, donde siempre florece la vida inmortal. Conforme a esta tradición, de hecho ningún sacrificio o culto es más agradable al dios supremo, ningún otro esfuerzo obtiene más ricos frutos supra-terrestres, que aquel que han ofrecido los que han muerto combatiendo en el campo de batalla. Pero hay mucho más; tras la oscura representación del «Wildes Herr» se esconde también, el siguiente fundamental significado: a través de los guerreros que, cayendo, ofrecen un sacrificio a Odín, se forman aquellas tropas que el dios necesitará para la última definitiva batalla del «Ragnarökk»; es decir, contra ese fatal “oscurecimiento de lo divino” que ya desde los tiempos antiguos planea, amenazante sobre el mundo.
Hasta aquí, por consiguiente, el genuino motivo ario de la fuerte lucha metafísica es claramente expuesto a la luz. En los «Edda» quedaría igualmente dicho: “Por muy grande que pueda ser el numero de los héroes reunidos en el «Walhalla» nunca será lo suficientemente grande, cuando el lobo irrumpa”. El lobo es aquí, la imagen de esas fuerzas oscuras y salvajes que el mundo de los «Ases» ha logrado someter.
La concepción ario-iraniana de Mithra, “el guerrero sin sueño” es de hecho análoga. El que a la cabeza de los «Fravashi» y de sus fieles, libra batalla contra los enemigos del dios ario de la luz. Hablaremos, inmediatamente después, de los «Fravashi» y examinaremos su estrecha correlación con las «Walkyrias» de la tradición nórdica. Por otra parte intentaremos clasificar también el significado de la “Guerra Santa” a través de otros testimonios concordantes.
No hay que sorprenderse si hacemos, en este contexto, ante todo, referencia a la tradición islámica. La tradición islámica tiene aquí el lugar de la tradición ario-iraniana. La idea de la “guerra santa” -y al menos, en lo que concierne a los elementos aquí examinados- llegará a las tribus árabes por el universo del pensamiento iranio: tiene por tanto, al mismo tiempo, el sentido de un tardío renacimiento de una herencia aria primordial y desde este punto de vista puede ser utilizada sin ninguna duda.
Está admitido que se distingue en esa tradición en cuestión, dos “guerras santas”; es decir la “grande” y la “pequeña” Guerra Santa”. Esta distinción se funda en unas palabras del Profeta que afirma a la vuelta de una incursión guerrera “Hemos vuelto de la pequeña guerra a la gran guerra santa”. En este contexto, la gran guerra santa pertenece a niveles espirituales. La pequeña guerra santa es por el contrario la lucha psíquica, material, la guerra conducida en el mundo exterior. La gran guerra santa es la lucha del hombre con sus propios enemigos, los que lleva en si mismo. Más exactamente, es la lucha del elemento sobrenatural del propio hombre contra todo lo que resulta instintivo, ligado a la pasión, caótico, sujeto a las fuerzas de la naturaleza.
Tal es la idea, también, que aparece recogida en el «Bhagavad-Gitâ», ese antiguo gran tratado de la sabiduría guerrera aria: “Conociendo aquello que está sobre el pensamiento, afírmate en tu fuerza interior y golpea, guerrero de los largos brazos, a ese temible enemigo que es el deseo”. Una condición dispensable para la obra interior de liberación es que este enemigo debe quedar aniquilado de forma deliberada.
En el cuadro de la tradición heroica, aquella pequeña guerra santa -es decir, una guerra como lucha exterior-, sirve solamente de medio por el cual se realiza justamente esa gran guerra santa.
Y por esta razón, en los textos, “guerra santa” y “camino de vía a Dios” son a menudo sinónimos. Así leemos en el Corán: “Combaten en el Camino de Dios” -es decir, en la Guerra Santa- aquellos que sacrifican esta vida terrestre a la vida futura; pues a aquel que combate y muere, sobre el camino de la Vía de Dios; o a aquel que consigue la victoria, le daremos una gran recompensa”. Y, más adelante: “A aquellos que caen sobre el camino de la Vía de Dios, El nunca dejará que se pierdan sus obras; les guiará y dará mucha paz a sus corazones; y les hará entrar en el Paraíso, que El les revelará”. Se hace alusión aquí a la muerte física en guerra, a la «mors triunphalis» (muerte victoriosa); y que, se encuentra en correspondencia perfecta para todas las tradiciones clásicas. La misma doctrina puede de todas formas ser también interpretada en un sentido simbólico… Aquel que en la “pequeña guerra” vive una “gran guerra santa” crea en si una fuerza que le prepara para superar la crisis de la muerte. Pero, igualmente sin haber muerto físicamente, puede, mediante la ascesis de la Acción y la Lucha, experimentar la muerte; puede haber vencido interiormente y haber logrado un “más que vida”. Entendiendo esotéricamente, “Paraíso”, “Reino de los cielos” y expresiones análogas no son nada más que unos símbolos y unas figuraciones forjadas por el pueblo, de unos transcendentes estados de iluminación, ya en un plano más elevado que la vida o la muerte.
Estas consideraciones deben valer también, como premisa para reencontrar los mismos significados bajo el aspecto externo del Cristianismo; que la tradición heroica nórdico-occidental se vio apremiada a adoptar durante las Cruzadas, para poder manifestarse al exterior. Mucho más de lo que, hoy y en general, la gente está inclinada a creer, en las cruzadas medievales para la “liberación del Templo” y realizar la “conquista de la Tierra Santa”, existen evidentes puntos de contacto con la tradición nórdico-aria, donde se hace referencia a la mítica «Asgard», la lejana tierra de los Ases y de los Héroes, donde la muerte no tiene prisa y donde los habitantes gozan de una vida inmortal y una paz sobrenatural. La guerra santa aparece como una guerra totalmente espiritual hasta el punto de poder llegar a ser comparada, por los predicadores, literalmente, a una “purificación, como el fuego del purgatorio antes de la muerte”. “Que mayor gloria que no salir del combate, sino cubierto de laureles. Que gloria mayor que ganar, sobre el campo de batalla, una corona inmortal”, afirma a los Templarios un Bernardo de Clairvaux. La “Gloria Absoluta”, aquella que atribuyen los teólogos a Dios, en lo más alto del cielo (con su «in Excelsis Deo»), es también encargada como propia al cruzado. Sobre este telón de fondo se situaba la «Jerusalén Santa», bajo ese doble aspecto: como ciudad terrestre y como ciudad celeste, y la Cruzada como una gran elevación que conduce realmente a la inmortalidad.
Los actos de los militares de las cruzadas, altos y bajos, produjeron inicialmente sorpresas, confusión, y hasta crisis de fe, pero tuvieron después como único efecto purificar la idea de la «Guerra Santa» de todo residuo de materialismo. Sin dudarlo, el fin desafortunado de una Cruzada es comparado a la Virtud que es perseguida por el Infortunio; y en el cual el valor puede ser juzgado y recompensado solamente en relación a una vía, en forma no terrestre. Así se concentraría -mucho más allá de la victoria o de la derrota-, el juicio de valor sobre el aspecto espiritual y genuino de la Acción. Así la «Guerra Santa» vale por si misma, independientemente de su resultado material visible, como medio para alcanzar por el sacrificio activo del elemento humano, una realización supra-humana.
Y justo, esa misma enseñanza, elevada al nivel de expresión metafísica, reaparecerá en un texto indo-ario citado y conocido, el «Bhagavad-Gitâ». La compasión y los sentimientos humanitarios que impiden al guerrero ARJUNA batirse en liza contra el enemigo, son juzgados por dios “turbios, indignos de un «ârya» (…), que no conducen ni al cielo ni al honor” El mandato le dice así “Si muerto, tu irás al cielo; si vencedor, gobernarás la tierra. Alzate, hijo de Kuntî, dispuesto a combatir”. La disposición interior que puede transmutar a de la forma siguiente: “…Trayéndome toda acción, el espíritu plegado sobre si mismo, es libre de esperanza y de visiones interesadas, combate sin escrúpulos”. En expresiones tan claras se afirma la pureza de la acción: debe ser deseada, por si misma, más allá de toda pasión y de todo impulso humano: “Considera que están en juego el sufrimiento, la riqueza o la miseria, la victoria o la derrota. Prepárate, por tanto, para el combate; y de esta forma evitarás el pecado”.
Como fundamento metafísico suplementario, el dios aclara la diferencia entre aquello que es espiritualidad absoluta -y, como tal, será indestructible- y lo que solamente tiene como elemento lo corporal y humano, en una existencia ilusoria. De un lado, el carácter de irrealidad metafísica de aquello que se puede perder como cuerpo y vida mortales que pasan, o bien es revelada en los que la pérdida puede ser un condicionante. De otro, Arjûna queda conducido, en aquella experiencia de una fuerza de manifestación de lo divino, a una potencia de irresistible transcendencia. Así frente a la grandeza de esta fuerza, toda forma condicionada de existencia aparecía como una negación. Allí donde está negación es activamente negada, es decir, allí donde, en el asalto, toda forma condicionada de existencia es invertida o destruida, esta fuerza llega a tener una manifestación terrorífica.
Sólo sobre esta base, exactamente, se puede captar energía adecuada para producir la transformación heroica del individuo. En la medida en que el guerrero obra en la pureza y el carácter de lo absoluto, aquí indicados, rompe las cadenas de lo humano, evoca lo divino como una fuerza metafísica, atrae sobre sí esta fuerza activa y encuentra en ella su ilusión y su liberación. La palabra crucial corresponde a otro texto -perteneciente también a la misma tradición- dice: “La vida es como un arco; el alma es como una flecha; el espíritu absoluto como la diana a traspasar. Uníos a este gran espíritu, como la flecha lanzada se fija en la diana”. Si sabemos ver aquí la más alta forma de realización espiritual por la lucha y el heroísmo, es entonces verdaderamente significativo que esta enseñanza sea presentada, en el «Bhagavad-Gitâ» como continuación de una herencia primordial ario-solar. De hecho, le fue dada por el “Sol” al primer legislador de los arios, Manú; y fue guardada seguidamente, por una gran dinastía de reyes consagrados. En el curso de los siglos, esta enseñanza se perdió y, sin embargo fue de nuevo revelada por la divinidad, no a un devoto sacerdote, sino a un representante de la nobleza guerrera: Arjûna.
Lo que hemos tratado hasta aquí permite también comprender los significados más interiores que se encuentran en la base de un conjunto de tradiciones clásicas y nórdicas. Así, como punto de referencia, habrá que reseñar aquí que, en estas tradiciones antiguas algunas imágenes simbólicas precisas aparecían con una frecuencia singular: estas son, primero la imagen del alma como demonio, doble y genio; y enseguida la imagen de las presencias dionisiacas y de la diosa de la muerte y la imagen de una diosa de la victoria; que aparecía a menudo bajo la forma de diosa de la batalla.
Para la exacta comprensión de todas estas relaciones será muy oportuno clasificar la significación que tiene el alma; que, es aquí entendida como demonio, genio o doble. El hombre antiguo simboliza en el demonio o propio doble una fuerza yacente en las profundidades, que es, por decirlo así, “la vida de la vida”, en la medida en que ella dirige en general todos los sucesos, tanto corporales como espirituales, a los que la consciencia normal no tiene acceso; pero que condicionan, sin embargo e indudablemente la existencia contingente y el destino del individuo.
Entre esas entidades y las fuerzas místicas de la Raza y de la Sangre existe una bien estrecha ligadura. Así por ejemplo, el Demonio aparece y bajo numerosos aspectos, parecido a los Dioses Lares, las entidades místicas de un linaje, o una generación; de los cuales Macrobio, por ejemplo, nos afirma: “Son dioses que nos mantienen vivos. Ellos alimentan nuestro cuerpo y guían nuestra alma”. Así, se puede decir que entre el demonio y la consciencia normal existe una relación del mismo tipo que entre el principio individuante y el principio individuado. El primero, es según las enseñanzas de los antiguos como una fuerza supra-individual y por tanto superior al nacimiento y a la muerte. La segunda, es decir, el principio individuado, consciencia condicionada por el cuerpo y el mundo exterior, destinada normalmente a la disolución o esta supervivencia muy efímera propia del mundo de las sombras.
En la tradición nórdica, la imagen de las «Walkyrias» tiene más o menos el mismo significado que el demonio. La imagen de una «Walkyria» se confunde, en muchos textos, con aquella de una «Fylgja»; es decir, con una entidad espiritual activa en el hombre y a cuya fuerza su destino está sometido. Como «Kynfylgja», una «walkyria» es -de igual forma que lo son los dioses lares romanos- la fuerza mística de la sangre. Y lo mismo ocurre con las «Fravashi» de la tradición ario-iraniana. La «Fravashi» -explica un bien conocido orientalista- “es la fuerza íntima de cada ser humano, es la que le sostiene desde el momento que nace y subsiste”. Al mismo modo que los dioses lares romanos, las «Fravashi», están en contacto, simultaneamente, con las fuerzas primordiales de una raza y son -como las «Walkyrias»-, diosas preponderantes de la guerra, que dan la fortuna y la victoria. Tal es la primera relación que debemos desvelar y descubrir ¿Qué es lo que esta fuerza tan misteriosa, que representa el alma profunda de la raza y lo trascendental en el interior del hombre, puede tener en común con las diosas de la guerra? Para comprender bien este punto habrá que recordar que los antiguos indo-germanos tenían una concepción de la propia inmortalidad, por así decirlo, aristocrática, diferenciada. No todos escaparían a la disolución, a esta supervivencia lemúrica de la que «Hades» y «Niflheim» eran antiguas imágenes simbólicas… La inmortalidad fue un privilegio de bien pocos; y, según la concepción aria, un privilegio heroico principalmente. El hecho de sobrevivir -no como sombra, sino como semidios-, está reservado solamente a aquellos a los que acciones espirituales han elevado de una a otra naturaleza. Aquí, no puedo por desgracia, suministrar las pruebas para justificar lo que doy como afirmación: técnicamente, estas acciones espirituales logran transformar el yo individual, el de la consciencia humana normal, en una fuerza profunda, supra-individual, la fuerza individuante, que está más allá del nacimiento y de la muerte y a la cual, como se dijo, corresponde el concepto de “demonio”. Pero, sin embargo, el demonio está mucho más allá de todas las formas finitas en que se manifiesta, y esto no solamente ya porque representa la fuerza primordial de toda una raza, sino que también bajo el aspecto de la intensidad. El paso brusco de la consciencia ordinaria a esta fuerza, simbolizada por el demonio, suscitaba, por consiguiente, una crisis destructiva; parecida a un relámpago como fruto de una tensión de potencial demasiado alta en y para el circuito humano. Suponemos por ello, que en condiciones excepcionales, el demonio puede igualmente aparecer en el individuo y hacerle experimentar el tipo de una transcendencia destructiva; y así. en este caso, se produciría una especie de experiencia activa de la muerte, y la segunda relación aparecía por tanto muy claramente, es decir, porque la imagen de doble o demonio en los mitos de la antigüedad ha podido confundirse con la divinidad de la muerte. En la vieja tradición nórdica, el guerrero ve su propia walkyria en el mismo instante de la muerte o del peligro mortal.
Vayamos más lejos. En la Ascesis religiosa, mortificación, renuncia al Yo, tensión en el desamparo de Dios, son los medios preferidos; a través de los que se busca, precisamente, provocar la crisis mencionada y superarla positivamente. Expresiones como “muerte mística” o bien “noche oscura del alma”, etc., etc., que indican esta condición, son de todos conocidas. De forma opuesta, en el cuadro de una tradición heroica, el camino hacia el mismo fin está representado por la tensión activa, por la liberación dionisiaca del elemento Acción. Observamos por ejemplo, al nivel más bajo de la fenomenología correspondiente, la danza empleada como técnica sacra para evocar y suscitar a través del éxtasis del alma, fuerzas subyacentes en las profundidades. En la vida del individuo liberado por el ritmo dionisiaco se inserta otra vida casi como el florecimiento de su raíz basal. Las Erinias, Furias, “Horda salvaje”, y otras varias entidades espirituales análogas representan esta fuerza en términos simbólicos. Todas corresponden por consiguiente a una manifestación del demonio en su transcendencia aterradora y activa. A un nivel más elevado se sitúan ya los sacros juegos guerreros y deportivos y aún todavía más alto se encuentra la misma guerra. Así retornamos de nuevo a la concepción aria primordial y la ascesis guerrera.
En la cumbre del peligro del combate heroico, se reconoce la posibilidad de esta experiencia supra-normal. Así la expresión latina “ludere”, jugar o desempeñar un papel, combatir-, parece contener la idea de resolución. Esa es una de las numerosas alusiones a la propiedad comprendida en el combate, de desatarse de las limitaciones individuales; de hacer emerger fuerzas libres escondidas en la profundidad. De aquí deriva el fundamento de la tercera asimilación: los Demonios, los Dioses Lares, como el Yo individuante, son idénticas no solamente a las Furias, Erinias y a las otras naturalezas dionisiacas desencadenadas, que, por su parte, tienen muchas características comunes con el deseo de muerte; tienen también igual significación, por su relación con las vírgenes que conducen héroes al asalto en la batalla, a las «Walkyrias» y las «Fravashi». Así, las «Fravashi» son descritas en los textos sagrados, por ejemplo, como “las aterradoras, las todopoderosas”, “aquellas que escuchan y dan la victoria al que las invoca”; o, para decirlo ya más claramente, a aquel que las invoca en el interior de sí mismo. De ahí a la última con la normal consciencia ordinaria. Así es como ellas, Furias y Erinias, nosreflejan una manifestación especial de desencadenamiento y de irrupción demoníaca -y las Diosas de la Muerte, «Walkyrias», «Fravashi», etc…, se relacionan con las mismas situaciones; en la medida en que son posibles a través de un combate heroico- de igual forma la Diosa de la Victoria es la expresión del triunfo del yo sobre este poder. Indica la tensión victoriosa respecto de una condición situada más allá del peligro, inserto en el éxtasis y en las formas de destrucción sub-personales, un peligro siempre emboscado detrás del momento frenético de la gran acción dionisiaca, y también, de la acción heroica. El impulso hacia un estado espiritual realmente supra-personal, que nos hace libres, inmortales, interiormente indestructibles, lo ilustra la frase “Convertir dos en uno” (los dos elementos de la esencia humana) que se sintetiza pues en esta representación de la consciencia mítica.
Pasemos ahora al significado dominante de estas tradiciones heroicas primordiales, es decir, a esta concepción mística de la victoria. Aquí la premisa fundamental es que una correspondencia eficaz entre física y metafísica, entre visible e invisible fue conocida allí donde los actos del espíritu en la victoria efectiva. Entonces todos los aspectos materiales de la victoria militar se convierten en expresión de una acción espiritual que ha suscitado la victoria, en el punto en que exterior e interior se tocan. La victoria aparecería como signo tangible para una consagración a un renacimiento místico acometido en el mismo dominio. Las Furias y la Muerte, que el guerrero había afrontado materialmente en el campo de batalla, se le oponen también, interiormente, más en el plano espiritual, bajo la forma de una irrupción amenazante de las fuerzas primordiales de su ser. En la medida en que triunfe sobre ellas, la victoria es suya.
En este contexto se explica también la razón por la que cada victoria toma especial significado sacro en el mundo ligado a la tradición. Y de esta forma el jefe del ejército, aclamado en los campos de batalla, ofrecía la experiencia y la presencia de esta fuerza mística que le transformaba a él. El sentido profundo del carácter supra-terrestre emergente de la gloria y de la heroica divinidad” del vencedor se hace así más comprensible; y de ahí, el hecho de que la antigua tradición romana del triunfo tuviese rasgos más sacros que militares. El simbolismo recurrente en las tradiciones arias primordiales de Victorias, «Walkyrias» y otras entidades análogas que guían al “cielo” el alma del guerrero…; así como el mito del héroe victorioso como el Hércules dorio que obtiene de Niké “la Diosa de la Victoria”, la corona que le hace partícipe de la inmortalidad olímpica. Este símbolo se manifiesta ahora bajo una luz muy diferente y en adelante resulta claro que es totalmente falso y superficial este modo ignorante de ver, que no querría distinguir en todo esto nada más que simples “poesía”, retórica y fábula.
La teología mística actual enseña que en la Gloria se cumple la transfiguración espiritual santificante, y toda la iconografía cristiana rodea la cabeza de los santos y mártires de la aureola de la gloria. Todo nos indica que se trata de una herencia aunque muy debilitada de nuestras tradiciones heroicas más elevadas. La tradición ario-iraniana, ya conocía, de hecho, el fuego celeste entendido como gloria -«Hvareno»-, que desciende sobre los reyes y verdaderos jefes, los hace inmortales y les permite llevar así el testimonio de la victoria… La antigua corona real de rayos simbolizaba, exactamente, la gloria como fuego solar y celeste. Luz, esplendor solar, gloria, victoria, realeza divina, son esas imágenes que se encontraban en el seno del mundo ario, en la más estrecha relación; no como abstracciones o invenciones del hombre sino con el claro significado de fuerzas y dominios absolutamente reales. Y en este contexto, la Doctrina Mística de la Lucha y de Victoria representa para nosotros un vértice luminoso de nuestra común concepción de la acción en el sentido tradicional.
Esta concepción tradicional nos habla hoy; de forma todavía comprensible para nosotros -a condición naturalmente, de que nos desviemos de sus manifestaciones exteriores y condicionadas por el tiempo-. Entonces, al igual que en el presente, se quiere así superar esta espiritualidad cansina, anémica o basada en simples especulaciones abstractas o en mortecinos sentimientos piadosos, y a la vez que se sobrepasa también la degeneración materialista de la acción. ¿Se puede encontrar para esta tarea mejores puntos de referencia que los ideales mencionados del ario primordial?. Pero hay mucho más. Las tensiones materiales y espirituales son comprimidas hasta tal punto en el Occidente de estos últimos años que no pueden ser ya resueltos más que a través del combate. Con la guerra actual, una época va dominadas y transformadas en la dinámica de una nueva civilización tan sólo por unas ideas abstractas, unas premisas universalistas o por medio de mitos ya conocidos irracionalmente. Ahora, una acción mucho más profunda y esencial se impone, para que mucho más allá de las ruinas de un mundo subvertido y condenado, una nueva época comience para Europa.
Sin embargo, en esta perspectiva mucho dependerá de como el individuo pueda dar forma a la experiencia del combate; es decir, si estará a la altura de asumir heroísmo y sacrificio como propia catarsis, como un medio de liberación del despertar interior. No solamente para la salida definitiva, y victoriosa de los sucesos de este período tempestuoso, sino aun también para dar una forma y un sentido al orden que surgirá de la victoria. Esta tarea de nuestros combatientes -interior, invisible apartada de gestos y grandes palabras-, tendrá un carácter decisivo. Es en la batalla misma donde es necesario despertar y templar esta fuerza que, más allá de la tormenta de la sangre y de las privaciones favorecerá, con un nuevo esplendor y una paz todopoderosa, la nueva creación.
Por esto, se debería aprender hoy sobre el campo de batalla, la acción pura, una acción no solamente en el sentido de ascesis viril sino también de gran purificación y de camino hacia formas superiores de vida, válidas en si mismas y por ellas mismas; éso que no obstante, tiene en cierta forma, el sentido de una vuelta a la tradición primordial del ario-occidental. Desde los tiempos antiguos resuenan todavía hasta nosotros las palabras: “la vida, como un arco; el alma, como una flecha; y el espíritu absoluto, como una diana a traspasar”. Ya que aquel que, todavía hoy, vive la batalla en el sentido de esta identificación, este persistirá en pie allí donde los otros caerán; tendrá una fuerza invencible. Este hombre nuevo vencerá en sí, todo el drama y toda oscuridad, todo el caos y representará la llegada de los nuevos tiempos, el comienzo de un nuevo desarrollo… Este heroísmo de los mejores, según la tradición aria primordial, puede realmente, asumir una función evocadora; es decir, la función de restablecer de nuevo el contacto, adormecido desde hace muchos siglos, entre mundo y supra-mundo. Entonces el combate no se convertirá en una horrible gran carnicería, no tendrá el sentido de un destino desesperado, condicionado únicamente por el único deseo de ganar poder, sino que será la prueba del derecho y de la misión de un gran pueblo. Entonces la paz no significará un ahogo en la oscuridad burguesa cotidiana, ni el alejamiento de la tensión espiritual de la lucha en batalla, sino que tendrá, todo lo contrario, el sentido de un cumplimiento de ella.
Es también, y justamente por ella, que queremos hacer nuestra, de nuevo, la profesión de fe de los antiguos; tal como se expresa y muy bien, en las siguientes palabras: “La sangre de los héroes es más sagrada que la tinta de los sabios y las plegarias de los devotos”. Que éso se encuentra justamente en la base profunda de la concepción tradicional, y según la cual, en la “guerra santa” operan mucho más fuertes que los individuos las místicas fuerzas primordiales de la raza. Estas fuerzas de los orígenes crean los Imperios.

Las murallas del III Reich – Juan Vázquez Garcia

64 páginas
Muy ilustrado
24 x 17 cm.
Editorial Galland books
2009

Encuadernación rústica cosido
Precio para Argentina: 60 pesos
Precio internacional: 12 euros

L Durante la década de los treinta, la Alemania de Hitler, como paso previo a cualquier movimiento ofensivo, buscó defender sus fronteras, tanto las terrestres como la marítima. Fruto de ello fue la construcción tanto de la Ostwall como de la Westwall, y la modernización de las defensas costeras del litoral germano.

A lo largo de la guerra, la importancia de estos sistemas defensivos disminuirá en favor de la mucho más poderosa Atlantikwall, que será objeto de un estudio posterior.

ÍNDICE

-LAS MURALLAS DEL TERCER REICH
-CAPÍTULO I
La Westwall
-Características -Tipos de bunker en la Westwall
-CAPÍTULO II
La Ostwall
-CAPÍTULO III
Las defensas costeras alemanas
-Estructura y organización
-Mar del Norte
-Islas Frisias orientales
-Islas Frisias del Norte

¿HITLER O NAPOLEÓN? – CARLOS CABALLERO JURADO

García Hispán Editor
2000
363 págs.,
15×22 cms.
Tapa: blanda
Precio para Argentina: 119 pesos
Precio internacional: 17 euros

La obra que el lector tiene en sus manos es solo el primer volumen de un ambicioso proyecto que pretende estudiar, en tres volúmenes sucesivos, la historia de aquellos franceses que, en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, formaron parte de la “Wehrmacht” alemana.

Se trata de un capítulo de la historia que en nuestro vecino país se ha tratado de ocultar por parte de las autoridades de París de una forma constante. En los distintos gobiernos que desde 1944 se han sucedido en Francia, por encima de cualquier disparidad política, siempre ha habido un dogma: Francia era una de las potencias vencedoras de la IIª Guerra Mundial, en la que nunca dejó de combatir contra el III Reich. Como este libro demostrará al lector, la realidad es que la Francia derrotada en 1940 intentó incluso ser admitida como aliada por el Eje, y que mantu­vo durante meses un enfrentamiento bélico contra Inglaterra. Además, los franceses que se alistaron para servir voluntarios en la “Wehrmacht” alemana suponen una cifra prácticamente idéntica a la de quienes se unieron a las tropas de la “Francia Libre” de De Gaulle.

Este libro se adentra en los primeros meses de conflicto.

ÍNDICE

Cap. lº.-   De la victoria a la derrota. Francia, 1918-1940……………………..13
Cap. 2°-.-   Ni Paz ni Guerra. Francia, 1940-1941…………………………………77
Cap. 3º.-   La sombra de la Grande Armée. La Legión de Voluntarios
Franceses en Rusia, junio 1941 -junio 1942………………………………………. 135
Cap. 4º.-   Los mitos de la resistencia. Francia 1941-1942……………………213
Cap. 5°.-   El gran espejismo: la Legión Tricolor (o el frustrado
intento de crear una División Azul a la francesa)…………………………………255
Cap. 6º.-   La Legión de Voluntarios Franceses en la campaña
africana. Túnez, diciembre   1942 – mayo 1943……………………………………293
APÉNDICE FOTOGRÁFICO…………………………………………………………..329

PROLOGO DEL EDITOR

La obra que el lector tiene en sus manos es solo el primer volumen de un ambicioso proyecto que pretende estudiar, en tres volúmenes sucesivos, la historia de aquellos franceses que, en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, formaron parte de la “Wehrmacht” alema­na.
Se trata de un capítulo de la historia que en nuestro vecino país se ha tratado de ocultar por parte de las autoridades de París de una forma constante. En los distintos gobiernos que desde 1944 se han sucedido en Francia, por encima de cualquier disparidad política, siempre ha habido un dogma: Francia era una de las potencias vencedoras de la IIª Guerra Mundial, en la que nunca dejó de combatir contra el III Reich. Como este libro demostrará al lector, la realidad es que la Francia derrotada en 1940 intentó incluso ser admitida como aliada por el Eje, y que mantu­vo durante meses un enfrentamiento bélico contra Inglaterra. Además, los franceses que se alistaron para servir voluntarios en la “Wehrmacht” alemana suponen una cifra prácticamente idéntica a la de quienes se unieron a las tropas de la “Francia Libre” de De Gaulle (y que, en realidad, deben ser consideradas como formaciones francesas de las Fuerzas Armadas británicas). La “Resistencia” francesa, por otra parte, no deja de ser un mito, ya que hubo tantos franceses luchando contra ella como los integrados en ella, de manera que lo que Francia experi­mentó no fue una Resistencia Nacional contra el invasor, sino una auténtica Guerra Civil, aunque de baja intensidad.
Quizás algún lector se sorprenda de que este tema vaya a ser abordado en tres volúmenes consecutivos, cuando en realidad la cifra de los volun­tarios franceses que sirvieron en la “Wehrmacht” no es tan elevado. Siendo esto cierto, hay que tener en cuenta, sin embargo, otro factor: el de la importancia intrínseca de Francia en el concierto europeo. Países como Holanda o Letonia aportaron muchísimos mas voluntarios a las Fuerzas Armadas alemanas que Francia. Pero su importancia como referente político en el Viejo Continente es minúscula. Por esta razón había que estudiar con detenimiento, casi milimétricamente, la historia de estos voluntarios franceses, ya que Francia es un país de una estatura histórica excepcional.

PROLOGO DEL AUTOR

La decisión de escribir este libro que ahora tiene el lector entre sus manos se remonta a 1990. Y el desencadenante de la decisión no fue otro que la lectura de un artículo en el parisino diario “Le Monde” del 30 de junio de ese año. La noticia aparecía, para ser exactos, en la página 10ª, y francamente no puedo resistir la tentación de transcribirla íntegramente:
“Por petición de Monsieur Chevénement: una investigación sobre la extrema-derecha en Saint-Cyr.
“Monsieur Jean Pierre Chevénement, Ministro de Defensa, ha confia­do al Inspector General del Ejército de Tierra, el general de Ejército Jean Claude Coullon, la realización de una investigación destinada a esclarecer las condiciones en las cuales dos jóvenes cadetes de tercer año en la Academia Militar de Saint-Cyr han podido, en su Memoria de fin de curso, hacer remontar los fundamentos “fecundos” de la actual cooperación militar franco-alemana al periodo en el que algu­nos voluntarios franceses se alistaron con los nazis, entre 1940 y 1945.
“El asunto ha estallado con la dimisión del general en la Reserva Geor-ges Fricaud-Chagneau, que era uno de los asesores del jurado que atendía la Tesis, jurado presidido por un oficial general en activo y que pertenece al actual consejo de seguridad y defensa conjunta franco-alemán. El general Fricaud-Chagneau, antiguo resistente, es uno de los asesores del Ministro de Defensa.
“En esta Tesis de historia, de trescientas cincuenta páginas mecanogra­fiadas, redactada por siete cadetes y consagrada a las relaciones militares franco-alemanas, dos de los autores juzgan como “fecundos” fundamen­tos de esta colaboración militar entre ambos países los precedentes constituidos por la Legión de Voluntarios Franceses, la Brigada SS francesa y la División SS “Charlemagne”, constituidas durante la guerra mundial con contingentes procedentes de ambos lados del Rin. “En el gabinete del Ministro se afirma que tales afirmaciones son, cuan­do menos, “curiosas” e “inquietantes”. Por su parte, los mandos de la Academia de Saint-Cyr juzgan “abusivo” que se hable de tesis nazis al hablar de un texto que solo contiene cuatro líneas de alusión a la División “Charlemagne”.
“El general Coullon, encargado de la investigación, deberá juzgar si en la redacción de los dos jóvenes cadetes lo que ha influido en una mala información, que convendría corregir, o si por el contrario se trata de juicios perversos inspirados en ideas de extrema-derecha”. ¡Parecía increíble! Cuarenta y cinco años después de acabada la IIa Guerra Mundial, todo el Alto Mando francés parecía al borde del ataque de nervios porque dos sencillos cadetes de Saint-Cyr escribían unas pocas líneas sobre las unidades de voluntarios franceses que sirvieron integradas en las Fuerzas Armadas alemanas durante aquel casi remoto conflicto.
Y, sin embargo, tenía su lógica. Uno es muy libre de engañarse a si mismo si lo desea, aunque no puede pretender que los demás le sigan en ese juego de mentiras. Francia ha construido una imagen de si misma sobre su comportamiento en la IIª Guerra Mundial en el que resulta que todos los franceses eran entusiastas resistentes antialemanes y apoyaban a la “Francia Libre” de De Gaulle. Nada mas lejano de la realidad. Varios miles de franceses combatieron durante el conflicto usando, vo­luntariamente, uniformes alemanes. Pero negar su existencia es mas cómodo que tratar de explicar las razones que llevaron a que se produ­jera este hecho.
Lamentablemente, la actitud de las autoridades francesas ante este episo­dio de su pasado sigue inmutable. El año 1996 veía la luz la obra de Pierre Miquel “39-45. Mille photographies inédites”. Se trataba de un libro de gran formato destinado a contar, en imágenes, la historia de Francia en la IIª Guerra Mundial, realizado por iniciativa del “Service d’Information et de Relations Publiques des Armées”. Es difícil reali­zar una obra mas unilateral que esta: no había ni una imagen de los voluntarios franceses que combatieron en el frente del Este integrados en las Fuerzas Armadas alemanas y en cambio si que había cuatro páginas enteras dedicadas a la pequeña unidad que, representando a la “Francia Libre”, combatió en aquel frente. El problema es que mientras que los voluntarios franceses en las Fuerzas Armadas alemanas que participaron en aquellos combates en el frente oriental suponen varios miles y combatieron allí entre diciembre de 1941 y mayo de 1945, los franceses que sirvieron a las órdenes de Stalin apenas llegan a los 60 y solo actuaron entre marzo de 1943 y el final del conflicto. Para los mas numerosos, ni una línea, ni una foto.
La absoluta mala fe y la insidiosa voluntad de desinformación se evi­denciaban aún más en otra fotografía. En ella, ante las fosas comunes de Katyn, donde yacían los cadáveres de los oficiales polacos asesina­dos por orden de Stalin, se ve a un grupo de personajes civiles y militares. El comentario de la foto identifica a uno de los civiles, el escritor francés Robert Brasillach. Sin embargo, a su lado, se aprecia a dos militares que visten uniforme francés. Aquí se hace el silencio. El autor de la obra no hace ni un mínimo comentario sobre ellos. ¿La razón? Muy sencilla: uno de ellos es el coronel Puaud, un veterano oficial francés, que fue Comandante de la Legión de Voluntarios fran­ceses y, después, de la División SS francesa “Charlemagne”. El otro oficial francés, el capitán Demessine, también pertenecía a la Legión de Voluntarios. Decir sus nombres y la razón por la que estaban en ese lugar hubiera supuesto tener que admitir que hubo franceses que com­batieron en Rusia junto a los alemanes, así que se hace sobre ellos un completo silencio. Y pese a que, como repito, ambos lucen uniformes franceses, el autor no da ninguna explicación, confiando en que el detalle le pase inadvertido al lector. Después de todo, sería un engorro tener que explicar al lector que, pese a la supuesta unanimidad de los franceses en la IIa Guerra Mundial, el escritor Brasillach y el el oficial Demessine fueron ejecutados por sus compatriotas (Puaud murió en combate).
El libro es un auténtico prodigio de ocultación histórica: no aparecen fotos de los franceses que, en Dakar, en Siria o en Madagascar, se enfrentaron a los “gaullistas” y a los británicos. Y en cambio se exagera hasta extremos que rayan el ridículo la importancia militar de los escuá­lidos efectivos de la llamada “Francia Libre”.
¿Es así como hemos de escribir la historia? ¿Es así como hemos de admitir que se nos cuente la historia? Creo, sinceramente, que no. Por eso, hace ya demasiados años, tomé la decisión de escribir este libro, que espero que acerque al lector a una visión mas ajustada de la reali­dad. Por suerte o por desgracia, en mi empeño he acumulado documen­tación tan amplia como para exigir que esta obra se edite en tres volúmenes sucesivos. Pero espero que el lector, a quien supongo tan ansioso por conocer la verdad como a mi mismo, me acompañe en este largo viaje.

La lucha de Hitler por la paz de Europa Un diario de los esfuerzos de Adolf Hitler para lograr la paz y la igualdad – Eugen Hadamovsky

124 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2016
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
Precio para Argentina: 150 pesos
Precio internacional: 15 euros

Eugen Hadamovsky, quien fue durante el Tercer Reich jefe de División de la Dirección de Propaganda del Reich, Director Nacional de Programación para la radio alemana, jefe la oficina central de Propaganda en Berlín, director de transmisión Reich y director de la primera estación de televisión alemana, recoge sus experiencias junto a Adolf Hitler durante la gira que éste realizó por toda Alemana en marzo de 1936 como parte de sus esfuerzos por lograr la paz de Europa haciéndole saber al pueblo alemán y a los países extranjeros su anhelo de paz y sus propuestas a tal fin.
Con una gran cantidad de citas de los discursos de Hitler en tal gira se intenta resaltar, por un lado, que Alemania busca la paz como elemento indispensable de la política europea y para ello está dispuesta a realizar concesiones en tanto se la respete como un igual, y, por el otro, que, como en cada decisión importante, el pueblo alemán acompaña a Hitler en prácticamente su totalidad. Se pretende mostrar como el Führer entra en contacto inmediato con el pueblo, lo acerca a su corazón, traduce sus emociones, se hace un intérprete de sus anhelos, a la vez que manda un mensaje al extranjero sobre esta voluntad común de pueblo y Führer. Ante la campaña de difamación que ya para esa época se emprendía contra Hitler, se esperaba que la toma de conocimiento por los diversos pueblos de esta voluntad nacional puediera tirar abajo las mentiras, ver las innumerables propuestas de paz que se habían realizado a la comunidad internacional, incluida la propuesta de desarme, y que el nacionalsocialismo a lo sumo quería reintegrar al Reich a los alemanes que fueron injustamente despojados de su ciudadanía por el Tratado de Versalles pero nada tenía que ver con asuntos extranjeros.

ÍNDICE

Eugen Hadamovsky: El primer director de un canal de televisión7
Prólogo9
La oferta pacifista del Führer en el Reichstag alemán del 7 de marzo de 193619
La movilización pro paz europea.29
En el foco del movimiento37
En la Prusia oriental59
En Hamburgo67
En las usinas de Krupp.73
Un nuevo régimen y 25 años de paz en Europa77
En el hall “Deutschland”83
Predica una moral más elevada87
Por primera vez en la orilla izquierda del Rhin93
En la fragua alemana99
Campanas de paz en el Rhin107
Victoria para la paz europea115

Eugen Hadamovsky: 
El primer director de un canal de televisión

Eugen Hadamovsky nació en Berlín el 14 diciembre 1904, en Brandeburgo. Ayudó a organizar a los oyentes de radio nacionalsocialistas y manejó los detalles técnicos en muchos de los actos masivos de Hitler. En 1932 fue nombrado jefe de División de la Dirección de Propaganda del Reich del NSDAP. Sus funciones incluían, entre otras cosas, la supervisión de los discursos de campaña de Adolf Hitler a transmitir por radiodifusión.
Poco después de la toma del poder , se desempeñó como Director Nacional de Programación para la radio alemana y en una variedad de otros puestos de trabajo durante la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial . Él era jefe la oficina central de Propaganda en Berlín de 1942 a1944. Además fue autor de siete libros de propaganda, el más importante de los cuales fue “La organización de la opinión pública para las políticas nacionales” (1933), el único libro de tratamiento de los principios generales de la propaganda publicados durante el Tercer Reich.
En 1935 fue director de transmisión Reich y ejerció ;la dirección de la primera estación de televisión alemana.
Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, Hadamovsky se unió a la 4ª División SS Polizei y murió en combate como un Obersturmführer (primer teniente) al frente de su compañía en el frente oriental a principios de marzo 1945 cerca de Rummelsburg. Recibió una bala en el corazón. Goebbels escribió de él como uno de los mejores compañeros, un compañero leal y enérgico y un viejo amigo.

Prólogo

El autor se ha esforzado en narrar la verdad vivida, con la imparcialidad de un cronista. Si, a pesar de esto, el diario de la gira triunfal de Adolf Hitler por los territorios alemanes, apa­rece como una novela fantástica, el lector debe­rá atribuirlo a los hechos fantásticos y noveles­cos de esos días y a la personalidad extraordina­ria del héroe popular de Alemania.

Hadamovsky.

 

Europa como comunidad en su lucha vital Conferencias europeistas del III Reich – Congreso europeo de estudiantes y combatientes del Reich

148 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2015
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
Precio para Argentina: 200 pesos
Precio internacional: 14 euros

Se presentan aquí las conferencias europeas reunidas bajo el título “EUROPA COMO COMUNIDAD EN SU LUCHA VITAL”, correspondientes al 1er Congreso de Estudiantes y Combatientes, celebrado por la Jefatura de la Organización de los Estudiantes del Reich en la ciudad de Dresde en 1942. En ellas, una representación la juventud idealista y combatiente de la Nueva Europa, discurre acerca del hecho europeo, en el pasado y en el presente, así como establece las bases sobre las que la Europa unida del futuro debía asentarse. De ellas se pueden extraer dos ideas:
1) El establecimiento en el futuro de un marco común europeo, para solucionar las necesidades y problemas en distintos ámbitos (cultural, político, jurídico, etc…) a los que la estructuración de los Estados nacionales no podían dar respuesta. Dicho marco no se basaría en aspectos puramente económicos o materiales, sino que, principalmente, habrían de fundarse en los caracteres naturales comunes, de cuyo continuo aporte por parte de todos y cada uno de los Pueblos europeos en las distintas épocas logró Europa su grandeza cultural y civilizadora.
2) La conciencia europea como factor aglutinante de los diversos pueblos que la componen. No se trata pues, de un concepto imperialista en el cual uno de los pueblos somete a los demás aniquilando sus identidades propias y caracteres específicos, sino de una verdadera voluntad común basada en el respeto a las diferencias intrínsecas.
La concreción de esa conciencia europea, cuyos primeros atisbos vemos en estas conferencias europeas, se forjaría y arraigaría definitivamente en el frente, donde la elite de esa juventud europea, luchando bajo una sola insignia, entregaría su vida por la Idea, por esa Nueva Europa en ciernes.

ÍNDICE

NOTAS DE LA EDICIÓN
PRÓLOGO

DR. HANS BÄHR (Alemania):
EUROPA COMO COMUNIDAD EN SU LUCHA VITAL

EXCMO. SR. SERAFINO MAZZOLINI (Italia):
LA CULTURA DE LA ANTIGUA ROMA, COMO FACTOR DE LA UNIDAD EUROPEA

PROF. DR. J. M. CASTRO-RIAL (España):
LA MISIÓN DE LAS NACIONES EUROPEAS

PROF. DR. WILHELM ZIEGLER (Alemania):
LA IDEA DEL ORDEN EN LA HISTORIA EUROPEA

PROF. DR. H. H. AALL (Noruega):
IDEOLOGÍA Y ORDENAMIENTO JURÍDICO EN LA REORGANIZACIÓN DE EUROPA

DR. YRJÖ VON GRÖNHAGEN (Finlandia):
EUROPA, CARA AL ESTE

COMANDANTE WALTER TRÖGE (Alemania):
EL IDEALISMO MILITAR Y LA UNIÓN DE EUROPA

PROF. JANKO JANEFF (Bulgaria):
EL ESPÍRITU EUROPEO

ALBERTO MARIO CIRESE (Italia):
LA CONCIENCIA EUROPEA

DR. CRISTIAN CARP (Dinamarca):
EVOLUCIÓN Y FUTURO DE LA JUVENTUD ESTUDIANTIL EUROPEA

PROF. DR. HUNKE (Alemania):
TRABAJO Y MILICIA COMO SILLARES DE EUROPA

DESCRIPCIÓN

Se presenta aquí las conferencias europeas reunidas bajo el título “EUROPA COMO COMUNIDAD EN SU LUCHA VITAL”, correspondientes al 1er Congreso de Estudiantes y Combatientes, celebrado en la ciudad de Dresde en 1942. En ellas, una representación la juventud idealista y combatiente de la Nueva Europa, discurre acerca del hecho europeo, en el pasado y en el presente, así como establece las bases sobre las que la Europa del futuro debía asentarse. De ellas se pueden extraer dos ideas:
1) El establecimiento en el futuro de un marco común europeo, para solucionar las necesidades y problemas en distintos ámbitos (cultural, político, jurídico, etc…) a los que la estructuración de los Estados nacionales no podían dar respuesta. Dicho marco no se basaría en aspectos puramente económicos o materiales, sino que, principalmente, habrían de fundarse en los caracteres naturales comunes, de cuyo continuo aporte por parte de todos y cada uno de los Pueblos europeos en las distintas épocas logró Europa su grandeza cultural y civilizadora.
2) La conciencia europea como factor aglutinante de los diversos pueblos que la componen. No se trata pues, de un concepto imperialista en el cual uno de los pueblos somete a los demás aniquilando sus identidades propias y caracteres específicos, sino de una verdadera voluntad común basada en el respeto a las diferencias intrínsecas.
La concreción de esa conciencia europea, cuyos primeros atisbos vemos en estas conferencias europeas, se forjaría y arraigaría definitivamente en el frente, donde la elite de esa juventud europea, luchando bajo una sola insignia, entregaría su vida por la Idea, por esa Nueva Europa en ciernes.
Publicaciones como “LA JOVEN EUROPA”, editada igualmente por el Intercambio Cultural Académico dan muestras de ello. Siendo esta juventud, vanguardia de los respectivos movimientos europeos en oposición a los esquemas decimonónicos, nacionalistas e imperialistas que en algunos sectores de dichos movimientos aún existían, el portaestandarte del la Nueva Europa a construir, su influencia se dejaría notar en todos los movimientos Nacional-Revolucionarios posteriores a la contienda, depositarios de esa gran conciencia europea.

PRÓLOGO

Europa se encuentra en una vertiente histórica decisiva. Se ha superado la impotencia de la obra de descomposición británica y aparece con más claridad que nunca la antigua afinidad de la sangre y de la solidaridad de espíritus en el sentimiento natural de una compenetración. Entre la discordia y la angustia se han encontrado unos a otros los pueblos de la zona vital europea y se han incorporado al frente común contra un mundo materialista sin cultura y sin alma. Versalles es la clara advertencia y el sangriento imperio del bolchevismo, el pavoroso ejemplo de lo que amenazaba a Europa. Por esto los pueblos europeos luchan contra la esclavitud y la decadencia por una vida de libertad y de paz social. En esta lucha la alianza de las plutocracias con el bolchevismo destructor de la cultura ha sacudido incluso a los más reacios.
Casi toda Europa se ha unido en la cruzada de las armas y de los espíritus. Mientras las armas están decidiendo la lucha todavía, los espíritus tienen que preparar ya los cimientos de la nueva Europa. La colaboración en esta obra es la tarea más urgente de todos cuantos, espiritualmente activos, tengan conciencia de su responsabilidad. Y esto tanto más cuanto que los verdaderos valores de Europa son de naturaleza espiritual y cultural. Toda reconstrucción exige la incorporación estímulo de esas fuerzas espirituales y culturales. Sólo de esta tradición pueden salir los pilares de un duradero porvenir europeo.
Estas conferencias pretenden fomentar el intercambio intelectual sobre la reconstrucción espiritual de Europa y estimular el estudio de los problemas fundamentales. En esta obra se han recogido en lo esencial conferencias pronunciadas en el primer Congreso europeo de estudiantes y combatientes celebrado en Dresde en 1942. Se han añadido para completar otros trabajos que han parecido importantes y adecuados en esta obra. El sentido y la finalidad de este libro es excitar la idea y el tema de la nueva Europa y servir de estímulo para nuevos pensamientos. El editor está convencido de que un intercambio intelectual sobre estos problemas puede ser el camino más fecundo para que todos los pueblos europeos lleguen a la comprensión y solución del gran tema:

“UNIDAD EUROPEA”

La mentira de Ulises – Paul Rassinier

320 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2015
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
Precio para Argentina: 330 pesos
Precio internacional: 21 euros

Un resistente francés, un enemigo de los nazis y que por tanto luchó contra Alemania, da a conocer en esta obra lo que fueron los campos de concentración de Buchenwald y Dora. Paul Rassinier ha sido el primero en manifestar, con brillante forma literaria, la verdad sobre el régimen de vida y los horrores de ambos campos. A su impresionante relato le sigue, como segunda parte del libro, una dura crítica de los principales testimonios sobre los campos alemanes, estableciendo el revisionismo sobre los campos de exterminio del régimen nazi.
Paul Rassinier es considerado como el primer historiador revisionista, al ser también el primero que pone en tela de juicio la propaganda de los vencedores. Ingresó en el Partido Comunista Francés en 1922, pero a causa de sus posiciones de extrema izquierda fue excluido del mismo en 1932. Su izquierdismo militante lo llevó a ingresar en la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO), para tomar parte en el movimiento animado por Marceau Pivert. Era pacifista y sin embargo fue de los primeros en integrarse en la Resistencia francesa. A causa de sus acciones en la organización terrorista fue detenido por la policía alemana en octubre de 1943 y deportado a Buchenwald y Dora. De allí salió inválido y dedicó el resto de su vida a defender la verdad -que él conoció en persona- sobre la mitología de los campos de concentración, y en particular sobre las denominadas “cámaras de gas”. Al aparecer en 1951 su libro La mentira de Ulises fue celebrado por la Internacional Obrera, pero al año siguiente le valió ser excluido de la misma.

ÍNDICE

Prólogo de la edición española 7
Prefacio a la 5ª edición francesa 17
PRIMERA PARTE: LA EXPERIENCIA VIVIDA
Prólogo del autor para la segunda y tercera ediciones francesas 21
A modo de introducción para la cuarta edición francesa 49
Prólogo 51
I.- Una muchedumbre de tipos humanos diversos ante las puertas del infierno 73
II.- Los círculos del infierno 93
III.- La barca de Caronte 109
IV.- Un puerto de salvación, antesala de la muerte 133
V.- Naufragio 147
SEGUNDA PARTE: LA EXPERIENCIA DE LOS OTROS
I.- La literatura sobre los campos de concentración 155
II.- Los testigos menores 167
Apéndice al Capítulo II: La disciplina en la prisión central de Riom 179
III.- Louis Martin-Chauffier 185
IV.- Los psicólogos: David Rousset y el mundo de los campos de concentración 197
Apéndice al Capítulo IV: Declaración jurada 219
V.- Los sociólogos: Eugen Kogon y El infierno organizado 225
VI.- El comandante de Auschwitz habla…, de Rudolf Höss 265
VII.- Las cámaras de gas: 6.000.000 de gaseados o… 279
Conclusión de la 1a, 2a, 3a y 4a ediciones francesas 309

INTRODUCCIÓN

Una de las características particulares de la ciencia histórica consis­te en la continua reformulación de sus planteos. La permanente reva­loración de fuentes y documentos hace que la historia se base en datos reales antes que en consideraciones ideológicas y políticas, y que su pre­tensión más prístina sea la objetividad y no las visiones parciales. Es ab­surdo acusar a un historiador de “revisionismo” cuando la historia misma es una permanente revisión.
No obstante, esta continua revisión y reconsideración constituye una amenaza para toda historia “oficial”, es decir aquella establecida como únicamente válida, y que generalmente es escrita con fines políticos y propagandísticos por parte de la facción o el bando vencedor. En lo que respecta a los procesos históricos de este siglo, con sus continuas gue­rras, dos de ellas mundiales, existe una evidente versión oficial de la historia y otra contestataria.
El historiador francés Paul Rassinier es un excepcional testigo de los difíciles años de la segunda guerra mundial. Diputado socialista, por su actuación en la Resistencia terminó como prisionero en los campos nazis de Buchenwald y Dora. Su vocación de objetividad le llevó, a pesar de su experiencia personal, a estudiar todo aquello relacionado con los Lager alemanes, convirtiéndose en un especialista en el tema. El objeto principal de sus estudios ha sido el análisis de la persecución antisemita del nazismo, y sus cálculos basados en cifras de fuente hebrea —con­frontadas con todo rigor, le han llevado a conclusiones muy diferentes de otros autores, considerados especialistas y que en realidad exponían una historia adulterada, basada en criterios políticos. El estudio consi­guiente llevó a Rassinier a escribir una obra clave, “El Drama de los Judíos Europeos”, cuyo impacto obligó, de diversas maneras, a muchos histo­riadores a rectificar sus afirmaciones.
Por otra parte, en su libro “La verdad sobre el proceso Eichmann”, Rassinier descubre los verdaderos entretelones del juicio al ex-teniente coronel de las SS, cuyo rango era de poca importancia, pero sus cono­cimientos sobre las relaciones entre sionistas y nacionalsocialistas durante la segunda guerra mundial eran pura dinamita política en caso de ser divulgados masivamente.
Pero es su primera obra “La mentira de Ulises” la que, tempranamente, inaugura una escuela revisionista histórica que no sólo no ha cesado de pro­ducir, sino que acrecienta su producción en número e importancia cada día. En 1950, al escribir dicha obra, Rassinier no sólo apotraba sus reflexio­nes de testigo de los campos de concentración, sino que ponía en entre­dicho otros testimonios y confrontaba los escritos de los primeros que se habían ocupado del tema. Rassinier clasificó en tres categorías los testigos del fenómeno concentracionario: los que no podían ser considerados tes­tigos fieles sino menores; los sicólogos, víctimas de su inclinación a los argumentos subjetivos; los sociólogos, que pretendían estudiar el fenómeno como manifestación sociocultural. No había encontrado auténticos his­toriadores entre ellos.
Rassinier concluía que la “literatura concentracionaria” había sido sostenida y alimentada ininterrumpidamente por cierta política en las relaciones norteamericano-soviéticas. La necesidad de mantener latente la amenaza de un resurgimiento del nazifascismo en Europa ayudaba a justificar la propia política de ambas superpotencias, en un bipolarismo en el cual un continente vencido no era protagonista. Para el Estado de Israel, constituido en 1948, apoyar la literatura concentracionaria ofi­cial significaba el principal argumento para recibir las vitales subven­ciones alemanas en concepto de reparaciones, así como hacer del Holocausto la razón esencial del propio estado fundacional. Por ello era necesario, desde las dos fábricas principales de este tipo de literatura —Comité para la persecución de Criminales de Guerra (Varsovia), y Centro Mundial de Documentación Judía Contemporánea (Tel Aviv, Viena y París)— emprender permanentes ofensivas de denuncia del recrudeci­miento del antisemitismo y recordación continua de las atrocidades cometidas por el nazismo.
Hoy día, cuando el bipolarismo ha terminado, Israel ha dejado de ser parcialmente el bastión de los EE.UU. en Medio Oriente y debe ne­gociar con los árabes, la URSS reconoce sus propios crímenes de gue­rra, y el revisionismo prende en los intelectuales norteamericanos de origen judío pero antisionistas, seguir postergando la importancia y los méri­tos del revisionismo es anticuado.
Paul Rassinier, quien fue víctima de insidiosos ataques toda su vida, murió, en la pobreza y el aislamiento en julio de 1967, dejando una no­table producción de obras históricas, entre ellas el presente libro, un hito fundamental de la corriente revisionista internacional.

El Editor

PRÓLOGO DE LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Un resistente francés, un enemigo de los nazis y que por tanto luchó contra Alemania, da a conocer en esta obra lo que fueron los campos de concentración de Buchenwald y Dora. Paul Rassinier ha sido el primero en manifestar, con brillante forma literaria, la verdad sobre el régimen de vida y los horrores de ambos campos. A su impresionante relato le sigue, como segunda parte del libro, una dura crítica de los principales testimonios sobre los campos alemanes.
Es evidente que un libro de este tipo, no puede aislarse del problema político general que planteó la segunda guerra mundial. Al iniciarse en 1945 la «domesticación» del europeo, entró en vigor el axioma de que Alemania era la responsable exclusiva del conflicto. A los dieciséis años de las hostilidades, se ha producido una auténtica revolución copernicana en los estudios históricos sobre ese período. Y en este han colaborado en especial los historiadores de los países que triunfaron. Sobresalen entre ellos Charles Callan Tansill con su obra Back Door to War, Harry Elmer Barnes (Perpetual War for Perpetual Peace), William H. Chamberlin, almirante Theobald, Charles A. Beard, James A. Farley, John B. Flint, general Wedemeyer, Benoist Mechin, Liddel Hart, Emrys Hughes, Henry Coston, F. J. P. Veale, etc. Destaca en sus obras la gran responsabilidad de Roosevelt y de Churchill en el conflicto, llegando en su mayoría a la conclusión que escuetamente recogió James Forrestal, secretario de Defensa de los Estados Unidos, en su obra The Forrestal Diaries:
«Ni los franceses ni los ingleses hubieran considerado a Polonia causa de una guerra, si no hubiese sido por la constante presión de Washington. Bullit dijo que debía informar a Roosevelt de que los alemanes no lucharían; Kennedy replicó que ellos lo harían y que invadirían Europa. Chamberlain declaró que América y el mundo judío habían forzado a Inglaterra a entrar en la guerra.»
La tesis del aniquilamiento total del enemigo, iniciada durante la guerra y fomentada después, estuvo íntimamente ligada a la propaganda de crueldades. El profesor Friedrich Grimm, cuenta en su obra Politische Justiz la visita que le hizo en 1945 un representante de los aliados. Al exponer Grimm los métodos de la propaganda aliada y el empleo científico de la mentira que en ella se hacía, su interlocutor le respondió:
«– Veo que estoy ante un experto. Ahora quiero decirle también quién soy yo. No soy catedrático de Universidad. Pertenezco a la Central de la que me ha hablado usted. Desde hace meses cultivo esto que usted ha descrito tan justamente: propaganda de atrocidades ~ con ello hemos ganado la victoria total.
Yo le repliqué:
— Lo sé, y ahora tienen que cesar.
El me respondió:
— ¡No, ahora es precisamente cuando empezamos! Nosotros continuaremos esta propaganda de atrocidades, la aumentaremos hasta que nadie acepte una palabra favorable hacia los alemanes, hasta que sea totalmente destruida la simpatía que ustedes han tenido en otros países, y hasta que los mismos alemanes vayan a parar a tal confusión que ya no sepan lo que hacen.»
Este tipo de propaganda, en el que se mezcla un litro de verdad por cada diez de mentiras, llega al subconsciente del individuo, a sus instintos. La explotación racional de los campos de concentración alemanes ayuda así, en gran manera, a impedir la reunificación de este país y mantenerle arrinconado en el ghetto de la venganza.
Sobra decir que de los campos de concentración aliados apenas se ha dicho algo. A pesar de ser tan numerosos como los alemanes. En Francia, mientras a las fuerzas germanas les bastaron dos campos – Struthof y Schirmeck – para internar a los resistentes y otros enemigos, los liberadores de 1944 además de dejar ambos en funcionamiento y de tener las cárceles llenas, instalaron otros nueve campos de concentración más en la Alsacia-Lorena.
Rassinier, en este libro escrito para franceses, da a conocer los horrores de Buchenwald y Dora durante el período alemán. Pero liberado en 1945, no pudo conocer directamente el terror que siguió imperando en Buchenwald a partir de la victoria aliada, y que dejando tras de sí a 18.000 cadáveres alemanes sólo terminó en febrero de 1950. Los últimos ocupantes fueron ejecutados o trasladados a las prisiones de la zona oriental, y el comando de enterradores desapareció en la Unión Soviética. Algo parecido sucedió con Dachau, donde – según el Süddeutsche Zeitung – fueron internados 25.000 alemanes.

* * *

Una de las leyendas de la mitología aliada es la de la muerte de seis millones de judíos. El estudio estadístico de Rassinier demuestra que el número de víctimas fue inferior al millón. En esto se aproxima a lo que el Dr. judío Listojewski, publicó en la revista The Broom de San Diego (California) el 11 de mayo de 1952:
«Como estadístico me he esforzado durante dos años y medio en averiguar el número de judíos que perecieron durante la época de Hitler. La cifra oscila entre 350.000 y 500.000. Si nosotros los judíos afirmamos que fueron seis millones, esto es una infame mentira.»
Los judíos, como los alemanes, cuando han tenido el poder en sus manos han perdido el sentido de la medida. Por eso aún se puede confiar en que la verdad histórica terminará por imponerse a la mentira política. Que actualmente se sigue mixtificando en este asunto, lo demuestran las informaciones que sobre un proceso que tuvo lugar en Dusseldorf, publicaron tres periódicos alemanes el 19 de septiembre de 1960. El Bremer Nachrichten escribe:
«Entonces contó Hohn, que en el campo de concentración de Sachsenhausen, además de los talleres y los barracones dormitorios había: la horca, un taller para falsificar dinero, la instalación para el tiro en la nuca, la del gas y el crematorio, en el que según sus recuerdos desaparecieron en una noche DOSCIENTOS seres humanos».
El Frankfurter Allgemeine Zeitung dice lo siguiente:
«A la pregunta sobre la capacidad del crematorio, contestó Hohn: «Sobre la capacidad no puedo dar ninguna información. Sólo sé que en una noche fueron quemados TRESClENTOS.»
El Weser-Kurier del mismo día, informa:
«Al preguntársele sobre la capacidad del crematorio, dijo Hohn: «No puedo dar ninguna información. Sólo sé que una noche fueron sacadas TRES MIL personas, y, sencillamente, por la mañana ya no estaban allí.»
Si estas cosas suceden actualmente, no se extrañe el lector de que en 1945 fueran gaseados seis millones de judíos. Ni de que con un buen número de ellos se fabricase jabón. Ni de que con sus cabellos se hiciesen colchones para los submarinos alemanes.
* * *
Rassinier dedica un capítulo al problema de las cámaras de gas, que cada vez resulta más confuso. Empezó habiendo cámaras en casi todos los campos. Hoy parece evidente que en Alemania no las hubo, y así lo ha manifestado el juez norteamericano Pinter que tuvo por misión investigar estos campos. El problema radica actualmente en las de Polonia. ¿Se exterminó en Auschwitz a seres humanos con gas? Al ocupar los rusos el campo anunciaron oficialmente la muerte de cuatro millones de seres, el comandante Hoss «confesó» en prisión dos millones y medio, Reitlinger habla de 750.000 gaseados como máximo, y las listas oficiales de Auschwitz recogen algo menos de 300.000 muertos en total. Lo realmente curioso es que la comisión de la Cruz Roja Internacional que visitó el campo en septiembre de 1944 no descubrió cámaras de gas. El Dr. judío Benedikt Kautsky, que estuvo internado durante siete años, tres de ellos en Auschwitz, en su libro Teufel und Verdammte, publicado en Suiza en 1946, dice lo siguiente:
«Yo estuve en los grandes KZ de Alemania. Pero, conforme a la verdad, tengo que estipular que no he encontrado jamás en ningún campo ninguna instalación como cámara de gaseamiento.»
En una sociedad algo más desapasionada que la nuestra, no dejaría de reconocerse que las cámaras de gas que hubo en algunos campos alemanes no agravan el problema. Pues no conviene olvidar que en los Estados Unidos se ultilizan oficialmente. Los hornos, cuando aún no había nazis, ya fueron empleados por el rey David para exterminar a los amonitas. En los de los alemanes y en los de los cementerios europeos sólo se quemaban y se queman cadáveres, no seres vivos.
La cuestión sólo puede plantearse razonablemente reprobando la muerte de todo ser humano inocente. Pero lo que produce asombro es que los vencedores de 1945 se nieguen a que los vencidos hagan uso del mismo argumento. Es un hecho incontrovertible que durante la guerra en especial en 1944 y 1945 — fueron asesinados mayor cantidad de alemanes que de judíos.

* * *

En junio del pasado año, Israel anunciaba la captura de Adolf Eichmann. Evidentemente, la campaña de cruces gamadas en enero había adolecido de muchas imperfecciones.
La nueva, mejor organizada, ya ha ofrecido algunos resultados. Estos culminarán con el próximo «proceso», empleando este término para designar esa situación confusa en la que se mezcla un acto de venganza – raptores, acusadores y jueces serán los mismos judíos – y una lucha política interna entre Nahum Goldmann y el Congreso Mundial Judío por una parte, y por otra el Mapai con Ben Gurion y Ben Zwi a su frente.
Una obra maestra de propaganda que denuncia la faceta exterior del «proceso» Eichmann, son las palabras del comandante de policía Abraham Selinger en Tel-Aviv:
«Con el proceso contra Eichmann, nosotros no sólo queremos sentenciar al más cruel enemigo del pueblo judío, sino refrescar también la memoria del mundo sobre los crímenes nazis contra los judíos. Los recuerdos de Eichmann, que él pone por escrito en su celda, demostrarán también la participación de los árabes en estos crímenes y la indiferencia de los aliados.»
Sólo se ha olvidado Abraham de recoger un aspecto: el económico. Los 16.000.000.000 de marcos con los que la República federal alemana indemniza a Israel, constituyen la principal fuente de ingresos de este país y posibilitan su subsistencia. El Detroit Free Press del 23 de mayo de 1960 ha divulgado las palabras que dijo Ben Gurion a un amigo después de la entrevista que tuvo con Adenaner en Nueva York:
«La diferencia entre Adenauer y Hitler es la siguiente: Hitler sabía que los judíos recibirían el dominio del mundo, por eso mató a seis millones de elloes. Adenauer sabe que los judíos recibirán el dominio del mundo, por eso desea unirse a nosotros.»
Pocas personas dirigieron durante la guerra la «cuestión judía» en ambos bandos contendientes. Himmler murió en una forma que aún está por aclarar. El Dr. Kasztner, en el proceso de Tel-Aviv en 1954, tuvo la desgracia de decir entre otras casas – que Saly Mayer, presidente del American Joint Committee (organización de los judíos de Estados Unidos) había intervenido ante el gobierno suizo para que no abriese sus fronteras a los judíos que Alemania quiso poner en libertad durante la guerra. El Dr. Kasztner, como es sabido, fue asesinado durante el proceso. Eichmann y Ben Gurion están en Israel.
Que Eichmann debe limitarse a hablar de ciertas cuestiones, parece evidente después de las irritadas protestas de Ben Gurion a que fuese un tribunal internacional el que le juzgase. Israel, en resumen, va a participar más activamente en la política mundial. Y aunque no parezca muy seguro lo que afirmaba Le Monde el 25 de mayo de 1960:
«Desde hacía tiempo, varias policías coordinadas por lnterpol seguían el rastro de Eichmann…»
no es de extrañar que un órgano judío de Buenos Aires dijese el 11 de julio del mismo año:
«El Congreso Mundial Judío pide que sea movilizada la Interpol para la represión del antisemitismo. La Interpol debe investigar la procedencia de todos los incidentes antisemíticos y detener inmediatamente a todos los elementos antisemitas y neonazis, así como a todos los neofascistas.»
En los Protocolos de los Sabios de Sión tales cosas sólo se insinuaban. Mientras tanto, el escritor judío Ben Hecht, ya famoso en la TV norteamericana por sus entrevistas con el tema de «Dios y la homosexualidad», ha podido decir por la American Broadcasting Corp:
«Yo profeso un odio contra los alemanes, con sus carnosos cogotes, con sus ojos inexpresivos, y con un hueco frio en su corazón que sólo puede ser calentado por medio del asesinato…»
Y según daba a conocer una publicación católica de St. Benedict (Oregon) en 1959, Ben Hecht, en una de sus obras sobre perversidades, asesinatos por placer, morfinismo, etc., en A Jew in Love, escribe lo siguiente:
«Uno de los hechos más exquisitos que la plebe haya podido realizar, fue la crucifixión de Jesucristo. Desde el punto de vista espiritual fue una gesta brillante. Pero hay que reconocer que la masa actúa sin capacidad suficiente. Si yo hubiera sido encargado de la crucifixión de Cristo, habría actuado de otra manera. Le habría enviado a Roma y le hubiese echado como despojos a los leones. Del cuerpo en carne picada nunca se hubiera podido hacer un redentor.»
No han faltado nunca en el pueblo judío ejemplos de extraordinaria nobleza. Sin tener que remontarnos dos mil años atrás, en febrero de 1960, el gran rabino Goldstein acusó a las organizaciones sionistas de fomentar el antisemitismo. Un mes antes, la organización mundial hebrea Kna’anim denunció a los políticos y organizaciones judías cuya peligrosa política puede llevar en el futuro a nuevos progroms antisemíticos. No es, pues, de extrañar que centenares de alemanes expresasen su admiración al rabino Goldstein, asegurándole que si todos los judíos hubieran sido como él nunca habría habido antisemitismo en Alemania.
El «proceso» Eichmann dará a conocer la línea política que seguirá Israel en el próximo futuro. En el periódico O Globo de Río de Janeiro – cuyo director, Hertert Moses, judío, dirige igualmente la Asociación de la Prensa brasileña – aparecieron estas prudentes palabras:
«Israel comete un error si cree que el odio y la venganza consolidarán su existencia política y le abrirán, mejor que la fraternidad y el perdón, las vías del porvenir y del respeto universal.»
* * *
Con razones semejantes a aquellas por las que se acusa a Eichmann de la muerte de seis millones de judíos, un recalcitrante nazi que pensase que Roosevelt y Churchill iniciaron la segunda guerra mundial, podría afirmar que ellos son los responsables de la muerte de 52 millones de seres.
Eichmann es un genocida porque transportó varios centenares de miles de judíos a los campos. Harry Salomón Truman, que exterminó a 94.620 japoneses en unas horas, parece ser que no lo es, pues, al cumplir sus 75 años de edad, dijo que de la única cosa injusta de la que tenía que arrepentirse en su vida era de haberse casado a los 30 años. Si en Dachau mueren unas 25.000 personas en doce años es un genocidio; si los angloamericanos al destruir el «seudoarte europeo de baratija» matan en un por de días de 200.000 a 300.000 habitantes de Dresde y refugiados que dormían en las calles, se considera como una «operación de castigo». Los partisanos que matan a 55.810 soldados alemanes –estadística checa– son unos héroes; los alemanes que con arreglo a las convenciones internacionales fusilan a esos partisanos o los envían a los campos de concentración son unos bárbaros dignos de aparecer como tales en el cine. Un judío inocente que muere por hambre o en una cámara de gas evidentemente es asesinado, un hamburgués que arde vivo en un bombardeo con fósforo constituye un lamentable episodio de la guerra. Por ello, como los vencidos fueron los malos, nadie podría pensar en juzgar al mariscal Harris por las 80.000 bombas de fósforo y millones de otros tipos que lanzó sobre Hamburgo entre el 24 y el 27 de julio de 1943, y por los 55.000 muertos que causó el bombardeo.
Pocos son ya los que no conocen en la actualidad la historia de la pantalla que parece ser hizo con piel tatuada el comandante de Buchenwald, y que–aunque no apareció–le costó a Koc eI ser juzgado y ejecutado por un tribunal de la S.S. ¿Y qué hacían mientras tanto los norteamericanos? Veamos lo que nos dice uno de ellos, el corresponsal de guerra Edgar L. Jones, en el número de febrero de 1946 de la revista The Atlantic Monthly:
«Nosotros creemos actuar más noble y moralmente que otros pueblos, y, en consecuencia, el estar en mejor situación para decidir lo que es justo en el mundo y lo que no lo es. ¿Cómo cree la población civil que hemos hecho nosotros la guerra? Nosotros hemos matado a sangre fría a los prisioneros, hemos convertido los hospitales de campaña en polvo y cenizas, hemos hundido lanchas de salvamento, hemos matado o herido a la población civil enemiga, hemos rematado a los heridos, hemos arrojado en una fosa a los moribundos con los muertos. En el Pacífico hemos roto los cráneos de nuestros enemigos, los hemos cocido para hacer objetos de mesa para nuestras novias, y hemos escopleado sus huesos para hacer cortaplumas… Nosotros hemos mutilado los cadáveres de enemigos muertos, les hemos cortado las orejas y arrancado los dientes de oro para tener “Souvenirs“…»
Que los aliados nunca aceptaron el dar explicaciones sobre sus genocidios, lo demostraron los ingleses cuando entregaron hace unos años al gobierno de Adenauer la prisión de Hameln. Al hacer unas reparaciones, los alemanes encontraron los cadáveres de unos 200 compatriotas suyos de cuya muerte era responsable la «justicia» militar británica. Inglaterra se negó no sólo a responder de esas ejecuciones sino incluso a facilitar los nombres de las víctimas. Este método, que estuvo muy en boga a partir de 1945, y del cual trata documentadamente el profesor de la Unversidad de Barcelona Llorens Borrás en su obra Crímenes de guerra, le hace recordar a uno aquel famoso parte que un alcalde de Aragón envió al gobierno durante los turbulentos días de la regencia de María Cristina de Borbón: «En este pueblo continúa la matanza de frailes en medio del mayor orden».
Ningún tribunal del mundo ha exigido cuentas para lo que sucedió en los procesos de Nuremberg – «la mayor caza del hombre que conoce la Historia», ha dicho Eden – ni por los millones de seres que padecieron la desnazificación, ni por los belgas que a los dieciséis años de terminada la guerra siguen en las mazmorras de este país por el delito de haberse alistado como voluntarios en el frente del Este. Caso notable de la «justicia política aliada, lo constituye el del comandante alemán Walter Reder, que gravemente enfermo está encarcelado en Gaeta (Italia) acusado de haber fusilado a centenares de habitantes de Marzabotto. Se ha demostrado plenamente que él jamás estuvo en Marzabotto, y que en dicha localidad nunca hubo tal matanza. Altas jerarquías de la Iglesia italiana, del Vaticano, de la resistencia y 280.000 firmas de soldados de varios países europeos han pedido en vano su libertad. Reder no puede ser puesto en libertad porque la «justicia» aliada siempre tiene razón.
* * *
La S. S., algunos de cuyos miembros tuvieron que encargarse de la vigilancia de gran parte de los campos de concentración, ha sido un blanco predilecto de la propaganda aliada. De poco sirvió el que antes de la guerra varios de sus generales protestasen por el empleo de estas milicias para la vigilancia de presos. Y menor efecto aún tuvo en 1945 la afirmación del inspector y Sturmbannführer Morgen, de que ni Auschwitz ni otros campos de exterminio en Polonia estaban administrados por la S. S.
Rassinier refiere que sus funciones se limitaban casi exclusivamente a la vigilancia exterior. También señala algunos excesos de estas tropas. Que la situación no fue idéntica en todos los campos, ha sido dado a conocer por el ex internado Theodor Koester en el semanario Deutsche Wochenzeitung de Hannover. Koester, que estuvo siete años en los KZ de Buchenwald y Gross Rosen, cuenta que al acercarse las tropas rusas en febrero de 1945 a este último campo, los soldados de la S. S. entregaron a los presos fusiles, pistolas ametralladoras y puños antitanques, y añade:
«… los soldados de la S. S. ya no eran nuestros enemigos, eran nuestros camaradas… Y entonces, cerca de Rohnstock, luchamos los ex internados del campo de manera tan valiente junto a la S.S., que cerca de la mitad cayeron en combate… Entre estos presos estaba un vienés que habia luchado en España, varios franceses y muchos comunistas alemanes; se encontraban entre nosotros más de veinte polacos que hubieran podido desertar inmediatamente, pero que precisamente combatieron los más exasperados… En su amargura pensaban en la traición del general ruso Plokossowshi (septiembre de 1944) ante Varsovia.
Pero nosotros pensábamos en las mujeres y muchachas ultrajadas, en los ancianos apaleados.»
En las 38 divisiones de la S.S. combatieron 900.000 soldados. De ellos cayeron más de 360.000 – principalmente en los frentes de Francia y Rusia -, y en 1959 se daban todavía por desaparecidos otros 42.000 más.
El esfuerzo común que esto supuso, se ve con claridad en la composición de las fuerzas de la S.S. que defendieron Berlín en 1945.
Cuando el ejército rojo rompió el frente del Oder, en abril de 1945, quedaban en la capital del Reich los restos de las siguientes divisiones de la S. S.: 4.a Div. acorazada «Nederland», 11 Div. acorazada «Nordland», 15 Div. de granaderos de la S. S. («Letonia núm. 1»), 32 Div. acorazada «30. Januar» y la 33 Div. de granaderos «Charlemagne».
Las dos primeras divisiones estaban integradas por belgas, holandeses, daneses y suecos; la División «Charlemagne» por franceses, suizos y españoles; estonianos y letones formaban la 15 División y los jóvenes de la región del Siebenburg y de las Academias militares de la S. S. estaban en la «30. Januar». El 23 de abril quedaron todas bajo el mando del comandante general Mohncke. Cuando casa por casa y entre ruinas llegaron los rusos al Tiergarten, los letones con el S.S.-Obersturmführer Neilands se fortificaron en el Unter den Linden; los franceses, bajo el mando del S.S.Hauptsturmführer Fenet, formaron grupos especializados anticarros; y el S. S.Hauptsturmführer Roca, con fuerzas estonianas y españolas, defendió la línea en torno a la Wilhelmstrasse. Finalmente, los últimos defensores de Berlín se concentraron junte a la Reichskanzlei. En la noche del 2 de mayo, tras la muerte de Hitler, la Cancillería fue volada por orden de Mohncke.
* * *
Después de haber tratado algunas de las cuestiones que suscita la lectura de La mentira de Ulises, dejemos la palabra a Paul Rassinier. Su preocupación principal – como nos dijo en cierta ocasión – la constituye el problema más importante de la política europea: la reconciliación franco-germana. Ello le movió a escribir este libro, que viene a confirmar las palabras de Sven Hedin: «Para decir algo verdadero y justo, nunca es demasiado tarde.»
B. G. M.
Enero 1961.

PRÓLOGO A LA 5ª EDICION FRANCESA

Dejad decir; dejaos censurar, condenar, encarcelar; dejaos prender, pero divulgad vuestro pensamiento. Esto no es un derecho, es un deber. Toda verdad es para todos… Hablar está bien, escribir es mejor; imprimir es cosa excelente… Si vuestro pensamiento es bueno, se le aprovecha; si es malo, se le corrige, y se aprovecha todavía. ¿Pero el abuso?… Esta palabra es una tontería; los que la han inventado, ellos son los que verdaderamente abusan de la prensa, imprimiendo lo que quieren, engañando, calumniando e impidiendo el responder…
PAUL-LOUIS COURIER.

Escribe como si estuvieses solo en el Universo y no tuvieses nada que temer de los prejuicios de los hombres.
LA METTRIE

La presente edición, que es la quinta, difiere del original por su contenido y, por lo tanto, de su presentación. Pero difiere en poco.
La edición original data de 1950. Pues bien, desde entonces, aunque a cuentagotas y en medio de una propaganda que, regularmente, les ha hecho decir lo contrario de lo que decían, han sido publicados nuevos documentos que han venido a confirmar las tesis del autor. Y si, atendiendo a la demanda, se quisiera reeditar La mentira de Ulises, sin desmontar el mecanismo de estos nuevos atentados contra la verdad histórica, esto supondría descalificarse sin tener apelación. Los más importantes y los más significativos son pues objeto de los capítulos VI y VII de la segunda parte que, sólo éstos, han sido añadidos.
A consecuencia de ello, los diversos prefacios e introducciones de las ediciones precedentes y su conclusión común, se encuentran recogidos en un apéndice cuyo valor documental ya no es más que bibliográfico. Los primeros, porque, si bien constituyen un balance de una discusión que hizo época, no es menos evidente que, si esta discusión tuviese que empezar de nuevo, ellos no le podrían servir más que de punto de partida o de referencias, al estar provisto el asunto por los nuevos documentos. La última porque, si se justificaba en la edición original por la necesidad del autor de precisar bien que sólo había tenido la intención de abrir un debate y definir sus datos, ya que este debate después de diez años no parece estar todavía próximo a cerrarse,
[22] quizá no es tan necesario ni tan urgente prevenir de esto al lector. No es indiferente, por lo demás, advertir que esta conclusión se presentaba bajo la forma de una toma de posición en una controversia que enfrentaba entonces a Sartre y Merleau-Ponty con David Rousset. Ahora bien, si se sabe todavía quienes son Sartre y Merleau-Ponty, hace ya tiempo que todo el mundo, incluidos ellos mismos, ha olvidado las inconcebibles trivialidades que ambos, filósofos, y por consiguiente especialistas en todo a excepción de todas las especialidades, escribieron sobre la cuestión. ¿Y quién sabe hoy que hubo entonces y existe todavía un escritor con el nombre de David Rousset? Pero, por otra parte, suprimir pura y simplemente esta conclusión, hubiera podido ser interpretado como una renegación. De aquí el lugar que le ha sido asignado en esta edici6n.
Por último, a excepción todavía de un punto y como ruidosamente reclamado por M. Louis Martin-Chauffier (página 163) ninguna otra modificación ha sido hacha en la versión original.

P.R.
15 de julio de 1960.

PRÓLOGO DEL AUTOR PARA LA 2º Y 3º ED. FRANCESAS

«Las armas del enemigo no son tan mortíferas comno las mentiras con las que los jefes de las víctimas llenan el mundo; el canto odioso del enemigo es menos desagradable al oído que las frases que, como una saliva repugnante, manan de los libros de los necrólogos.»
Manès SPERBER. (Et le Buisson devint cendre.)

Ambas partes de esta obra han sido publicadas separadamente:
— la primera, o la experiencia vivida (El paso de la línea) en 1949,
— la segunda, o la experiencia de los otros (La mentira de Ulises propiamente dicha) en 1950, bajo la forma de un estudio crítico de la literatura de los campos de concentración, pues pensé que, en un asunto tan delicado, convenía administrar la verdad a pequeñas dosis.
De esta disposición de ánimo han intentado aprovecharse algunos para sembrar la desconfianza sobre mis intenciones. Si El paso de la línea, generalmente acogido con simpatía, sólo provocó vagos rechinamientos de dientes, y sin consecuencias, de determinado sector, La mentira de Ulises fue causa efectivamente de una violenta campaña de prensa cuyo origen estaba en la misma Asamblea Nacional.
Paralelamente, Albert Paraz, autor del prefacio, el editor y yo mismo, fuimos llevados ante el Juzgado, (donde salimos absueltos, y después ante el Tribunal de Apelación, donde fuimos condenados (27) aunque el propio fiscal general, haciendo justicia a nuestras conclusiones, pidiese la confirmación pura y simple del juicio de faltas.
Al Tribunal de Casación corresponde ahora el resolver el litigio, pero la opinión pública, a la que se informa en sentido único, está desorientada, y, por poco inclinada que esté a intervenir en la polémica, se ha hecho indispensable el desenmarañar para ella las circunstancias bastante confusas que han creado el clima de este asunto. Así se matarán dos pájaros de un tiro, pues no se puede dejar de poner al mismo tiempo ante los ojos del lector las pruebas convincentes (28).
Al llegar en pleno debate sobre la amnistía, La mentira de Ulises, que la justificaba a su manera, fue acogida por algunos como un asunto especialmente político, y es por este lado sutil por el que se le intentó dar ese carácter exclusivo.
Por una enfadosa casualidad, el prefacio de Albert Paraz contenía un aserto jurídicamente insostenible (29) respecto a las circunstancias del arresto y deportación del señor Michelet, en aquel entonces diputado y líder parlamentario del R.P.F. El señor Guérin, entonces diputado del M.R.P. de Lyon, se aprovechó de esto no para protestar contra la publicación de la obra, a pesar de que hábilmente lo haya aparentado, sino para intentar desacreditar a uno de los principales militantes que le hacía la más temible competencia electoral. Así pues, La mentira de Ulises fue explotada primeramente por un movimiento político contra otro, y ya había bastante para hacer desesperar al historiador…
Fue durante una intervención incidental del señor Guérin, cuando se incorporó la acción extraparlamentaria con miras a impresionar a la opinión pública. En la Asamblea Nacional, el diputado de Lyon me incluyó entre «los responsables de la colaboración con el ocupante y los apologistas de la traición» (30).
Patéticamente, había exclamado:
«Parece, mis queridos colegas, como si no hubiese habido nunca cámaras de gas en los campos de concentración… Eso es lo que se puede leer en este libro.» (J.O. del 2 de noviembre de 1950. Debates parlamentarios.)
¡El señor Guérin no leyó la obra!
Sin leer más, todos los periódicos en los que causan estragos los periodistas improvisados por cierta resistencia (31) tras la liberación, continuaron el tema y me hicieron decir las cosas más inverosímiles.
Tres asociaciones de deportados, internados y víctimas de la ocupación alemana, pidieron al Juzgado de Bourg-en-Bresse que ordenase el secuestro del libro, la destrucción de los ejemplares ya puestos en venta, y nos condenase en conjunto a la ligera suma de un millón de francos por daños y perjuicios. Más prudente, el Comité de acción de la Resistencia se abstuvo de toda manifestación hostil, no porque no tuviese el deseo, sino por temor a quedar en ridículo. El Partido comunista, que habla iniciado una ofensiva, advirtió a liempo que se arriesgaba nuevamente a poner a Marcel Paul, a Casanova, y al coronel Manhes en una delicada situación y realizó una prudente retirada. Pero el Partido socialista, al que he representado en el Parlamento, después de haber sido durante muchos años el jefe de una de sus federaciones departamentales, me excluyó de su seno, «a pesar del respeto que impone mi persona», dice la sentencia que me ha sido comunicada por el Comité supremo (32).
Tales fueron las primeras escaramuzas de una ofensiva poco gloriosa y que no tuvo mucho éxito. La mala fe que la caracterizó, no se desmintió después ni por un instante.

* * *

Louis Martin-Chauffier, que bailó en la cuerda floja en casi todos los movimientos ideológicos de la mitad del siglo, tomó el mando de la segunda oleada de asalto.
Como yo había señalado – de paso – una de sus impericias de pluma, se creyó obligado a corregirla con otra (página 163 y nota marginal), a tomar nuevamente el tema de Maurice Guérin y a demostrar que además no sabía leer.
«Todos los deportados han mentido – afirma Paul Rassinier -, quien niega la existencia de las cámaras de gas», escribió en cabeza de un artículo cuyo título: «Un falsario y calumniador cogido en flagrante delito» (Droit de vivre, 15de noviembre a 15 de diciembre de 1950), me hubiese permitido por sí solo – si hubiese sentido el deseo de darle la respuesta en el mismo tono – el obtener sustanciosas reparaciones de cualquier Juzgado.
El abanderado de la tercera oleada fue Rémy Roure, en los siguientes términos:
«Este Rassinier describe en la siguiente forma el campo de Buchenwald: “Todos los bloques, geométrica y agradablemente puestos sobre la colina, están comunicados entre sí por calles de hormigón; unas escaleras de cemento y en rampa conducen a los bloques más elevados; delante de cada uno de ellos hay pérgolas, con plantas trepadoras, pequeños jardinillos con césped de flores, por aquí, por allá, pequeñas glorietas con surtidores o estatuillas. La plaza, que cubre algo así como medio kilómetro cuadrado, está totalmente pavimentada, tan limpia que en ella no se podria perder un alfiler. Una piscina central, con trampolín, campo de deportes, frescas sombras, un verdadero campo para colonia de vacaciones, y cualquier transeúnte al que le fuese concedido el visitarlo en ausencia de los presos, saldría convencido de que en él se lleva una vida agradable, llena de poesía silvestre y especialmente envidiable, en todo caso fuera de toda medida común con los azares de la guerra que son el destino de los hombres libres…”
»Hago un llamamiento a mis camaradas de Buchenwald: ¿reconocen ellos su campo?» (Force ouvriè re, jueves 25 de enero de 195l.)
Rémy Roure puede hacer el llamamiento a sus camaradas de Buchenwald: esto no se encuentra en La mentira de Ulises. Cogido en flagrante delito ante el Juzgado de Bourg-en-Bresse, se excusó y tuvo a bien el reconocer (Le Monde, 26 de abril) que no habiendo leído la obra solamente me citaba según Maurice Bardèche (33). Ahora bien, si es exacto que Maurice Bardèche citó este pasaje en su Nuremberg II no lo es menos que lo tomó de El paso de la línea – donde se encuentra para dar una idea de la instalación material no del campo de Buchenwald sino del de Dora en su último período – y que muy honestamente no buscó el desfigurar su sentido aislándole de su contexto.
Añado aún, por molesto que le resulte a Rémy Roure, que considerando ausentes a los detenidos – lo digo claramente: ¡en ausencia de los presos! – el campo de Dora se asemejaba a la descripción que he hecho de él, y todos los que lo han conocido son del mismo parecer. Cuando los presos volvían a él, después de una larga y agotadora jornada de trabajo, la burocracia le daba otro aspecto diferente, y lo que precede y sigue al pasaje que bastante a la ligera se me reprocha – ¡y que para las necesidades de la causa Rémy Roure reemplaza hábilmente por unos puntos suspensivos! – lo dice en términos precisos.
Le perdono de buena gana a Rémy Roure esta mala acción. Aunque sólo sea porque en el mismo artículo ha escrito esto:
«Los mandos de los KZ (34), l os Kapos, jefes de bloque, Vorarbeiter y Stubendienst, presos también que vivían de la muerte lenta de sus compañeros.»
que es uno de los temas principales de La mentira de Ulises, probado así de brillante manera, y que es muy exactamente lo contrario de lo que todos los destajistas de la literatura de los campos de concentración, con David Rousset a la cabeza, habían escrito hasta ahora.
Pero yo planteo esta cuestión: lo que procediendo de mí fuese una calumnia y una difamación, ¿sería palabra de evangelio y respetable procediendo de Rémy Roure?
¿O no será más bien que él no me perdona el haber sido el primero en intentar dar a conocer esta horrible verdad?

* * *

Haré caso omiso de los venenosos sueltos en los periódicos, inspirados por las asociaciones de deportados, que publicaron por complacencia cada ocho o quince días periódicos como Franc-Tireur, L’Aube, L’Aurore, Le Figaro, etc., para mantener a la opinión pública en estado de alerta. Llegaron a tomarse tales licencias respecto a la objetividad, que el título de la obra se había convertido en La leyenda de los campos de concentración…
En marzo, la ofensíva llevada contra nosotros creció hasta el delirio.
Un periodista de escasa categoría, prestándome generosamente la tesis, escribió en Le Progrès de Lyon:
« ¡Los malos tratos, una leyenda! ¡Los hornos crematorios, una leyenda! ¡Las barreras eléctricas, una leyenda! ¡Los muertos por grupos de diez, una leyenda! »
Y el mismo Jean Kréher, el abogado que habían escogido las asociaciones de deportados, ayudaba en el Rescapé, órgano de los deportados, con esto que según él se deduce de mi estudio:
«… Pues si nosotros estábamos saciados de salchichón, de excelente margarina, si todo estaba previsto para que se nos cuidase y se nos diese n las distracciones necesarias, si el crematorio es una institución exigida por la higiene, si la cámara de gas es un mito, si, en una palabra, los de la S.S. se mostraban llenos de atenciones hacia nosotros, ¿de qué se queja la gente?»
El lector decidirá por sí mismo si se puede sacar esto como conclusión de lo que yo he escrito.
Toda esta gente, por otra parte, ha hecho muchos esfuerzos para nada. La «verdad» que ellos querían hacer prevalecer no ha prevalecido, y el descrédito que han intentado en vano echar sobre nosotros, recae hoy sobre ellos desde el momento en que, independientemente del sensible descalabro que les acaba de infligir el Tribunal de Casación, en Le Figaro Littéraire del 9 de octubre de 1954, André Rousseaux, que sin embargo puso por las nubes e indistintamente a todos los destajistas de la literatura de los campos, ya había llegado él mismo – probablemente bajo la influencia del sentimiento del público – a plantearse esta cuestión:
«Pero para los supervivientes del infierno, la condición de ex deportados ¿no se ha hecho muy rápidamente análoga a la de los ex combatientes de todas las guerras: hay muchas más víctimas que testigos?»
Pues esta manera de hablar, que visiblemente sólo usa la forma de pregunta por una precaución de estilo, supone ante la historia una condena total, sin apelación, y mucho más valiosa que la sentencia del Tribunal de Casación, de todos estos testimonios tan orientados como interesados, contra los cuales he sido el primero en poner al público en guardia.
La desgracia es – ¡ay! – que llega un poco tarde.
Y también lo es el que una literatura tan sospechosa como lo era la de los campos de concentración en su misma inspiración, que una literatura que hoy ya nadie toma en serio y que será un día la vergüenza de nuestro tiempo, haya suministrado durante años sus principios fundamentales a una moral (que era la apología del bolchevismo – ¡esto tiene su importancia! -) y a una política (35) su garantía (que era el bandolerismo, justificado por la razón de Estado). Todo esto viene de aquello.

* * *

Y ahora veamos el fondo de la discusión, que un ejemplo hará más accesible…
Acaba de aparecer en Hungría un nuevo testimonio sobre los campos de concentración alemanes, del que Les Temps Modernes se ha encargado de divulgarlo en Francia. Se trata de S.S.-Obersturmbannführer Doctor Mengele, por el doctor Nyiszli Miklos, y se refiere al campo de Auschwitz-Birkenau.
La primera idea que le viene a uno a lamente es que este testimonio no ha podido aparecer en Hungría más que con el asentimiento de Stalin, a través de los intermediarios, de los Martin-Chauffier de este país, cuyos poderes como miembros directivos de la asociación equivalente a nuestro C.N.E. (36), son lo bastante amplios para permitirles impedir que se publiquen allí obras similares a La mentira de Ulises.
Solamente por este motivo ya resultaría sospechoso.
Pero no es ésta la cuestión.
Este doctor Nyisz1i Miklos pretende entre otras cosas que en el campo de Auschwitz–Birkenau, cuatro cámaras de gas (37), de 200 metros de largo (sin precisar la anchura) duplicadas con otras cuatro de idénticas dimensiones en las que se preparaban las víctimas para el sacrificio, asfixiaban diariamente 20.000 personas; y que cuatro hornos crematorios, cada uno con 15 parrillas de tres plazas, las incineraban a medida que iban llegando. Añade que, por otra parte, otras 5.000 personas eran también suprimidas diariamente por medios menos modernos, y quemadas en dos inmensas hogueras al aire libre. Incluso añade que él ha asistido personalmente durante un año a estas matanzas sistemáticas.
Yo afirmo que todo esto es manifiestamente inexacto, y que no es necesario que uno haya sido deportado para poder establecerlo con un poco de buen sentido.
Como el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau fue construido efectivamente a partir de finales de 1939, y evacuado en marzo de 1945, al ritmo de 25.000 personas diarias – si creyésemos al doctor Nyisz1i Miklos – habría que admitir que durante cinco años habrían muerto en él unos 45 millones de personas, de las que 36 millones habían sido incineradas después de la asfixia en los cuatro hornos crematorios, y 9 millones en las dos hogueras al aire libre.
Supuesto que sea perfectamente posible que las cuatro cámaras de gas hayan sido capaces de asfixiar a 20.000 personas diariamente (a 3.000 por tanda, dice el testigo), no lo es en absoluto que los cuatro hornos crematorios las hayan podido incinerar a medida que las iban recibiendo. Aun cuando hubiese quince parrillas de tres plazas. Ni siquiera aunque la operación sólo necesitase 20 minutos, como pretende el doctor Nyisz1i Miklos, lo cual también es falso.
Tomando estas cifras como base, la capacidad de absorción de todos los hornos funcionando paralelamente no hubiese sido más que de 540 por hora, o sea 12.960 por cada día de 24 horas. Y a este ritmo sólo se hubiese podido terminar de destruirlos algunos años después de la liberación. A condición, bien entendido, de no perder un minuto durante cerca de diez años. Si uno se informa ahora en el Père-Lachaise (38) sobre la duración de una incineración de tres cadáveres en una parrilla, advertirá que los hornos de Auschwitz tendrían que quemar todavía, y pasaría bastante tiempo antes de que se extinguiese su fuego.
Paso por alto las dos hogueras al aire libre, que tenían – dice nuestro autor – 50 metros de largo, 6 de ancho y 3 de profundidad, y en medio de las cuales se habrían logrado quemar 9 millones de cadáveres durante los cinco años
Hay, por lo demás, otra imposibilidad, al menos en lo relativo al exterminio con el gas: todos los que se han ocupado de este problema están de acuerdo en declarar que «en los escasos campos donde las hubo» (como dice E. Kogon) las cámaras de gas no estuvieron en estado de funcionar hasta marzo de 1942, y que a partir de septiembre de 1944, algunas órdenes – que al igual que aquéllas a las que anulaban siguen sin encontrarse – prohibieron el utilizarlas para asfixiar. Al ritmo señalado por el doctor Nyisz1i Miklos se llega todavía a los 18 millones de cadáveres en estos dos años y medio, cifra que, no se sabe por qué virtud de las matemáticas, Tibère Krémer, su traductor ha reducido autoritariamente a 6 millones (39).
Y yo planteo esta nueva y doble cuestión: ¿qué interés podía haber en exagerar así el grado del horror, y cuál ha sido el resultado de esta general manera de proceder?
Se me ha respondido que reduciendo las cosas a sus proporciones reales, en una teoría universal de la represión, yo no tenía otro propósito que el de reducir al mínimo los crímenes del nazismo.
Yo tengo otra respuesta preparada, y ahora ya no hay ninguna razón para no publicarla. Antes de darla, quisiera someter todavía a la apreciación del lector un incidente significativo acerca de la mentalídad de nuestra época.
Como lector de Les Temps Modernes, naturalmente también he participado a esta revista las reflexiones que me había sugerido la publicidad que ella hacía al doctor Nyisz1i Miklos.
La respuesta que he recibido de Merleau-Ponty es la siguiente:
«Los historiadores tendrán que plantearse estas cuestiones. Pero en la actualidad esta manera de examinar los testimonios tiene por resultado el sembrar la desconfianza sobre ellos, como si no tuviesen la precisión que uno tendría derecho a esperar. Y como en el momento en que nos encontramos la tendencia es más bien a olvidar los campos alemanes, esta exigencia de verdad histórica rigurosa estimula una falsificación en masa consistente en admitir a grosso modo que el nazismo es una fábula.»
Encontré sabrosa esta respuesta, y no me preocupé de responderle a Merleau-Ponty que él se olvidaba de los campos rusos e incluso… ¡de los franceses!
Pues si es necesario admitir esta doctrina, y que la exigencia de una verdad histórica rigurosa estimula ya una falsificación masiva en la actualidad, uno se pregunta con angustia a qué monstruosidad corre el riesgo de llevarnos la falsificación en masa de ahora en el campo de la historia. Basta solamente con imaginarse lo que pensarán los historiadores del futuro, acerca del abominable proceso de Nuremberg, del cual ya es evidente que ha hecho retroceder en dos mil años la evolución de la humanidad en el terreno cultural, es decir a la condena de Vercingétorix por Julio César presentada como un crimen en todos los manuales de Historia.
Las relaciones que Merleau-Ponty, catedrático de filosofía, establece entre los efectos y las causas, no parecen ser de un rigor excepcional, y esto prueba que limitándose cada uno a su oficio, también en la filosofía … . ¡las cosas estarían mejor hechas!

* * *

Además de mi tesis sobre la burocracia de los campos de concentración, cuyo determinante papel en la sistematización del horror ya he señalado, el nuevo aspecto bajo el cual presento las cámaras de gas ha banderilleado dolorosísimamente a los inventores de truculencias sobre los campos de concentración. Ambas cosas están íntimamente ligadas y esto explica todo.
Hay un cierto número de hechos, referentes a esta irritante cuestión, que no pueden haber escapado en absoluto a las personas honradas.
Primeramente, todos los testigos (40) están de acuerdo en este hecho evidente que diez de ellos (41), citados contra mí por el querellante (42) han venido a confirmar en el Juzgado de Bourg-en-Bresse: ningún deportado vivo – pido perdón a Merleau-Ponty que responde tan a la ligera por el doctor Nyisz1i Miklos – ha podido ver realizar exterminios por este medio. Cien veces he hecho personalmente la experiencia, y a los insensatos que pretendían lo contrario les he confundido públicamente: el último cronológicamente ha sido el famoso G…, del que habla Albert Paraz. Estoy pues autorizado para decir que todos los que como David Rousset o Eugen Kogon se han metido en minuciosas y patéticas descripciones de la operación, no lo han hecho más que sobre habladurías (43). Esto – lo señalo aún para evitar todo nuevo malentendido – no quiere decir en absoluto que no haya habido cámaras de gas en los campos, ni exterminios con gas: una cosa es la existencia de la instalación, otra su destino y otra su empleo efectivo.
En segundo lugar, merece señalarse que en toda la literatura sobre los campos, y ante el tribunal de Nuremberg, no se pudiera presentar ningún documento que probase que las cámaras de gas habían sido instaladas en los campos de concentración alemanes con el propósito de emplearlas para el exterminio en masa de los detenidos.
Algunos testigos, en su mayoría oficiales, suboficiales e incluso simples miembros de la S.S. llegaron a decir ciertamente en el banquillo que habían realizado exterminios con gas y que habían recibido la correspondiente orden: ninguno de ellos ha podido presentar la orden tras la cual se amparaba, y ninguna de estas órdenes – excepto las que recojo en esta obra y que no prueban absolutamente nada – ha sido encontrada en los archivos de los campos tras la liberación. Ha habido que creer pues en la palabra de estos testigos. ¿Quién me prueba que ellos no han dicho esto para salvar la vida en la atmósfera de terror que comenzó a reinar en Alemania desde el momento de su aplastamiento?
A propósito de esto, he aquí una pequeña historia que trata de otra orden dada según dicen por Himmler y que se encuentra muy difundida entre la literatura de los campos de concentración: la de hacer saltar todos los campos al aproximarse las tropas aliadas, y exterminar de este modo a todos sus ocupantes, incluyendo guardianes.
El médico de la S.S. jefe de la enfermería de Dora, doctor Plazza, lo confirmó cuando fue capturado, y con ello salvó la vida (44). En el tribunal de Nuremberg se le empleó contra los acusados que negaban. Ahora bien, en Le Figaro Litéraire del 6 de enero de 1951, con el título de Un judío negocia con Himmler, y lafirma de Jacques Sabille, se ha podido leer:
«Fue gracias a la presión de Gunther, ejercida sobre Himmler por conducto de Kersten (su médico personal), como la orden propia de caníbal para hacer saltar los camp os al aproximarse los aliados – si n preocuparse de los guardianes – quedó en letra muerta.»
Lo cual significa que esta orden, recibida por todo el mundo y comentada abundantemente, no ha sido dada nunca.
Como suceda así con las órdenes de exterminio con gas…
Entonces, se me dirá, ¿por qué estas cámaras de gas en los campos de concentración?
Probablemente – y sencillamente – porque la Alemania en guerra, habiendo decidido transportar a los campos el máximo de sus industrias, para sustraerlas a los bombardeos aliados, no tenía ningún motivo para hacer una excepción en sus industrias químicas.
Que hayan sido realizados exterminios con gas me parece posible, aunque no cierto: no hay humo sin fuego. Pero que hayan sido generalizados hasta el punto en que la literatura sobre los campos de concentración ha intentado hacerlo creer, y dentro de un sistema organizado posteriormente, es falso con seguridad. Todos los oficiales de caballería de nuestras colonias tienen un látigo, del cual les está permitido hacer uso, tanto según la concepción personal que tengan de la presunción militar como según el temperamento de su caballo: la mayoría se sirven también de él para golpear a los autóctonos de los países donde causan estragos. Del mismo modo, puede que algunas direcciones de campos (45) hayan empleado para asfixiar cámaras de gas destinadas para otro uso.
Una vez que hemos llegado a esto, la última cuestión que se puede plantear es la siguiente: ¿por qué los autores de testimonios han acreditado con un espíritu de cuerpo tan notable la versión que sobre esto circula?
Sencillamente: porque habiéndonos robado sin la menor vergüenza en lo que a alimentos y vestidos se refiere, habiéndonos maltratado, zaberido, golpeado hasta tal punto que no se podría describir, y que ha causado la muerte al 82 por 100 de nosotros – como dicen las estadísticas -, los supervivientes de la burocracia de los campos de concentración han visto en las cámaras de gas el único y providencial medio de explicar todos estos cadáveres, y de poderse disculpar de ellos (46).
Pero esto no fue lo peor: el colmo es que hayan encontrado historiógrafos complacientes.
Por lo demás, no es nuevo en nuestra literatura el tema del ladrón que grita más fuerte que su víctima, y ahoga su voz para desviar la atención de la multitud.
Nadie se ha preguntado nunca por qué no fue posible – salvo en la época de los cupones suplementarios de racionamiento, que era lo único que unía entre sí a los deportados – el constituir asociaciones viables de deportados, de tipo departamental o nacional. Esto se debió a que la masa de supervivientes no tiende a reunirse en agrupaciones fraternales bajo las órdenes de los aduladores de sus antiguos guardianes, que son casualmente los promotores de los diferentes movimientos que intentan atraerla.
Los otros elementos de la respuesta a la doble pregunta que planteaba hace un momento, se encontrarán a lo largo de la obra, y más especialmente en su conclusión.

* * *

Uno de los elementos de esta respuesta no figura sin embargo en la obra: lo constituye el proceso del campo de Struthof, que aún no había tenido lugar en las fechas en las cuales fueron escritas ambas partes.
Al igual que el libro del doctor Nyisz1i Miklos este proceso puso en evidencia cierto número de inverosimilitudes respecto a las causas de la muerte de los que estuvieron detenidos en este campo.
Al leer las conclusiones dictadas por el Comisario del gobierno contra los acusados, que eran médicos de la Facultad de Estrasburgo a los que se acusaba de las experiencias médicas que habían hecho con presos, me encuentro, según el periódico Le Monde, con lo siguiente:
l. * «Que a uno de ellos, se le acusa de haber ordenado la muerte de 87 israelitas, hombres y mujeres, llegados de Auschwitz, y que fueron ejecutados en la cámara de gas para enviar sus cadáveres rápidamente a Estrasburgo, con el fin de proveer las colecciones anatómicas del catedrático ale mán.»
2. * Que se dice del segundo: «Convengo de buena gana en que la primera serie de experiencias no ha provocado ninguna muerte.»
3.* Este comentario: «Se trata ahora de saber si las experiencias sobre el tifus han provocado muertes. El capitán Henriey (es el Comisario del gobierno que interpela) reconoce que quizá no puede presentar la prueba, pero estima que el tribunal puede apoyar su convicción en presunciones cuando son suficientes, como sucede en este caso. Estas presunciones las encuentra en los testimonios y en las consideraciones del juicio de Nuremberg (47); en las mentiras de Haagen (es eldoctor encartado) y en sus disimulos durante los primeros interrogatorios. Piensa que estos hechos deben permitir al tribunal el responder afirmativamente a la cuestión planteada: ¿se ha hecho culpable Haagen de envenenamientos?»
Esto prueba con toda evidencia que no se han podido cargar más que 87muertos a causa de la cámara de gas de Struthof y de las experiencias que allí han tenido lugar. Si este número, relativamente reducido en comparación con las afirmaciones que la literatura ha ampliado a la generalidad de los campos, no quita nada al horror del hecho (dando por cierto, bien entendido, que contrariamente a los alegatos del acusado, no se trata de un incidente ajeno a su voluntad), no puede hacer olvidar que millares y millares de presos – decenas de millares, quizá – han muerto en este campo, ni impedir el que uno se pregunte cómo y por qué han muerto.
El que yo haya sido poco más o menos el único en orientar a las personas sobre este trágico aspecto del problema de los campos, suministrándoles al mismo tiempo los elementos de apreciación, es decir los motivos que han hecho de cada campo una gran «Balsa de la medusa» (48), dice bastante sobre la miseria de nuestra época.
Los médicos de Struthof se han defendido alegando que las experiencias a las cuales se dedicaron, habían sido realizadas en las mismas condiciones de seguridad que experiencias similares hechas en Manilla por los ingleses, en Sing-Sing por los norteamericanos (49), y en sus colonias por los franceses. Un eminente profesor de Casablanca vino a confirmarlo ante el Tribunal, como ya otros antes que él lo habían confirmado ante el tribunal de Nuremberg, si se cree en lo expuesto en la magistral tesis de doctorado (Cruz gamada contra caduceo) del médico de la Marina francesa François Bayle, publicada en Francia en 1950. Este profesor de Casablanca incluso contó cómo cierto número de negros murieron por los efectos de una vacuna ensayada en 6.000 de ellos…
Este argumento ciertamente carece de valor: no se pueden excusar las malas acciones propias con las de los otros.
Pero el argumento del Comisario del gobierno requiriendo la condena de los unos por presunciones – ¡es él quien lo conflesa! – e ignorando a los otros, de los cuales conoce hechos tan reprensibles y materialmente comprobados, carece asimismo de valor: se diría mejor que los unos son culpables porque son alemanes, y los otros inocentes porque son ingleses, norteamericanos o franceses.
Es esta manera de probar y de juzgar, cuya justificación radica en el más primitivo de los chauvinismos, la que permite declarar que seiscientas personas quemadas en una iglesia y un pueblo destruido en Oradour-sur-Glane (Francia) son víctimas del más abominable de los crímenes, mientras que centenas y centenas de millares de personas – ¡también mujeres, ancianos y niños! – exterminadas en Leipzig, Hamburgo, etc. (Alemania), en Nagasaki e Hiroshima (Japón), en las condiciones que se sabe, es decir, igualmente atroces, constituyen una indiscutible y heroica hazaña.
Es ella también la que permite evitar la acusación contra el verdadero y gran responsable de todo: ¡la guerra!
La guerra: la de 1914-18, cuya consecuencia fue el nazismo, el cual utilizó – y no inventó, como generalmente se cree (50) – los campos de concentración, en el seno de los cuales la guerra de 1939-45 ha hecho posible contra la voluntad de los hombres, tanto de los verdugos como de las víctimas, el atroz régimen que se sabe.
Pero esto ya no pertenece al asunto más que incidentalmente.

* * *

Bien entendido, tendremos la elegancia o la audacia de pensar, que no depende ni del Juzgado de Bourg-en-Bresse ni del Tribunal de Apelación de Lyon, ni siquiera del Tribunal de Casación, el que tengamos razón o no: el abogado Dejean de la Batie ha hecho observar muy juiciosamente en nuestro nombre, que la discusión a la cual se nos había desafiado sólo se concebía en las sociedades de eruditos o en cualquier otro lugar en el que los hombres estén acostumbrados a discutir de los problemas sociales, pero no ante un tribunal.
Pero los improvisados dirigentes de las asociaciones de deportados, en favor de los cuales juegan tan complacienternente las fuerzas del Estado, no conciben otras verdades salvo las que están decretadas, y a las cuales el gendarme da curso obligatorio en la opinión pública. No están contra el campo de concentración por ser tal campo, sino porque se les ha encerrado a ellos mismos en él: apenas liberados han pedido que se meta dentro a los otros. No hay riesgo por tanto: ¡a la sala de las sociedades de eruditos ya se guardarán de invitarnos!
Pues bien, yo rehúso por mi parte a dejarme condenar al silencio, entre la discusión sin salida que se nos ha propuesto ante los jueces, y la que se nos niega ante la opinión pública.
Escribiendo La mentira de Ulises tuve la impresión de seguir a Blanqui, Proudhon, Louise Michel, Guesde, Vaillant y Jaurés, y de volverme a encontrar con otros como Albert Londres – Dante no vio nada – el doctor Louis Rousseau – Un médico en presidio – Willde la Ware y Belbenoit – Los compañeros de la besa – Mesclon – Cómo he sufrido 15 años de presidio -, etc., todos los cuales han planteado el problema de la represión y del régimen penitenciario a partir de las mismas averiguaciones y en los mismos términos que yo, por lo cual todos ellos recibieron también una simpática acogida del movimiento socialista de su época.
Que los adversarios más encarnizados de la obra se encontrasen precisamente entre los dirigentes del Partido socialista y del Partido comunista – ¿unidad de acción? – se explica quizá por la curiosa y supuesta ley de los vaivenes históricos. Es indudable que Alain Sergent, habiendo considerado el régimen penitenciario francés tomando también sus unidades de medida en el movimiento socialista tradicional – Un anarquista de la bella época, Edic. del Seuil -, fue sobre todo fuera del movimiento socialista donde encontró mayor aceptación.
Y que, en el debate sobre la amnistía que tuvo lugar recientemente en la Asamblea nacional, la actitud de los representantes del Partido socialista y del Partido comunista ha podido ser registrada como una prueba redundante, que producía el efecto de una adopción de postura sistemática y casi doctrinal.
Siento que esta toma de posición no tenga otras referencias que los conceptos caducos de Nación, Patria y Estado. Por este motivo los que presumen de ser los herederos espirituales de los Partidarios de la Commune, de Jules Guesde y de Jaurés, han sido conducidos insensiblemente a salir fiadores de una literatura que ocultando los datos elementales del problema de la represión en un cultivo del horror, apoyado en unafalsedad histórica, ha creado a la vez una atmósfera de homicidio en Francia y ha abierto un foso insondable entre Francia y Alemania. Independientemente de otros resultados tan paradójicos en otros numerosos terrenos.
En uno de sus momentos de sinceridad, David Rousset les había prevenido sin embargo con las siguientes palabras:
«La verdad es que tanto la víctima como el verdugo eran innobles; que la lección de los campos es la fraternidad en la abyección; que si tú mismo no te has portado con ignominia es solamente porque te ha faltado el tiempo y las condiciones no eran apropiadas del todo; que no existe más que una diferencia de ritmo en la descomposición de los seres; que la lentitud del ritmo es inherente a los grandes caracteres; pero que el sedimento, lo que hay debajo y sube, sube, sube, es absolutamente, horriblemente, la misma cosa. ¿Quién lo creerá? Visto que los supervivientes no lo sabrá n más. Ellos inventarán también insulsas truculencias, simples héroes de cartón. La miseria de centenas de millares de muertos servirá de tabú a estas estampas.» (Los días de nuestra muerte, página 488, Ed. de París, 1947.)
Ellos ponen cara de no entenderlo.
Y él mismo, demasiado preocupado en llevar ante el Juzgado a los Comunistas de los cuales hizo la apología, sin duda alguna lo había olvidado.
* * *
El lector todavía podrá meditar provechosamente acerca de algunos hechos del mismo género, como son los siguientes:
— El 26 de octubre de 1947, todos los periódicos publicaron el siguiente suelto:
« Un italiano, Pierre Fiorelini, ha sido acusado de haber dado muerte a siete de sus com pafñeros en la época de Bergen- Belsen.
»Era enfermero, un enfermero por lo demás con métodos sanitarios bastante curiosos. Su placer consistía en tocar la armónica y hacer bailar al son de este instrumento a los otros detenidos. Si ellos se negaban, les apaleaba.
»Un día que tuvo que cuidar a un teniente enfermo, le condujo al lavabo, le lavó, y después, como el otro protestaba por la brusquedad de sus movimientos, le mató a palos. Los compañeros de la víctima intentaron impedirlo. Fiorelini dio muerte uno tras otro a seis de ellos.
»Hoy es acusado por los supervivientes de este bloque.»
En el periódico Le Monde del 18 de enero de 1954, Jean-Marc Théolleyre – uno de los escasos cronistas de nuestra época cuya objetividad apenas puede ser puesta en duda – dando cuenta del proceso de Struthof describe a uno de los escasos presos que haya tenido que responder ante la justicia de su comportamiento en los campos:
«De todos estos acusados había uno del cual se esperaba con curiosidad el interrogatorio. Era Ernst Jager, que no habín sido de la S.S. Una vez preso, perteneció a esta raza tan detestada – si no más – en los campos, la de los Kapos. Propiamente, tuvo en Struthof el título exacto de «Vorarbeiter», es decir, de preso responsable de un grupo de trabajo a las órdenes de un Kapo. Por esta razón golpeó, apaleó y mató tanto o quizá más que uno de la S.S.
»Jager es la encarnación de lo que puede hacer de un hombre la vida de los campos de concentración. ¿Cuál fue su vida? A los cuarenta años ha pasado veinticuatro en prisión. De la libertad le ha quedado solamente el recuerdo de unos tiempos en los que él fue marino, sin poder decir más, y del día de 1930 en el que en un muelle hirió mortalmente a uno de la S.A. durante una riña. Se le condenó a siete años de reclusión. En la cárcel tuvo vagas noticias sobre el advenimiento del nazismo. É1 no debió descubrirlo verdaderamente hasta que, una vez cumplida la pena, fue informado por el nuevo régimen de que continuaría detenido con la denominación de asocial. Desde entonces llevó sobre su chaquetilla el triángulo negro, y fue de un campo a otro. Pero antes de arrojarle en ellos, la Gestapo empezó por esterilizarle. Del mundo de los campos de concentración ha conocido el período más horrible. Fue en esta época en la que toda la población de los campos estaba formada por judíos, gitanos, asociales, pederastas, chulos y ladrones. Era ya el período del exterminio, y sólo escapaba a él el que tenía bastante valor para hacerse lobo a fin de no ser devorado (51).
»Todos querían vivir pero cada uno de ellos quería vivir contra los demás. A cualquier precio, sin importarles cómo. Ellos instauraron y desarrollaron en los campos todos los métodos del «gangster». Cuando se le nombró Vorarbeiter en Struthof fue porque se sabía que tenía la capacidad necesaria. Contaminado por esta existencia envilecedora, se ha ahogado en la corriente de inmundicias. Sus nervios no han resistido. Ha debido ser – pues hubo de ellos – de los que llegaron a tomar tal odio a esta vida en los campos, que todos los seres que llevaban el traje, estos fantasmas famélicos y desesperados, se les hicieron odiosos. Entonces venían los golpes, los accesos de rabia.»
Esta es una explicación a la que sin duda alguna no renunciaría Freud, pero no tiene gran valor.
Por lo demás, Jean-Mare Théolleyre se equivoca, esta vez de cierto, cuando escribe:
«Entonces, ¿qué tenían de común con ellos estos presos políticos, estos triángulos rojos: comunistas y socialistas alemanes, resistentes franceses, polacos o checos? Dueños del campo, se proponían permanecer como tales. Fue aquélla la época en la que los delincuentes comunes golpeaban y mataban en un santiamén, en la que los «políticos» se ponían de acuerdo para organizar su resistencia, para dejar ver su disciplina, su capacidad de mando, y acababan por contraatacar arrebatando uno a uno los puestos clave en la vida interior del campo.»
¿Lo que ellos tenían de común? Pero apreciado Jean-Marc Théolleyre, una vez en el poder, en los campos, se comportaron exactamente como los delincuentes comunes, y es Jager quien os lo dice en estos términos que, muy honestamente, expone usted en su relación del hecho:
«Yo no he dado malos tratos. Muy al contrario, soy yo quien ha sido golpeado por los políticos. Son ellos quienes se han mostrado como los peores, pero a ellos nunca se les ha dicho nada. ¿Por qué se guarda hasta tal punto rencor a la gente como nosotros, los triángulos verdes o los triángulos negros? Cuando yo llegué a Struthof, no fueron los soldados de la S.S. los que me golpearon, sino los políticos. Pues bien, hasta ahora nunca se ha visto a uno solo de ellos ante un tribunal. Y sin embargo el Kapo jefe de Struthof, que era uno de ellos y que hizo peores cosas que yo, ha conseguido el sobreseimiento.»
En otro periódico, y también a propósito del proceso de Struthof, otro cronista de tribunales refiere:
«Otros varios testigos se han presentado para dar a conocer la muerte de un joven polaco, que por haberse dormido no se incorporó lo bastante de prisa en la plaza. Conducido a fuerza de golpes por Hermanntraut, fue arrojado inmediatamente sobre la especie de mesa que servía para dar las palizas. De este modo recibió veinticinco garrotazos terribles que otros dos presos se vieron obligados a darle.»
En esta obra se encontrará la historia de Stadjeck, curiosa réplica en Dora del Fiorelini de Bergen-Belsen, y las de algunos otros cuyo comportamiento fue idéntico al de Jager o al de estos dos desdichados que fueron obligados – ¡o se ofrecieron! – a aplicar los 25 terribles garrotazos a uno de sus compañeros de infortunio: delincuentes comunes o políticos, situándose los segundos tras los primeros al frente de la propia administración penitenciaria, hubo en los campos millares y millares de Fiorelini, de Stadjeck, de Jager y de individuos dispuestos a ofrecerse para apalear.
Se sabe de algunos delincuentes comunes a los cuales se les pidieron cuentas.
A los políticos no se les exigieron cuentas y por eso no se conoce ninguna de ellos. Si se quiere saber todo, no era posible pedir cuentas a los políticos: aprovechándose de la confusión de las cosas y del desorden de aquellos tiempos, los políticos, que ya habían tenido la habilidad de suplantar a los delincuentes en los campos – con métodos que dependían de las leyes del medio y que consistían en inspirar confianza al mismo tiempo a la S.S., lo cual no es de escaso interés – tuvieron también, llegado el momento, la de transformarse en fiscales y en jueces a la vez, resultando así que fueron los únicos a los que se les dio el poder para exigir cuentas. En su pasión por ver culpables en todas partes, hubiesen fusilado a todo el mundo y ni siquiera advirtieron que al frente de los campos de concentración ellos no habían tenido otro papel – ¡sólo que en peor! – que el que, por ejemplo, ellos reprochaban a Pétain por haberse ofrecido a ponerse al frente de la Francia ocupada.
Tales eran aquellos tiempos, que, de momento, nadie advirtió lo que ellos habían hecho.
La gente descubrió después que se había precipitado demasiado al reconocer al Partido comunista el papel de un partido gubernamental, que la mayoría de los fiscales y de los jueces eran comunistas, y que por cobardía, por inconsciencia o por cálculo aquellos que casualmente no lo eran hacían el juego al comunismo a pesar de todo. Por este medio indirecto de la necesidad política, se acabó por descubrir también una parte de la verdad sobre el comportamiento de los presos políticos en los campos de concentración. Pero esta necesidad política no es todavía evidente más que en el espíritu de cierta clase: la clase dirigente, que acerca del comunismo sólo guarda en la memoria lo que la amenaza de un modo directo y a ella exclusivamente. Es por lo que todavía no se sigue conociendo más que una parte de la verdad: sólo se la conocerá enteramente el día en que las otras clases sociales, y especialmente la clase obrera, se hayan fijado a su vez en los no menos oscuros designios del comunismo en lo que se refiere a ellas y en su verdadera naturaleza.
Evidentemente esto tardará en llegar.
Sin embargo, ahora tenemos la suerte de ver multiplicarse en la literatura, las declaraciones del mismo género que ésta que Manés Sperber pone en boca de uno de sus personajes, ex deportado político:
«En el terreno político, no hemos flaqueado, pero, en el aspecto humano, nos hemos encontrado del lado de nuestros guardianes. La obediencia, en nosotros, iba al encuentro de sus decisiones … » (Y el matorral se hizo cenizas.)
A la larga, estas confesiones saldrán a la luz, liberándose de la contradicción que consiste en pensar que se puede flaquear en el terreno humano sin ceder en el plano político, y no quedará más que: «Nos hemos encontrado del lado de nuestros guardianes.»
Sin duda habrán perdido entonces este carácter de excusa voluntaria que ellos mismos se querían dar, pero habrán ganado en el sentido de una sinceridad tan conmovedora que la disculpa absolutoria vendrá del público, lo cual será mucho mejor.
Otra cosa extraña: mientras que la literatura en su conjunto, y no sólo la relativa a los campos, no siempre busca esta explicación más que superándose ella misma en la descripción de las crueldades de todo tipo del enemigo, mientras que los historiadores, cronistas y sociólogos ceden a este fetichismo del horror que es el signo característico de nuestra época, el sentimiento popular, por el contrario, ya se manifiesta por reacciones de una inesperada circunspección, como atestigua este extractode la carta de un lector, publicada por Le Monde el 17 de julio de 1954:
«El que haya podido suceder todo esto no se explica solamente por la bestialidad de los hombres. La bestialidad está limitada, sin saberlo ella, por la moderación del instinto. La naturaleza es ley sin saberlo. El terror que nos ha sobrecogido nuevamente al leer las reseñas de Metz ha sido engendrado por nuestras paradojas de intelectuales, por nuestro aburrimiento de antes de la guerra, por nuestra pusilánime decepción ante la monotonía del mundo sin violencia, por nuestras curiosidades nietzscheanas, por nuestro hastiado semblante con respecto alas «abstracciones» de Montesquieu, de Voltaire, de Diderot. La exaltación del sacrificio por el sacrificio, de la fe por la fe, de la energía por la energía, de la fidelidad por la fidelidad, del ardor por la vehemencia que proporciona, la llamada al acto desinteresado, es decir, heroico: he aquí el origen permanente del hitlerismo.
»El romanticismo de la fidelidad por sí misma, de la abnegación por sí misma, unía a estos hombres que ó verdaderamente – no sabían lo que hacían, a no importa quién y para cualquier tarea. La razón consiste precisamente en saber lo que se hace, en pensar un contenido. El principio de la sociedad militar en el que la disciplina suple al pensamiento, en el que nuestra conciencia está fuera de nosotros, pero que en un orden normal se subordina a un pensamiento político, es decir universal, y de él extrae su razón de ser y s u nobleza, se encontraba solo – ante la desconfianza general con respecto al pensamiento razonable supuestamente ineficaz e impotente – para gobernar el mundo.
»Desde entonces pudo hacer todo del hombre. El proceso de Struthof nos trae a la memoria, frente a las metafísicas demasiado orgullosas, que la libertad del hombre sucumbe en el sufrimiento físico y en la mística. Con tal que aceptase su muerte, hace poco todo hombre podía pretender serlibre. Vemos por consiguiente que la tortura física, el hambre, el frío o la disciplina, más fuertes que la muerte, rompen esta libertad. Incluso en sus últimas posiciones, allí donde se consuela de su impotencia de actuar, de permanecer como pensamiento libre, la voluntad ajena penetra en ella y la esclaviza. La libertad humana se reduce de este modo a la posibilidad de prever el peligro de su propia decadencia, y a defenderse contra ella. Hacer leyes, crear instituciones racionales que le ahorrarían las pruebas de la abdicación, ésta es la única oportunidad favorable del hombre. El romanticismo de lo heroico, la pureza de los estados de ánimo que se bastan a sí mismos, hay que sustituirlos nuevamente, colocando en su lugar – que es el primero – la contemplación de las ideas que hace posibles las repúblicas. Estas ú1timas se desmoronan cuando ya no se lucha más por algo sino por alguien.
Emmanuel Levinas
Con esto está dicho todo: el principio de la sociedad militar en la que la disciplina suple al pensamiento que se encontraba solo para gobernar el mundo; la libertad del hombre que sucumbe en el sufrimiento físico y en la mística; la bestialidad limitada solamente por la moderación del instinto; las leyes y las instituciones racionales necesarias que son susceptibles de ahorrar al hombre las pruebas de la abdicación, leyes que no existían, que no existen y que son su única oportunidad favorable…
El razonamiento, ciertamente, sólo està hecho sobre el hombre que ha abdicado y se transforma en verdugo. Pero también vale para la víctima:
«Respecto a la cuestión de saber si el sufrimiento prueba algo para el que lo padece – escribe aún Manés Sperber – me parece sumamente dificil. En cambio, me parece cierto que el sufrimiento no refuta a su autor, al menos en la historia.» (Y el matorral se hizo cenizas.)
Esto es tan cierto, que las víctimas de ayer son los verdugos de hoy y viceversa.
* * *
Ahora ya sólo me queda el agradecer indistintamente y en su conjunto a todos los que han hablado animosamente en favor de La mentira de Ulises.
Se me ha dicho que entre ellos habla fascistas y he sonreido ligeramente: al ser precisamente los que me lo echaban en cara, aquellos que reclamaban paralelamente el secuestro de la obra y pedían, en todos sus periódicos, que fuesen decretadas contra casi todo el mundo, prohibiciones de escribir, de hablar e incluso de desplazarse, ¿cómo no iba yo a pensar que eran ellos los que se comportaban como fascistas?
También se me ha dicho que había colaboracionistas de la época de la ocupación, y me he consolado al comprobar qué más bien eran reputados como tales, y que en todo caso, tenían buenas relaciones con un impresionante número de resistentes auténticos!
Finalmente, he observado, sobre todo en el amplió campo de la opinión que va de la extrema derecha a la extrema izquierda, que muchas personas siguen pensando o vuelven a pensar en todos estos problemas, no con arreglo a las estrechas normas de las sectas, capillas y partidos, sino con referencia a los valores humanos.
Y esto me parece que justifica todas las esperanzas.

Paul Rassinier.
Mâcon, diciembre de 1954.

Notas:

27 / Prisión con sobreseimiento, 100 francos de multa y 800.000 frs. de daños y perjuicios.
28 / El Tribunal de Casación se ha pronunciado a su vez: nos ha absuelto – justamente lo bastante pronto para que pueda ser mencionado en esta nota de la presente edición – pero no por ello resulta menos necesaria la explicación.
29 / El Sr. Michelet, con el cual hemos hablado, ha retirado la querella que había presentado contra nosotros, y el aserto no figura en esta edición, ni tampoco, por otra parte, el prefacio de Paraz, a sugerencia propia, para cortar toda nueva tentativa de digresión. Solamente para evitar esto, pues, desde que ha fallado el Tribunal de Casación, nada se opone a que este prefacio, cubierto por la inmunidad que protege a la cosa juzgada, sea nuevamente publicado. El autor no ha creído que deba ceder a los gritos de reprobación de un puñado de interesados ni que deba hacer sufrir otras modificaciones al texto.
30 / En realidad, el autor estuvo entre los fundadores del movimiento Libération-Nord enFrancia, fue el fundador del periódico clandestino La IV Républiqueal cual elogiaron en aquella época las emisoras de Londres y de Argel, y fue deportado de la resistencia – 19 meses – en Buchenwald y Dora. Inválido de resultas de esto en un 95 %, está en posesión de la tarjeta de resistente número 1.016.070, de la medalla de plata de la «Reconnaissance» francesa y de la «Rosette» de la resistencia, que, por otra parte, no lleva. Y esto no le ha quitado ni el amor a la verdad ni el sentido de la objetividad.
31 / Pues la unidad de la resistencia es un mito, como también era un mito la unidad de la Revolución francesa. No solamente hubo dos sino varias «resistencias», hoy en día nadie puede dejar de reconocerlo… ¡a menos que esté interesado! Hubo incluso la resistencia de los granujas que encontraron cómodo el ampararse detrás del nombre.
32 / Una solicitud de readmisión, defendida por dos federaciones departamentales y por Marceau Pivert, en el Congreso de noviembre de 1951, fue rechazada después de la intervención de Daniel Mayer y de Guy Mollet.
33 / Se me ha dicho que Maurice Bardèche era de extrema derecha, y que en otras numerosas circunstancias él no había dado prueba del mismo afán de objetividad: esto es cierto, y yo no me he abstenido de decírselo cada vez que he creído tener motivo. Pero ésta no es una razón ni para negar su mérito en esta circunstancia, ni para negarse a reconocer que salvo en una página, en sus dos obras sobre Nuremberg – tan injustamente condenadas como La mentira de Ulises – trata del problema alemán partiendo de los mismos imperativos que poco después de la guerra de 1914 a 1918 eran los de Mathias Morhardt, de Romain Rolland y de Michel Alexandre, cuando eran de izquierdas. Y no es culpa mía si, por un curioso vaivén histórico, los individuos de izquierda al adoptar desde 1938-39 el nacionalismo y el chauvinismo que eran de derecha, han obligado de ese modo a la verdad que era de izquierda a buscar asilo en la derecha y en la extrema derecha. De todas maneras el cronista no puede aceptar el pronunciarse sobre la materialidad de los hechos históricos en función de imperativos variables con la política, ni, según el ejemplo de Merleau-Ponty (pág. 294), reconocer un hecho como verdadero sólo cuando sirve a una propaganda.
34 / Abreviatura de Konzentrationslager, palabra alemana que designa a los campos de concentración.
35 / Desde entonces las cosas han cambiado mucho. En el gobierno la política sigue siendo hecha por los mismos estadistas (sic) o poco menos, pero descansa sobre el antibolchevismo, y, en este sentido, es exactamente lo contrario de lo que era en esta época. Como consecuencia de ello, los representantes del antibolchevismo son los mismos que antaño hacían la apología de él. Lo que es digno de mención es que si alguno hablase del sable de Prudhomme (*) o recordase la historia de aquel Guillot que gritaba al lobo, nadie le entendería.
(*) Personaje de una novela de Henry Monnier. Solía decir que su sable le serviríala para defender las instituciones, y en caso necesario para derribarlas.(N. del T.)
36 / Comité nacional de escritores.
37 / En Le Monde del 4 de enero de 1952, el fiscal André Boissaire tradujo ¡cuarenta y seis!
38 / Cementerio de París. (N. del T.)
39 / He escrito al Dr. Nyisz1i Miklos para señalarle todas estas imposibilidades. É1 me ha respondido lo siguiente: ¡2.500.000 víctirnas! Sin más comentarios. Esta cifra que está más cerca de la verdad y que seguramente no pueden explicar por sí solas las cámaras de gas, ya constituye una buena suma de horrores.
40 / Del proceso contra Paul Rassinier. (N. del T.)
41 / Entre ellos el profesor Richet, miembro de la Academia de Medicina.
42 / Dos testigos que habían ofrecido sus servicios a la acusación, no se han molestado en aparecer: Martin-Chauffier y el inenarrable Rvdo. P. Riquet, predicador de Notre-Dame. El primero, del cual se comprende fácilmente que le haya resultado embarazoso el venir a ocupar el sitio de los testigos y sostener públicamente el lenguaje «tan seguro de su gramática» que tiene, limitó su papel, lejos del público, entre sus libros, a un telegrama en el que reclamaba una despiadada condena. En cuanto al segundo, en una carta dirigida al tribunal, aseguró que nosotros, Paraz y yo, éramos unos seres infames.
43 / Incluyendo entre ellos a Janda Weiss, del que se habla en la pág. 190.
44 / En el proceso de Struthof, el Dr. Boogaerts, comandante médico en Etterbeck (Bélgica), declaró el 25 de junio de 1954:
«Logré que me destinasen a la enfermería del campo, y por este motivo estuve bajo las órdenes del médico Plazza, de la S.S., el único hombre de Struthof que tenía algunos sentimientos humanos.»
Pues bien, en Dora, a donde llegó después este Dr. Plazza para ejercer las funciones de médico-jefe del campo, la unánime opinión le atribuía la responsabilidad de todo lo que era inhumano en el reconocimiento y en el tratamiento de las enfermedades. Entre lo que en la enfermería se contaba, destacaban sus fechorías que – como se decía – su adjunto, el Dr. Kunz, difícilmente lograba atenuar. Los que le habían conocido en Struthof hablaban de él en términos horribles. Personalmente, tuve que habérmelas con él, y soy de la opinión de todos los que se han encontrado en este caso: era un animal. Al regresar a Francia, cuál no sería mi sorpresa al ver que se concedían tantos certíficados de buena conducta – ¡por presos privilegiados, es cierto! – a un hombre del que todo el mundo en el campo, y hasta los mejor intencionados, hablaba de ahorcarle. Yo solamente lo he comprendido cuando «supe que él fue el primero, y durante mucho tiempo el único, que afirmaba la autenticidad de la orden de hacer saltar todos los campos al aproximarse las tropas aliadas, y de hacer exterminar a todos sus ocupantes, incluidos los guardianes: esta era la recompensa de un falso testimonio del cual entonces no se podía saber lo que valía, pero que era indispensable para la construcción de una teoría que a su vez resultaba indispensable a una política.
De creer a los periódicos alemanes del 17 de junio de 1958, este Dr. Plazza, citado en el proceso contra Martin Sommer, ha sido finalmente desenmascarado. Me felicito de no haberme ocupado de ello en vano, pues los individuos de esta clase han ayudado a creer en la leyenda de un horror generalizado y sistemático, atribuido de este modo a la S. S.
45 / ¡Y esto no acusa solamente a la S.S. !
46 / Esta tesis ha sido confirmada de brillante manera por el señor de Chevigny, ante el consejo de la República, el 22 de julio de 1953. El señor de Chevigny, senador de un deportamento del Este y ex deportado en Buchenwald, ha revelado que «los alemanes habían dejado a los presos formar su propia policía, y que para cumplir las ejecuciones prematuras – ¡sin cámaras de gas! – siempre se encontraban aficionados con una gran pasión para esto. Todos o casi todos estos delincuentes han sido cogidos posteriormente en flagrante delito», añadía el senador (Journal Officiel del 23 de julio de 1953. Debates parlamentarios.) El autor no reprochará al señor de Chevigny el que no le haya ofrecido espontáneamente su testimonio, y haya dejado que se le condene.
47 / Esto no puede dejar de sorprender al lector, si sabe que el Tribunal de Nuremberg hizo precisamente el mismo razonamiento.
48 / El autor se refiere el naufragio de un buque en 1816. Entre 149 náufragos prepararon una balsa, y estuvieron durante doce días en la inmensidad de los mares, hasta que los últimos quince moribundos fueron salvados por otro barco. El resto pereció ahogado o sirvió de alimento a sus compañeros. (N. del T.)
49 / Después de haber sido escrito esto, se ha dado a conocer que, en febrero de 1956, 14 internados en la prisión de Columbus (EE. UU.) consintieron en que se les vacunase con el virus del cáncer, lo mismo que se hizo en Struthof. (Según el periódico francés Match, del 23 de febrero de 1957.)
50 / Los bolcheviques, que tampoco los inventaron, los emplearon mucho antes de que se hablase del nazismo.
51 / Un número muy grande de supervivientes de los campos, – si no el mayor número – son los que han observado esta regla hasta el fin o que sin hacerse lobos – ¡hubo algunos! – se han beneficiado de la benevolencia o de la protección de los lobos. Pues – se ignora, se finge ignorar o se olvida – los campos estaban administrados por presos que se habían hecho lobos, y que por delegación de la SS. ejercían en ellos una autoridad de sátrapas. No carece de interés el advertir incidentalmente que estos lobos eran comunistas, se hacían pasar por tales o servían los designios del comunismo. Es esto lo que explica que la mayoría de los supervivientes sean comunistas: los comunistas han enviado a todos los demás a la muerte, a excepción de los que han olvidado o no han descubierto. E, imperturbables, echan hoy en día la responsabilidad de todas las muertes y de todos los horrores no sobre el régimen nazi – lo cual sólo podría sostenerse ya muy difícilmente, pues habría que admitir que el régimen nazi es el único responsable de la institución de los campos de concentración, cuando se sabe que existe en todos los regímenes, incluido el nuestro – sino sobre los miembros de la S.S. tomados individualmente y a los que designan nominalmente.

A MODO DE INTRODUCCIÓN PARA LA 4ª EDICIÓN FRANCESA

«La sala de lo criminal del Tribunal de Casación ha anulado la sentencia anterior de la Audiencia de Lyon que había comenzado el 2 de noviembre de 1951, por injurias y difamación, al señor Rassinier, autor del libro La mentira de Ulises, al señor Paraz, autor del prefacio, y al editor de la obra a penas de prisión y multas, y a indemnizar por daños y perjuicios a la Federación nacional de deportados resistentes.
»El supremo Tribunal recusa en la sentencia:
1. »En el aspecto penal, el haber retenido los delitos de injuria y de difamación, cuando las críticas sobre los patriotas contenidas en el libro son ciertamente injustas y malévolas, pero tienen un carácter general y no se dirigen a ninguna persona determinada.
6. »En el aspecto civil, el haber declarado admisible la acción de la F.N.D.R., cuando este organismo no ha sido aludido directamente por el libro y ninguno de sus miembros ha sido atacado personalmente.»
(Información publicada en los periódicos el 24 de marzo de 1954.)

El Tribunal dice, en efecto, que «las críticas contenidas en este libro son injustas y malévolas hacia los patriotas», pero al ser siempre una crítica «injusta o malévola» respecto a alguien, el autor saca fácilmente de ello un argumento.
Si sintiese alguna pena, ésta seria, en primer lugar, la de no haber conocido esta opinión lo bastante pronto como para hacerla figurar en la segunda y tercera ediciones.

P. R.

CONCLUSIÓN DE LA 1ª, 2ª, 3ª Y 4ª EDICIONES FRANCESAS

Otros después que yo estudiarán la literatura de los campos de concentración: de esto no hay duda alguna. Quizá sigan el mismo camino, y haciendo avanzar la investigación, se limiten a reforzar la argumentáción. Quizás adopten otra clasificación y otro método. Quizá concedan más importancia al puramente literario. Incluso quizás algún nuevo Norton Cru (52) inspirándose en esto que hizo el otro a propósito de la literatura de guerra, tras el conflicto de 1914 a 1918, presente algún día una «Summa» crítica por todos los conceptos y bajo todos los aspectos, de todo lo que se ha escrito sobre los campos de concentración. Quizá…
Al ser sólo mi ambición la de abrir el camino a un examen crítico, mi esfuerzo no podía limitarse más que a ciertas observaciones esenciales, y tenía que llevar en primer lugar al punto de partida de la controversia, es decir, a la materialidad de los hechos. Si sólo hace mención de algunos casos típicos, de los que tengo la debilidad de creer que han sido prudentemente escogidos, sin embargo abarca toda la vida de los campos de concentración a través de sus puntos sensibles, y permite al lector el formarse una opinión de todo lo que ha podido leer o leerá sobre el asunto. En este aspecto, ha alcanzado su propósito.
De rechazo, puede conseguir otros.
Acaba de aparecer un libro que no se inserta directamente en la actualidad, y del cual, en consecuencia, no se ha preocupado la crítica con exceso: Ghetto en el Este. Su autor, Marc Dvorjetski, superviviente de cierto número de matanzas, arrastra tras él un pasado que siente tanto más molesto al pedirle su conciencia sin cesar: “Vamos, habla: ¿cómo puedes estar vivo todavía?…» Se me disculpará si tengo la impresi6n de haber traído la respuesta.
Todo se encadena: una pregunta hace venir a otra, y cuando el público comienza a hacerlas… Un cómo, siempre trae un por qué, cuando no le sigue, y, llegado el caso, éste se presenta en forma natural:
¿por qué ciertos deportados han dado un giro tan discutible a sus declaraciones? Aquí, la respuesta es más delicada: para hacer la distinción entre aquellos que han sido dominados, incluso aplastados por la experiencia que han vivido, y los que han obedecido a móviles políticos o personales, sería necesario psicoanalizar – ya se ha pronunciado la palabra… – a todos, e incluso este trabajo sólo tendría que confiarse a los mejores especialistas.
Se puede afirmar, sin embargo, que los comunistas tenían en esto un indiscutible interés de partido: cuando cae sobre la humanidad un cataclismo social, si los comunistas son los que reaccionan más noble, más inteligente y más eficazmente, el provecho del ejemplo se traslada sobre la organización y sobre la doctrina que ella defiende. Ellos también tenían un interés político a escala mundial: distrayendo a la opinión pública con los campos hitlerianos, le hacían olvidarse de los campos rusos. Tenían, finalmente, un interés personal; tomando al asalto el banco de los testigos, y gritando muy fuerte, evitaban el tener que sentarse en el banquillo de los acusados.
Aquí como en todas partes, han dado ejemplo de una firme solidaridad y el mundo civilizado ha podido establecer una política con respecto a Alemania sobre conclusiones que sacaba de informes suministrados por vulgares guardianes de presos. Por otra parte, no pedía nada más en aquel entonces: podía presentar al mismo tiempo a sus propios guardianes como modelos de humanidad…
En cuanto a los no comunistas, la cosa es diferente, y no quisiera decidirme a la ligera. Al lado de los que no han comprendido su aventura, están los que han creído realmente en la moralidad de los comunistas, los que han soñado una entente posible con la Rusia de los soviets para el establecimiento de una paz mundial, fraternal y justa en la libertad, los que han pagado una deuda de agradecimiento, los que han seguido la corriente y han dicho ciertas cosas porque era la moda, etc. Están también los que han pensado que el comunismo anegaría a Europa, y que, habiéndole visto obrar en los campos de concentraci6n han juzgado prudente el tomar algunas seguridades para el porvenir.
La historia una vez más, se ha burlado de las pequeñas imposturas producto de la imaginación humana. Ha seguido su curso y ahora hay que adaptarse a ella. Los cambios de posición no son fáciles, y, par tanto, hacer ésto tampoco será fácil.
Queda par definir la importancia de los hechos en su materialidad y por juzgar la oportunidad de esta obra. En un artículo (53) que causó sensación (54), Jean-Paul Sartre y Merleau-Ponty escribieron:
«… al leer los testimonios de antiguos detenidos, no se encuentra en los campos soviéticos el sadismo, la religión de la muerte, el nihilismo que – unidos paradójicamente a intereses concretos, y bien de acuerdo o bien en lucha con ellos – han acabado por producir los campos nazis de exterminio.»
Si se acepta la versión sobre los campos alemanes que ha hecho «oficial» una unanimidad cómplice en los testimonios, hay que reconocer que Sartre y Merleau tienen razón frente a David Rousset. Entonces se ve adónde puede conducir esto, tanto en la apreciación del régimen ruso como en el examen del problema de los campos de concentración en sí. Esto no quiere decir que si no se la acepta se dé con eso mismo la razón a David Rousset: lo peculiar de los hechos discutibles en su contenido es precisamente el que no son susceptibles de interpretaciones valederas.
Si se recurre a la razón pura, y si se promueve la objeción filosófica o doctrinal, se cae en la retórica y se sitúa uno en un punto muy vulnerable. La retórica tiende fácilmente al sofisma, a los malos raciocinios, incluso a la divagación. Sus atractivos, por seductores que sean, son siempre discutibles pero raramente convincentes. Y sus abstracciones exclusivamente especulativas hacen suponer por tanto que no proceden de métodos más rigurosos.
Asimismo, las razones de sentido común son de distinto peso que las de la escolástica, aunque de menor valor en lo o lo intrínseco.

* * *

Sin duda alguna, la psicosis creada en Francia desde la liberación par ciertos relatos, discutibles en su mayoría más por lo que tienen de interpretación que de testimonio, permite escribir impunemente:
«… al leer los testimonios de antiguos detenidos, no se encuentra en los campos soviéticos el sadismo, etc.»
Pero esta psicosis sólo asegura la tranquilidad de conciencia a aquéllos cuya actitud es generalmente anterior a toda reflexión y que, por añadidura, no han vivido ninguna de ambas experiencias. De una parte, no puede olvidarse que en Francia y en el mundo occidental los supervivientes de los campos soviéticos son mucho menos numerosos que los de los campos nazis, y que si bien no se puede decir a priori de sus testimonios que están inspirados en una mayor veracidad o en un sentimiento más aceptable de la objetividad, no se puede sin embargo negar que han sido dados a conocer en tiempos mejores. De otra, todos los internados que han vivido junto a los rusos en Alemania, han expuesto la convicción de que esta gente tenía una larga experiencia en la vida de los campos.
Por mi parte, durante dieciséis meses me he encontrado entre algunos millares de ucranianos en el campo de concentración de Dora: su comportamiento probaba que en su gran mayoría no habían hecho más que cambiar de campo, y en sus conversaciones no ocultaban que el tratamiento era el mismo en ambos casos. ¿Tendría que decir yo que el libro de Margaret Buber-Neumann, recientemente publicado, no tacha como falsa esta observación personal? Por lo demás, hay que dejar a la historia el cuidado de explicar cómo los campos alemanes, concebidos también según «las fórmulas de un socialismo edénico» se convirtieron de hecho – pero de hecho solamente – en campos de exterminio.
La realidad sobre este punto es que el campo de concentración es un instrumento del Estado en todos los regímenes donde el ejercicio de la represión garantiza el de la autoridad. Entre los diferentes campos de un país u otro, sólo hay diferencias de matices – que se explican por las circunstancias – pero no esenciales. Los de Rusia se asemejan punto par punto a los que había en la Alemania hitleriana parque independientemente de las posibles similitudes o no de régimen en ambos casos el Estado tropezaba con dificultades de igual magnitud: la guerra en Alemania, la explotación de la sexta parte del globo con medios improvisados en Rusia.
Si Francia llegase económicamente al mismo punto que la Alemania de 1939 o que la Rusia de hoy en día – lo cual no se puede excluir – Carrère, la Noé, la Vierge, etc., se parecerán también y punto par punto a Buchenwald y Karaganda: hoy ya está comprobado además que el matiz es casi el mismo (55).
El error llama al error y se multiplica con el artificio en un razonamiento viciado en la base par una primera afirmación gratuita. De lo particular se pasa a lo general y del examen del efecto al de la causa. Así es natural que se llegue a escribir a propósito del sistema ruso:
« Cualquiera que sea la naturaleza de la actual sociedad soviética, la U.R.S.S. se encuentra situada a grosso modo en el equilibrio de las fuerzas, del lado de las que luchan contra las formas de explotación conocidas por nosotros.»
O también:
« El fascismo es una angustia ante el bolcheviquismo, del cual toma la forma exterior para destruir con mayor seguridad el contenido: la Stimmung internacionalista y proletaria. Si se concluye que el comunismo es el fascismo, se realiza posteriormente el deseo del fascismo que ha sido siempre el de ocultar la crisis capitalista y la inspiración humana del marxismo.»
O, finalmente:
«Esto significa que nosotros no tenemos nada de común con un nazi y que tenemos los mismos valores que un comunista.
La primera objeción carece de valor. Una parte importante de la opinión pública, invirtiéndola en sus térrninos anticipadamente, pensaba ya que
«Cualquiera que sea la naturaleza de la sociedad norteamericana, los Estados Unidos se encuentran situados a grosso modo en el equilibrio de las fuerzas, del lado de las que luchan contra las formas de explotación desconocidas por nosotros…»
Y para justificarse añadía:
«… comportándose de tal manera que los demás sean cada vez menos sensibles.»
Se ve el peligro: si se admite que las formas de explotación «desconocidas par nosotros» son más mortíferas y más numerosas que las que gozan del privilegio de sernos «conocidas», si se puede probar que las primeras están en progresión constante y las segundas en regresión o simplemente a un nivel constante, hay que reconocer que esta importante fracción de la opinión pública está abundantemente provista en el terreno de la justificación moral. Ella lo estará tanto más cuanto que no hace más que recibir sus medios de uno de los autores de la objeción, Merleau-Ponty, que en su tesis sobre el humanismo y el terror escribía poco más o menos esto que cito de memoria:
«Lo que puede servir de criterio en la apreciación de un régimen, en el terreno del humanismo, no es el terror, o su manifestación, la violencia, sino el hecho de que ambos estén en progresión y llamados a durar, o, por el contrario, se encuentren en regresión y llamados a desaparecer.»
¿Por qué lo que es verdad del terror y de la violencia no habría de serlo de los campos, que no son más que uno de sus resultados pero que por su número prueban más o menos terror y más o menos violencia? Y, por tanto, ¿por qué este distingo en favor de Rusia? Esto para permitir medir hasta qué punto hubiese sido a la vez prudente y más conforme a la tradición socialista el anticiparse a David Rousset declarándose contra todas las formas de explotación, sean conocidas o desconocidas por nosotros.
La segunda objeción, introducida bajo la forma de un perfecto silogismo, procede de la confusión de los términos: «El fascismo es una angustia ante el bolcheviquismo», dice el mayor. «Si se deduce que el fascismo es el comunismo», dice el menor… En la pluma de un retórico de segunda fila la astucia provocaría a lo sumo un encogimiento de hombros. Cuando se la encuentra en las de Merleau-Ponty y J. P. Sartre uno no puede abstenerse de pensar en las reglas imperativas de la probidad y en la violación que se hace de ellas (56).
Es al bolcheviquismo al que sus detractores identifican con el fascismo, y no al comunismo. Además no lo hacen más que en sus efectos, y tomando la precaución de definir al fascismo por unos caracteres que hacen de él otra cosa, algo más que una «angustia» ante el bolcheviquismo.
Esto quiere decir que si se restablece en ambas proposiciones la propiedad de los términos, la conclusión se descarta por sí misma, y que, por tanto, del silogismo sólo queda la perfección de su forma. Si se quisiese establecer un silogismo aceptable sobre el tema, el único válido sería el siguiente:
1.– «El fascismo y el bolcheviquismo son una angustia ante el comunismo (o el socialismo) del cual toman las formas exteriores – ¿no hablaba Hitler de nacional socialismo, y no sigue hablando Stalin de socialismo en su solo país? – para destruir con mayor seguridad el contenido: la Stimmung internacionalista y proletaria.»
2.– «Si se saca como conclusión que el fascismo y el bolcheviquismo son el comunismo (o el socialismo)»
3.– «Se realiza posteriormente el deseo del fascismo y del bolcheviquismo, que es el de ocultar la crisis capitalista y la inspiración humana del marxismo.»
Lo cual, si se quisiese refutar la identificación del fascismo y del bolcheviquismo, que el silogismo establece aparentemente en principio, haría venir las cosas muy sustanciales que, tomando otras unidades de medida, dice sobre esto James Burnham en L’Ere des organisateurs (impr. Calmann-Lévy, colección «La liberté de l’Esprit», págs. 189 y siguientes).
No diré nada sobre la tercera objeción, que según las apariencias peca de la misma confusión de los términos, a menos que sus autores no precisen después que lo que han querido decir es que “nosotros tenemos los mismos valores que un bolchevique“. No diré nada tampoco sobre esta afirmación extrañamente mezclada a la controversia y según la cual el comunismo chino sería “lo único capaz de hacer salir a China del caos y de la pintoresca miseria en que le ha dejado el capitalismo extranjero”. Ni de la suscripción abierta por Le Monde “para que no se dijese que era insensible a la miseria” de un obrero comunista, ni de la electrificación en la U. R. S. S. ni de las fructíferas conversaciones que se pueden tener con los obreros de la Martinica, ni… ¿Por qué no de las pirámides de Egipto o de la gravitación universal?
Si se insistiese demasiado, se acabaría por llevar la discusión a un punto remoto, y por ceder a la tentación de escribir una nueva Miseria de la Filosofía adaptada a las circunstancias.

* * *

Queda aún el drama de la opinión pública radical que no encuentra la posibilidad de interesarse en el problema de los campos de concentración, a través de esta controversia, más que participando en la preparación ideológica de la tercera guerra mundial, si sigue al uno, o de volver al bolcheviquismo a través de sofismas, si sigue a los otros.
El pretexto de una discusión sobre este objeto es una simpleza. Por una parte, el Kremlin nunca aceptará que una comisión investigadora sobre el trabajo forzado circule libremente por el territorio soviético. Por otra, no puede ser proporcionada ninguna ayuda importante a los internados en los campos soviéticos mientras subsista el régimen estaliniano. Ahora bien, yo no fundo mi esperanza de verle desaparecer más que en tres posibilidades: o bien se desmorona por sí mismo (esto ya se ha visto en la Historia: la Grecia antigua estaba muerta antes de ser conquistada por los romanos), o se hunde con una revolución interior, o bien, finalmente, es aniquilada en una guerra. Al encontrarse Rusia en pleno desarrollo industrial y limitando al parecer con una gran habilidad sus ambiciones a sus medios, las dos primeras están irremediablemente excluidas por un período muy largo y sólo queda la tercera: de ella no hablemos, acabo de conocerla y la experiencia de la que Rusia se jacta de haber triunfado frente a Hitler me basta.
El hecho de que David Rousset intente desde hace poco – y especialmente a partir de un almuerzo que le ha ofrecido recientemente la prensa angloamericana – el extender la misión investigadora «a todos los países donde pueda haber campos de concentración» no modifica en nada el carácter ni el sentido del asunto: sólo queda en el lugar del crimen el rótulo de «Ayuda a los deportados soviéticos». Por lo demás ni Grecia ni España – ¡menos aún Francia! – aceptarán el que se vaya a «espiar» en ellas con el pretexto de investigaciones sobre el trabajo forzado. Sería necesario que la iniciativa partiese de la O.NU. y estuviese apoyada par amenazas de exclusión para los que no quisiesen someterse, lo cual no es concebible pues no quedaría nadie, salvo Suiza quizá que no forma parte de ella.
En El mundo de los campos de concentración David Rousset presentó los campos como si dependiesen de un problema de régimen y tuvo un éxito merecido. Después, en Los días de nuestra muerte y en otros numerosos escritos diseminados se interesó en hacer resaltar y en alabar el comportamiento de los presos comunistas, alegando hechos incontrolados y que sólo han encontrado en el público este crédito en razón al desorden y confusión originados por la guerra. Una vez se ha aventurado a la pura documentación en su colección El payaso no ríe que acusa solamente a Alemania. Sin embargo él no podía ignorar los campos rusos, de los que se dice que en los años 1935-1936 ya estaban en venta en las librerías documentos traducidos del ruso, y de los cuales, por otra parte, le habrá sido revelada la existencia en los tiempos más lejanos en los que todavía militaba él en las filas del trotskismo. Deliberadamente pues, ha contribuido muy eficazmente a crear en el interior del país esta atmósfera de connivencia momentánea que ha permitido a los bolcheviques, cuyas fechorías en Rusia eran atenuadas o silenciadas, subir al poder en Francia. Respecto al exterior, sobre todo ha ahondado un poco más aún el foso que separa a Francia de Alemania
Descubriendo los campos rusos en la manera conocida, no hace más que seguir el movimiento de traslación lateral que es la característica esencial de la política del gobierno desde la marcha del equipo Thorez. Su actitud de hoy es consecuencia 1ógica de la de ayer, y es natural que habiendo prestado un argumento al tripartismo bolchevizante, suministre a los angloamericanos la base ideológica indispensable para una buena preparación para la guerra. No es menos natural que Le Figaro Littéraire y David Rousset hayan terminado por encontrarse. Basta con observar que apoyándose mutuamente, su intervención concertada no trae nada nuevo a la discusión al venir después de los testimonios auténticos de Victor Serge, Margaret [Buber-]Neumann, Guy Vinatrel, mi amigo Vassia etc., no aporta nada nuevo salvo un testimonio más sobre acontecimientos no vividos, y no hace más que registrar la quiebra de una política en provecho de otra que quebrará infaliblemente, si no ante nuestros ojos al menos ante la historia.
A estos elementos sospechosos que dependen, el primero del maquiavelismo de un periódico y el segundo de la capacidad de un hombre para ajustar su comportamiento según los deseos de los poderosos del momento en los diferentes mundos que le cuentan alternativamente entre sus miembros, hay que añadir los que resultan de la experiencia. En 1939 y en los años precedentes, se destacaron de la misma manera los abusos de la Alemania hitleriana. En la prensa no se hablaba más que de ellos. Todo lo demás se olvidaba: nadie ponía en duda que se preparaba ideológicamente la guerra para la cual se creían materialmente preparados.
Efectivamente, se hizo la guerra…
Hoy, en toda la prensa no se habla más que de los abusos de la Rusia soviética en el terreno del humanismo, y exclusivamente de los de la Rusia soviética. Se olvida todo lo demás, y principalmente los problemas planteados por el uso, extensible hasta el infinito, del campo de concentración como medio de gobierno. Las mismas causas producen los mismos efectos…
La opinión pública, desengañada par casi todo lo que se le ha dicho de los campos alemanes, por la forma en la cual de una y otra parte se le presentan los campos rusos, y por el silencio que se guarda sobre los demás, presiente todas estas cosas y parece esperar que se le hable en el lenguaje de la objetividad, demostrándole al mismo tiempo la realidad de los hechos.
Ahora bien, en esta materia el lenguaje de la objetividad no tiene necesidad ni de muchas precauciones ni de muchas palabras. El caso de los campos de concentración, del trabajo forzado y de la deportación, sólo puede ser examinado bajo el aspecto humano y dentro de la definición de las relaciones entre el Estado y el individuo. En todos los países existen los campos, en potencia o bien realmente, cambiando estos últimos de clientela con los azares de las circunstancias y según los acontecimientos. Los hombres se encuentran amenazados en todas partes y para los que actualmente están recluidos no hay posibilidades de salir más que en la medida en que los que todavía no han pasado par ellos están destinados a entrar.
Es contra esta amenaza frente a la que hay que sublevarse, y es al campo en sí mismo al que hay que hacer alusión, independientemente del lugar en que se encuentre, de los fines para los cuales sea utilizado y de los regímenes que lo empleen. De la misma manera que contra la prisión o la pena de muerte. Todo particularismo, toda acción que designe a la vindicta a una nación antes que a otra, que tolere los campos en ciertos casos, explícitamente o por omisión calculada o no, debilita la lucha individual o colectiva por la libertad, la desvía de su sentido y nos aleja del fin en vez de acercarnos a él.
Desde este punto de vista, se juzgará un día el agravio que se hizo a la causa de los Derechos del hombre cuando la IV República admitió que los colaboracionistas o reputados como tales, fuesen encerrados en los campos como lo fueron los no conformistas de 1939 y los resistentes de la ocupación.
Para hablar en estos términos, evidentemente hay que preocuparse bastante poco de ser clasificado en el partido de los antiestalinianos o de los antiamericanos, y es necesario tener bastante dominio de sí mismo para separar en el propio espíritu tanto al régimen soviético de la noción de socialismo como al régimen norteamericano de la democracia: que uno de ambos regímenes es menos malo que el otro es indiscutible, pero esto solamente acredita que el esfuerzo a realizar par los que viven a un lado del telón de acero deberá ser menor que el de los que viven al otro… Y lo que hay que invocar aquí no es una fidelidad de antiguos deportados, que sólo puede colocar a la opinión pública ante la elección entre dos posiciones anti o dos posiciones pro: es la fidelidad de una élite a su tradición, que es definirse a sí misma por medio de su propia misión, y no cumplir la de los demás.

 

NOTAS


52 / Testigos, por Jean Norton Cru. (Témoins, 1930)
53 / Los días de nuestra vida, en “Les Temps modernes” (enero de 1950).
54 / en el café de Flore. (Nota de Albert Paraz.)
55 / Sobre todo si se toma por unidad de medida su comportamiento en las colonias, en las cuales, desde los últimos acontecimientos de Indochina y del Africa del Norte, ya nadie es lo bastante temerario como para atreverse a afirmar que su policía y su ejército se portan muy diferentemente de la manera con la cual la policía y el ejército alemán se comportaban en Francia con los resistentes, en los años más terribles de la ocupación. (Nota del autor para la IIa. edición francesa.)
56 / No si se lee L’agité du bocal. (Nota de Albert Paraz). De Louis-Ferdinand Céline.