224 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Argos
2015, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
Precio para Argentina: 190 pesos
Precio internacional: 19 euros
La joven Traudl Junge, que con 22 años viaja a Berlín con el sueño de ser bailarina, se convierte por azar en la secretaria persona de Adolf Hitler en diciembre de 1942, acompañando al Führer prácticamente todos los días hasta su suicidio en el Búnker el 30 de abril de 1945. Presente en todos los hechos importantes sucedidos en estos dos años y medio, llega hasta recibir el dictado del testamento de Hitler junto a él. “Hubo muy pocos días en que no vi a Hitler, hablé con él, trabajé con él o compartí las comidas con él”, recuerda Junge.
Escritas entre 1947 y 1948 sus memorias ven la luz recién en el año 2002. El periodo en que fueron escritas explica que en ellas se deje ver cierta fascinación por la figura de Hitler, del que desconocía totalmente sus actividades criminales. En su presencia, apenas si la palabra judío era rara vez pronunciada. A Junge sólo le interesa poder fijar, para que no cayeran en el olvido, sus recuerdos sobre los episodios más importantes de su vida en aquella época, por lo que el libro está lleno de trivialidades y pequeñas anécdotas junto a Hitler sin intentar criticar ni analizar profundamente los hechos históricos mayores.
Pasados los años llega hasta a avergonzarse de su actitud, por lo que decide no publicar sus memorias. Pero hoy cree necesario explicar cómo, con 22 años, Junge estaba fascinada por Adolf Hitler, que para ella siempre fue un jefe agradable y un amigo, que adopta la figura paterna tras la separación de sus padres, y cómo disfruta del tiempo que pasó con él casi hasta el amargo final.
El libro sirve, entonces, para acercarse a la vida cotidiana de Hitler, con extensas descripciones de sus hábitos de trabajo y de ocio, logrando además un cautivante relato de los últimos días en el Búnker de Berlín.
ÍNDICE
Prólogo 7
I.- Mis años con Adolf Hitler (1947) 11
II.- En la «Guarida del Lobo» 25
III.- Primeras impresiones del Berghof 49
IV 107
V 153
VI 179
PRÓLOGO
No pretendo con este libro justificarme tardíamente ni autoinculparme. No quiero que sea visto como la confesión de toda mi vida. Antes, es un intento de reconciliación, pero no con quienes compartí aquellos momentos, sino conmigo misma. No pido comprensión, sino que pretendo ayudar a comprender.
Durante dos años y medio fui secretaria de Hitler. Más allá de ello, mi vida no se ha destacado. Entre 1947 y 1948 escribí mis memorias (todavía muy frescas entonces) de mi vida en el círculo íntimo de Adolf Hitler. Esto sucedió en una época en la que «todos nosotros» mirábamos hacia delante, minimizábamos y reprimíamos lo que habíamos vivido; con un éxito sorprendente, por lo demás. Puse manos a la obra sin ninguna preocupación y con la intención de fijar los acontecimientos y episodios más importantes de aquella época, antes de que algunos hechos que pudieran ser de interés posteriormente se esfumaran o cayeran en el olvido.
Cuando volví a leer mis memorias, varias décadas después, me asusté y avergonzé por la falta de crítica y objetividad con que los había relatado. ¿Cómo pude ser tan ingenua y frívola? Esta es una de las razones por las que hasta el día de hoy he evitado publicar el manuscrito en mi país. Además, mi destino y mis observaciones no me parecían lo suficientemente importantes en comparación con los innumerables libros sobre Adolf Hitler y su «Reich de mil años». A esto hay que añadir que me preocupara el sensacionalismo y la posibilidad de recibir el aplauso de gente indeseable.
Nunca oculté mi pasado, pero dado el entorno que tenía me fue muy fácil reprimirlo durante la posguerra: me decían que yo era en ese entonces demasiado joven e inexperta como para poder comprender a mi jefe, tras cuya honorable apariencia se ocultaba un hombre con una sed criminal de poder. Esto no lo decía sólo la comisión de desnazificación que me absolvió por ser «joven colaborador». Esto también lo decían todos mis conocidos con los que hablé sobre mis experiencias, y no sólo los sospechosos de haber sido cómplices, sino también los perseguidos por el régimen. Acepté complacida esta absolución. Al fin y al cabo, yo acababa de cumplir veinticinco años cuando la Alemania nacionalsocialista se derrumbó y por entonces solo quería una cosa: vivir.
Fue a mediados de los años sesenta cuando comencé lentamente a ocuparme en serio de mi pasado y de mis cada vez mayores sentimientos de culpa. Este ha sido, en los últimos treinta y cinco años, un proceso cada vez más doloroso, un intento agotador de comprenderme a mí misma y a mis motivaciones de aquel entonces. He tenido que aceptar que en 1942, con veintidós años de edad, y sed de aventuras, estaba fascinada por Adolf Hitler, que él fue un jefe agradable y un amigo paternal, que silencié la voz que me advertía contra él y que disfruté del tiempo que pasamos juntos hasta el amargo final. Luego de las revelaciones sobre los crímenes de este hombre, tendré que vivir por siempre con el sentimiento de culpa.
Hace dos años conocí a Melissa Müller. Ella me visitó para hacerme una entrevista sobre Adolf Hitler y sus preferencias artísticas. Aquella conversación dio paso a muchas conversaciones más sobre mi vida y sobre las consecuencias que el encuentro con Hitler ha tenido a largo plazo sobre mí. Melissa Müller pertenece a la segunda generación de la posguerra; su mirada está marcada por lo que se sabe sobre los crímenes del Tercer Reich. Pero no es de esas personas que, pasados los hechos, se jactan de haberlos comprendido. Melissa Müller no adopta una actitud tan cómoda. Ella escucha lo que tenemos que decir quienes estuvimos hipnotizados por el Führer e intenta llegar a la raíz de lo sucedido.
«No podemos corregir retroactivamente nuestra biografía, sino que debemos aceptarla tal como fue. Pero lo que sí podemos es corregirnos a nosotros mismos». Esta cita de Tagebuch eines Jahres de Reiner Kunze ha guiado mi vida. «No se pida que la gente se arrodille siempre -sigue diciendo Kunze-. Hay una vergüenza muda que es más elocuente (y a veces más honesta) que hablar». Finalmente, Melissa Müller me convenció de que diera a publicidad mi manuscrito a pesar de todo. Me dije que, si yo había conseguido hacerle comprender a ella qué fácil era sucumbir a la fascinación ante Hitler y qué difícil es vivir con el hecho de haber estado al servicio de un criminal, también sería posible hacérselo comprender a los lectores. Ésta es, al menos, mi esperanza.
Melissa Müller me presentó el año pasado a André Heller, que para mí no sólo es un artista extraordinariamente interesante, sino también una persona muy comprometida, notable desde el punto de vista moral y político. Las apasionantes conversaciones con él fueron un estímulo adicional e inestimablemente valioso para enfrentar a la muchacha que fui, con la que estaba en pugna desde hace tiempo. Lo más esencial de nuestras conversaciones tuvo lugar ante una cámara. André Heller y Otthmar Schmiderer han elaborado a partir de estas grabaciones la película documental Im toten Winkel, que ve la luz al mismo tiempo que este libro.
Hablo aquí a veces como una mujer joven y otras como una mujer mayor. El creciente interés por lo que los testigos sabemos sobre el régimen nazi ha convencido póstumamente, por así decirlo, a aquella joven mujer a publicar lo que escribió, con la esperanza de contribuir al avance del conocimimiento. La mujer mayor no pretende ser un apóstol de la moral, pero tiene la esperanza de transmitir algunos pensamientos que no son tan banales como pareciera en un primer momento: las hermosas fachadas engañan a menudo, y mirar por detrás de ellas siempre vale la pena. El ser humano tiene que escuchar la voz de su conciencia. No hace falta tanto coraje como parece para reconocer los errores y aprender de ellos. El ser humano está en el mundo para progresar aprendiendo.
TRAUDL JUNGE,
enero de 2002.