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Encrucijada en la nieve – Ramiro García de Ledesma

García Hispán Editor
1996
367 págs.,
15×21 cms.
Tapa: blanda,
encuadernación rústica
Precio para Argentina: 108 pesos
Precio internacional: 18 euros

Ramiro García Martínez, nació en Ledesma (Salamanca), de ahí su firma habi­tual “RAMIRO GARCÍA DE LEDESMA” en los múltiples escritos con que cuenta en su haber. Ha publicado cuatro libros y tiene algún otro en preparación.
Pero si interesante y cultivado ha sido el campo literario para este autor salman­tino, no lo fué menos en sus años juveniles encuadrado en el S.E.U. y en el Frente de Juventudes, alcanzando puestos de responsabilidad a nivel local y provincial, iniciándose en tareas de “Inteligencia”, que confirmaría más tarde como experto profesional, tanto en el ámbito castrense como muy especialmente en una labor constante y eficaz en los Servicios de Información de la Dirección General de Seguridad.
Ramiro García ha sido un luchador infatigable y un idealista puro, lo que le llevó, tras sus breves escarceos en la Guerra Civil en la Legión a alistarse -como tantos valientes de esa España que soñamos- en la División Azul, desde donde pergeñó, imaginó y desarrolló una romántica y arriesgada ENCRUCIJADA EN LA NIEVE.
La obra que esta Editorial le presenta, amigo lector, es un pedazo más, vivo e interesante, que se desprende con peculiaridad de la gesta de aquel grupo de vale­rosos españoles, que asombraron a propios y extraños con su heroico proceder en los frentes de Rusia, bajo cuya tierra dejaron a CINCO MIL CAMARADAS, que junto a los Caídos germanos -hermanos en la lucha- sembraron aquellas nieves, en el limen, en Novgorod, en el Volchov, en Krasnybor de cruces de abedul, de huesos rotos, de sacrificios hondos, de Honor, de Amor y de Valor.
– Si los “renglones torcidos de Dios” conducen a la Luz en línea recta, también los esfuerzos y trabajos realizados con el corazón y espíritu limpio por los caminos de la lucha contra el materialismo ateo y el caos -como los que se idealizan en estas páginas y de mil maneras más- son aptos y útiles para el fin que se persigue.
De esa manera, los que ayer lucharon de uno u otro modo, al regresar a la Patria han sabido rubricar, con su trabajo, esfuerzo y austeridad, aquellos ideales que un día les llevaron a las estepas. Ellos que llevan ya la nieve en sus sienes, no han arriado, ni arriarán la bandera de esos ideales, hermosos, hasta que el Señor de los Ejércitos les convoque para formar en su Guardia sobre los Luceros. Laus Deo.
García hispan, editor

ÍNDICE

PROLOGO I ……………        7
PROLOGO II.           1l
CAPITULO I
Relato preliminar   15
CAPITULO II
Surge el C.I.E           19
CAPITULO III
Curso de formación intensiva  27
CAPITULO IV
Adiós a Gerona     39
CAPITULO V
Pausa            47
CAPITULO VI
La Legión     53
CAPITULO VII
Llega el “contacto”           69
CAPITULO VIII
Primeras Pesquisas            77
CAPITULO IX
Hacia la URSS         89
CAPITULO X
¿Y mi contacto?    109
CAPITULO XI
En la boca del lobo         133
CAPITULO XII
Leningrado: Comienza el cautiverio  141
CAPITULO XIII
¡Primavera en Leningrado!: Libertad 165
CAPITULO XIV
Kolpino… y una bella mujer       187
CAPITULO XV
Moscú… y el vacio            205
CAPITULO XVI
Londres         213
CAPITULO XVII
Francia         223
CAPITULO XVIII
El maquis español, organizado           237
CAPITULO XIX
Otras acciones guerrilleras, dos contactos opuestos       261
CAPITULO XX
En la cueva comunista… y preparando el futuro  273
CAPITULO XXI
Persecución implacable            287
CAPITULO XXII
¡España!       301
CAPITULO XXIII
Hay que rendir cuentas  317
CAPITULO XXIV
El viaje a casa        325
CAPITULO XXV
Película de otros “casos” 331
CAPITULO XXVI
Contacto con otros servicios secretos: Italia           335
CAPITULO XXVII
Final: Reencuentro con mi espíritu      347
DOCUMENTOS FOTOGRÁFICOS          353

PRÓLOGO I

EL SERVICIO DE INFORMACIÓN
Mientras exista en el mundo un conflicto, cada una de las partes que en él inter­vienen tendrá la necesidad de saber todo lo que pueda de las restantes. De ahí que como el conflicto nació con la Humanidad, el oficio de averiguar lo que se pueda en campos ajeno a al propio sea de los más antiguos. El “oficio” lo ejerce el Servicio de Información, llamado también “De Inteligencia” por los anglosajones. Y uno de sus más remotos antecedentes se encuentra en la Biblia, cuando Josué antes de aven­turarse a pasar el Jordán para conquistar Jericó envió a dos espías para que se infil­traran en el campo enemigo y utilizando a la prostituta Rahab consiguieron la valio­sa información que necesitaba el General en jefe del Ejército hebreo. Hay que recor­dar que una vez obtenida la victoria, Rahab fue recompensada generosamente.
El tema de la búsqueda de la información en terreno adversario ha sido, desde siempre, explotado por la literatura de ficción y en muchos casos por cierto género de misterio que abusa de la fantasía. En nuestro tiempo, también por el teatro, el cine y la televisión. Esto ha producido una cierta distorsión de la verdadera imagen del informador o espía. Y ha contribuido también a ello la mitificación de los gran­des espías que han desempeñado un decisivo papel en el acontecer humano. Esta mitificación del espía crecerá en cuanto contribuye a lavar un nombre y en otros casos se tiende a presentar al informador como un ser carente de escrúpulos.
Comienzan a ser más frecuentes a partir de la guerra de 1914 y sigue des­pués en el período de entre-guerras, la guerra del 1939 y la guerra fría, etcétera, ampliándose su conocimiento con la publicación de fotografías y autobiografías de profesionales del Servicio de Información; y aparece también abundante documen­tación procedente de desertores, traidores y tránsfugas que han revelado importan­tes servicios de la C.I.A., el K.G.B., el MOSSAD y de casi todos los servicios de información orientales y occidentales.
El Servicio de Información, sin embargo, es algo más sencillo – y más impor­tante- que ese oropel literario y en cierto modo histórico; es algo establecido y orga­nizado que en casi todos los países responde al siguiente esquema:
– El Mando dispone que de acuerdo con los criterios que rigen la “Casa”, la “Compañía”, etcétera, por el “Coronel” que coordina las redes del Servicio, se pro­pongan los planes de información y los programas de investigación. De él depen­derán también las fases de preparación del personal.
Las oficinas de Información, que tienen a su cargo determinadas cosas, o ramos y periodos de tiempo.
Los Agentes de Información -cédula básica del Servicio- a quienes compete la exploración de las fuentes directas o de las que les sean posibles incluso del campo enemigo.
El Agente de Información ha de tener las virtudes del buen militar: valor, patrio­tismo y disciplina y una cierta flexibilidad de carácter que le permita incluso la con­vivencia con el enemigo potencial del momento. Requiere, en general una prepara­ción anterior, mejor si es de alguna duración. El político americano Alien Dules, maestro de espías, en la obra clásica “La Técnica de la Información”, esboza algu­nas de las aptitudes que se deben desarrollar en la intrincada vida del agente secre­to:
Capacidad para el conocimiento de las personas.
Capacidad para trabajar con otras y de colaborar en situaciones difíciles.
Capacidad de distinguir lo real de lo ficticio.
Capacidad de distinguir lo esencial de lo que no lo es.
Integridad.
Atención especial al detalle.
Saber callarse.
Pero a esas aptitudes que explícita el político americano, hay que añadir la abne­gación. El agente secreto al que motiva la ideología o el patriotismo no piensa en la recompensa o en su carrera; sirve hasta el sacrificio en el mayor puesto de riesgo y fatiga y sabe que su función, insignificante en apariencia, puede ser la clave de la solución de un problema trascendente.
Cuando el General Alexander Orlov, jefe del espionaje de la N.K.V.D. desertó a los EE.UU., le hicieron profesor de espionaje en la Universidad de Michigan, un hecho que cito porque pone de relieve la gran importancia de la formación de las bases.
El Agregado Naval norteamericano en Tokio, un mes antes de producirse el ata­que de Pearl Harbour, informó que no se esperaba un ataque sorpresa pues la flota del Japón continuaba anclada en Yokusuka como lo demostraba el gran número de marineros que se veían en las calles de Tokio. El Agregado Naval norteamericano, se engañaba; en aquel momento la flota japonesa se encontraba camino de Pearl Harbour; los marineros que paseaban por las calles de Tokio no eran tales marine­ros, sino soldados vestidos así para despistar. Como se ve, en este caso falló el agen­te secreto del último escalón.
El Agente Secreto no ha de ser alguien con dotes superiores capaz de resolver los más intrincados y maquiavélicos casos; lógicamente hay algo que también influ­ye y mucho, en la búsqueda de la información: la suerte.
Pero, como me dijo alguien con experiencia -el autor de este libro- “la suerte solo viene en ayuda de uno cuando se está siempre, en cualquier momento y cir­cunstancia, con los cinco sentidos puestos en el trabajo, cuando se observa todo y a todos, cuando hasta el más insignificante detalle merece nuestra atención”.
Y es que ese esfuerzo constante, enorme, agotador tantas veces, bien merece, al menos de vez en cuando, un poco de suerte.

Eduardo Blanco Rodríguez

PRÓLOGO II

Yo creo que el prólogo de una obra literaria debe servir simplemente para infor­mar al lector acerca de lo que éste se dispone a leer; aunque suele ocurrir que el lec­tor es bastante avisado y ya tiene algunas pistas orientativas. En consecuencia, tam­bién creo que los prólogos son un tanto inútiles. Quien tiene el libro entre las manos y está dispuesto a introducirse en sus páginas, no necesita ya que nadie le dé un empujoncito y le predisponga a la lectura más de lo que está, ni le introduzca a nada.
Acaso continúan escribiéndose prólogos porque el autor de la obra desea salir a las candilejas como amparado o protegido por el prologuista, al actuar éste a guisa de telonero, heraldo, truchimán, adelantado de las hazañas que el autor cuenta o de sus reflexiones, invenciones o comentarios. Sin embargo, de ninguna manera se da este caso en Ramiro García, que es un veterano en la actividad literaria, con muchas horas de vuelo; quiero decir con muchos años de oficio y un antiguo bagaje intelec­tual. Ramiro, que no ha necesitado nunca de escudo protector alguno, menos iba a requerirlo ahora.
Pues bien: si el prólogo resulta innecesario, tanto para el lector como para el autor, cabe que nos preguntemos por qué diablos escribo yo estas líneas destinadas a colocarse como prólogo de una obra. No hay más razón justificante de ello que una audaz pretensión mía, basada en mi entrañable amistad con Ramiro. Es este sen­timiento y el del afecto lo que me lleva a hacer público mi júbilo por la aparición de esta novela, que el autor había escrito hace tiempo y que unos pocos habíamos teni­do el privilegio de leer.
Esos pocos, yo entre ellos, hemos alentado e incitado a Ramiro para que diera las páginas a la imprenta. Nos alegramos de que lo haya hecho, de que un editor haya sido lo suficientemente sensible y agudo como para percibir la valía de la obra y que, en consecuencia, ahora va a ensancharse el círculo de lectores. En este caso, pues, el prólogo sirve a quienes van a ingresar en ese círculo, para explicarle las diversas y objetivas razones por las que entiendo que es bueno que esta obra litera­ria se ponga al alcance del público en general. Quedan explicadas las simplísimas razones que me mueven a escribir este prólogo.
Es bueno y es útil, primero que nada, porque se trata de una novela en la que el autor, como se verá enseguida, recrea con maestría un estilo que en los últimos años no ha contado con las preferencias de los autores de moda, más preocupados éstos de narrar historias facilonas, que se consumen en unas horas. Han crecido en España recientemente muchos “cultiparlantes” -mejor: “cultiescribientes”- que se dedican a hacer literatura chata, sin estilo. Esta obra de Ramiro García es una obra seria y tra­bajada. Tolstoiana. Una novela-río, fuera de serie, selvática, intrincada, en el senti­do de que está henchida de paisajes, de hechos, de sucesos, de personajes. Es una obra trascendente, sin frivolidades, ni criaturas, ni concesiones.
El lector se va adentrando en la maraña por los vericuetos de una realidad que existió, aunque a algunos más jóvenes les parezca inverosímil, fantástica, “noveles­ca”. Al final, el río, del que son afluentes centenares de hilos menores que se jun­tan en el mismo caudal y cauce, se desploma como una catarata y alcanza más tarde un ultimísimo remanso. Es todo un símbolo: a las peripecias del espionaje, de la aventura, de la traición; esto es, a la guerra por la que desfila un conjunto de vidas apresuradas, ciegas, desgarradas, violentas, suceden las campanas de la paz, que se escuchan en medio de un paisaje tranquilo, de belleza y sosiego.
En el cañamazo de esta obra aparece una tragedia histórica impresionante, de la que el propio Ramiro ha sido protagonista y a la que los españoles – que digo, los españoles, el mundo entero -, hemos asistido como espectadores. Y algunos, como víctimas. El relato tiene mucho de autobiografía, aunque aparezca de forma novela­da. Sobre la verdad de los sucesos el autor cabalga con su personalidad propia, infal­sificabie. Cuenta no sólo lo que él vio con sus propios ojos, sino aquello en lo que él mismo participó; sus vivencias, sus ilusiones, sus desengaños, sus frustraciones. Todo ello, al hilo de la última guerra mundial y de unos avatares tan específicos como fueron los entresijos del espionaje, el contraespionaje, las retaguardias, el “maquis”… Así se explican la viveza, la naturalidad, y la veracidad de capítulos como -por ejemplo-, los que dedica a Leningrado y a la Francia ocupada; en los que se ofrecen datos rigurosamente ciertos y muchos de ellos inéditos hasta ahora.
La contienda mundial, la posterior guerra fría, las tramas de los servicios secre­tos… son, repito, algunos de los ríos que confluyen en la gran catarata, tras la cual la paz se refleja a través de los ventanales de un monasterio cisterciense. No es ocio­so advertir que el autor vivió personalmente y además fervorosa, intensa, apasiona­damente, todas las etapas del caudaloso itinerario. Ese falangista joseantoniano; legionario de aquellos antiguos Tercios de Millán Astray, cuyos integrantes se lla­maban a sí mismos “novios de la muerte”, vistió el uniforme de la División Española de Voluntarios -la “División Azul”-, que peleó en Rusia y vio morir a sus camaradas sobre las estepas; perteneció posteriormente a los “servicios secretos”; se camufló en el “maquis”; se introdujo en Gibraltar…
Es que la vida del autor de esta obra es una fascinante novela en sí misma. Nadie podrá extrañarse de que vertida una gran parte de ella en la novela, con los indis­pensables ropajes de la ficción literaria, haya producido los admirables resultados que configuran esta magnífica y espléndida obra. Magnífica y espléndida, sí. Como novela y como aporte testimonial enriquecedor de esa historia reciente cuyos episo­dios han jalonado las etapas y edades de nuestra generación. Es una historia -con muchas historias arropadas por ella-, que se sale de un gobelino hasta ahora invisi­ble, del que se van teniendo noticias a medida que pasa el tiempo y los personajes principales se mueren; o la “perestroika” desanuda los dogales que antes apretaban.
Pero nada más ignorado que los entretelones de esa misma historia; es decir: los hilos que forman ese entramado o cañamazo o tapiz secreto. La novedad, o, mejor dicho, el acierto literario consiste en la ligazón de eso hechos reales con la pura fic­ción, o sea, con la trama de la novela misma; y en la sorprendente y persuasiva natu­ralidad y espontaneidad con que Ramiro García de Ledesma ha efectuado esa tra­bazón.
A ésto hay que agregar la pulida belleza idiomática del texto; pienso que expli­cada por ser Ramiro un castellano de nacencia, caballero de una genealogía procer. Si la pulcritud narrativa se justifica por el dominio de la técnica, la explosión ima­ginativa resulta más bien inherente a una personalidad y a un estilo singulares. Quiero decir que en esta obra, a la fidelidad descriptiva, que es austera, unamuniana, a los expresivos diálogos, que son benaventinos, se añade en el ropaje novelís­tico propiamente dicho, una luminosidad soberana, azoriniana, Buena literatura, en fin.
No me cansaré, pues, de ponderar, ensalzar y recomendar esta obra de Ramiro García Martínez. Querría transmitir al futuro lector mi entusiasmo sincero. Estamos, de verdad, ante una estupenda novela. De las que enaltecen, ennoblecen y enrique­cen el género.
De las que deleitan e interesan y entretienen y aleccionan. A mí, particularmen­te, confieso que me ha interesado sobremanera la parte que intuyo más real y menos inventada de la historia y las historias que cuentan estas páginas. Esto es: la des­cripción de los hechos ciertos sobre los que se aposenta la ficción o trama exclusi­vamente novelística. Dicho de otra manera: lo que es testimonio del autor; y no tanto por lo que le ocurre a él como personaje -la obra está escrita en primera persona-, sino por lo que sucede a los otros personajes, que aparecen, unos con sus nombres reales y otros con nombres camuflados; y lo mismo ocurre con las ciudades, los pai­sajes, los escenarios; sobre los que cruzó el ventarrón de los sucesos históricos, de patéticas y desgarradoras aventuras, de desventuras familiares, de la desolación béli­ca, en fin.
Lo que más induce a meditación -por lo menos lo que más me induce a mí- es descubrir el talante heroico y desinteresado de una generación de españoles y de europeos, situada en ambos lados o trincheras ideológicas, que estuvo dispuesta a morir, ilusionada, generosa y en algunos casos alegremente, en la lucha por sus ideales. Este contraste con las posturas materialistas, tartufescas, transfuguistas y utilitarias, de las generaciones contemporáneas -generaciones con “pulso campesi­no”, las llamaría Ortega-, creo que es digno de análisis.
Y no me refiero a los ideales que movieron a unos y a otros, considerados intrínsecamente , que pudieran compartirse o combatirse, sino a eso otro que atañe a la disposición a la entrega total y sin reservas, con alma y cuerpo, a aquello en lo que se cree y con lo que se comulga. Esa disposición y talante trasciende a plenitud de estas páginas, acaso sin que el autor se lo haya propuesto, sino porque él estuvo inmerso con pleno idealismo, en ese ambiente de renunciación, heroísmo y entrega.
Esta obra es un testimonio fiel de ese ambiente. Ramiro García de Ledesma debe de haberla escrito con una última sensación de perplejidad: la que le habrá produci­do descubrir cómo todo aquello por lo que tantos en un bando y en otro se jugaron la vida -y muchos la perdieron-, fue algo así como un fabulosos espejismo. El rela­to y las reflexiones del autor en torno a los hechos que el relato nutren, constituyen el meollo de esta novela-río que agrega nuevos y tan merecidos lauros a la biografía de este brillante periodista y escritor que es Ramiro García Martínez, “Ramiro García de Ledesma”.

Victor G. Salmador