205 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2014, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
Precio para Argentina: 100 pesos
Precio internacional: 15 euros
Franz Liszt, uno de los músicos y compositores más destacados de todos los tiempos, analiza en “Los bohemios y su música en Hungría” su apasionada relación con la música Bohemia (Zíngara), base de sus celebradas Rapsodias Húngaras, escritas entre 1846 y 1885.
El libro se podría dividir en dos partes: Una primera parte dedicada a exponer el carácter zíngaro, valiéndose, para mejor resaltarlo, de su contraposición al judío. Ambos son antiquísimos pueblos errantes, con un fuerte sentido de supervivencia racial, sin territorio e insertados dentro de otros pueblos, pero su comportamiento es diametralmente opuesto. Uno es rural, el otro urbano; uno vive alejado de la naturaleza, el otro se complace de vivir en ella; uno acapara riquezas y hace de su rango distintivo el comercio y el apego a los bienes materiales, el otro vive el día a día hasta casi primitivamente, en una pobreza alegre sin mayores preocupaciones por el futuro; uno es distante y hasta indiferente hacia la creación artística propia, el otro hace de la música su medio de expresión más distintivo.
En la segunda parte Liszt expone su teoría sobre la música zíngara como origen de la música húngara. Pese al desprecio del húngaro hacia los zíngaros, hay algo en esa música que es deseado por los demás, esa libertad, esa alegría, esa despreocupación, ese sentimiento profundo de orgullo sin deseo de opresión ni maldad.
Por fin entra en la material central: Estudia la música zíngara, sus gamas musicales, sus florituras de origen oriental, los saltos entre tonalidades y la falta de acordes de transición, temas que en un estudio musical indignarían al profesional pero que en la realidad “un oyente que goce de la ventaja de no saber música y ser impresionable, se muestra atento por un elemento que le impone y le encanta y del cual puede captar fácilmente su sentido”. La melodía suele quedar como un mero hilo conductor entre florituras y adornos que maravillan por su originalidad y gusto. Los gitanos no tienen a menudo conocimiento alguno de teoría musical pero saben sentirla.
Intenta finalmente develar el origen de la música zíngara estudiando su historia y desarrollo, aún cuando sabe que probablemente el origen permanezca desconocido. Y aunque sus conclusiones puedan resultar a trasmano de otras investigaciones, no se deja de destacar la importancia de los zíngaros en la cultura musical y la mutua aportación a la cultura popular de húngaros y bohemios.
Cabe destacar finalmente el estilo profundamente poético y romántico del libro, que nos impulsa a simpatizar con la música que Liszt tanto amó.
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN, (Por J.M.)
DE LOS BOHEMIOS Y DE SU MÚSICA EN HUNGRÍA, Por Franz Liszt
INTRODUCCIÓN
QUIZAS PUEDA ser incluso ofensivo para alguno de nuestros selectos lectores esta introducción aclaratoria al presente texto. Posiblemente cada cual, una vez leído el libro de Franz Liszt que seguidamente ofrecemos, sacará sus propias conclusiones, pero si queremos mencionar algunas consideraciones al respecto es debido a que los responsables de la redacción de nuestra publicación hemos tenido serias dudas sobre su publicación, especialmente debido a su extensión.
El motivo por el cual nos han asaltado tantas dudas es por tratarse de un libro que, totalmente convergente con nuestros puntos de vista, muestra en la tesis principal del libro una probable divergencia de conceptos. Podríamos resumir la tesis de F. Liszt en el presente trabajo diciendo que nos presenta dos pueblos de la Antigüedad que han llegado a nuestros días -judíos y gitanos- y nos muestra que pese a su arraigado sentido racial que les ha permitido sobrevivir miles de años en medio de otros pueblos, son radicalmente opuestos. El judío es urbano, el gitano es rural. El judío vive totalmente apartado de la naturaleza y su santuario sería Nueva York -eso no lo sabía Liszt-, mientras que el gitano vive en la naturaleza, pero de una manera totalmente primitiva. El judío acapara y se enriquece, el gitano vive al día, si roba es para comer no para enriquecer-se. El judío no tiene arte, mientras que el gitano ha encontrado en la música un medio de expresión; el judío no ha inspirado obras literarias -o solo ha hecho ha sido de manera crítica-, mientras que el gitano ha despertado el interés de artistas de todos los tipos y países sugestionados por su peculiar forma de vida.
El libro empero, no pretende profundizar en esos antagonismos entre judíos y gitanos, lo cual ocupa únicamente una pequeña parte al principio del libro. Lo fundamental es analizar la vida de los gitanos, desde sus puntos de vista positivos y negativos, pero al hacerlo, al analizar la relación del gitano con la naturaleza (pensemos que habla de gitanos húngaros del siglo XIX, no hagamos comparaciones con los gitanos españoles del siglo XX casi XXI), nos plantea serias dudas sobre la justa relación del hombre con la naturaleza. El hombre blanco, también el amarillo, quizás todos no son ni tan cosmopolitas como el judío ni tan silvestres como el gitano. El gran interrogante es: ¿cuál es la justa relación del hombre con la naturaleza?
Este estudio comparativo de judíos y gitanos, ese análisis de la forma de ser de los gitanos y esa cuestión de la relación del hombre y la naturaleza son puntos sugestivos y profundos, y aunque en muchos casos no estemos totalmente de acuerdo con el autor, -pudiendo llegar incluso a discrepar-, sus consideraciones son realmente válidas y dignas de tenerse en cuenta. Todo el libro está escrito de una manera profundamente poética, aspecto que ha sido totalmente conservado por la excelente traducción realizada. El único problema digno de mención es quizás la excesiva retórica y, desde luego, su desmesurada extensión, sin embargo después de considerar varias posibilidades hemos creído indispensable incluir el texto completo pues de otro modo podríamos caer, Involuntariamente, en la manipulación al publicar únicamente aquellos textos que a nuestro criterio fuesen más interesantes. Y caso de no salir malparada de una tal reducción la idea en sí del libro, sí que lo saldría sin lugar a dudas, su calidad literaria y poética. La reducción de un libro únicamente puede hacerse cuando se cuenta con la autorización del autor.
Antes he mencionado que no debemos comparar a los gitanos húngaros del siglo XIX con los gitanos españoles del siglo XXI, sin embargo quiero hacer una breve reflexión al respecto. Precisamente la literatura española ha tomado en diversas ocasiones -ello también es mencionado por Liszt en su libro-, la figura del gitano como una imagen romántica. Sin querer profundizar en un tema que desconozco totalmente, quizás la revolución industrial y la despoblación del campo, pueda ser la explicación de una actual situación extraña de los gitanos viviendo en las grandes ciudades. Recuerdo que no hace muchos años en el antiguo “Puente del Trabajo” en Barcelona, pude ver como un niño gitano, que curiosamente con frecuencia van vestidos al revés de los otros niños, es decir, vestidos de cintura para arriba en vez de cintura para abajo, estaba haciendo sus necesidades en cuclillas en plena acera. Naturalmente esto chocaba enormemente con la habitual forma de vivir de un habitante de una gran ciudad, pero hemos de imaginar que ese mismo niño, viviendo en el campo, podría actuar de igual manera sin ser por ello entonces recriminado. Me decía un buen amigo pintor que los indios pieles rojas eran antes como ahora. Cuando abandonaban un campamento siguiendo a las manadas de búfalos, lo dejaban todo sucio y de ninguna manera se dedicaban a limpiar el lugar, todo lo que quedaba en el suelo del antiguo campamento desaparecía en poco tiempo, mientras que ahora las latas, el plástico, los hierros… todo queda permanente hasta que es recogido. Tal vez con los gitanos ha ocurrido lo mismo. Parecen extraños a la vida en las ciudades y ello es posiblemente debido a que son realmente extraños a ella. Y algo así es lo que dice el prominente gitano Juan de Dios Ramírez Heredia, en un artículo titulado: “Un gitano escribe a los payos”: (1)
«Nosotros los gitanos estamos en la encrucijada de nuestra larga historia… Hace algunos años abandonamos siglos de existencia nómada. Nuestros medios de vida tradicionales empezaron a desaparecer a principios de los años cincuenta, cuando la economía paya comenzó a desarrollarse. Para empezar, la mecanización de la agricultura casi eliminó el empleo de animales de trabajo en las faenas del campo, y, por tanto, las famosas ferias de ganado, en las que tan destacado papel desempeñábamos los gitanos. En algunos casos, los viejos oficios cayeron asimismo en desuso. Por ejemplo, los esquiladores, que eran gitanos en su mayoría, ahora han desaparecido igualmente. ¿Habéis oído hablar de los herreros gitanos? Miles de balcones y ventanas andaluzas están adornadas con barrotes y rejas ornamentales hechos por ellos; pero los productos de aluminio y plástico están reemplazando a los trabajos en hierro forjado… Antes como nómadas, nos íbamos con nuestros trastos si el entorno no nos gustaba. Anteriormente, nuestra creencia, profundamente arraigada, de que Dios arreglará todo en la Tierra de Promisión -quizá sólo unos kilómetros más adelante-, nos impulsaba a trasladarnos de un lugar a otro. Ahora, sin embargo, no podemos huir de nuestros problemas; en las mentes gitanas ha estallado una revolución. Y hemos decidido tratar de incorporarnos al mundo payo… Pero probablemente estaréis pensando: ¿Y qué nos dice de la reputación de delincuentes de los gitanos? No niego que en nuestros tiempos nómadas robábamos de pasada pollos y melones. Pero hoy en día somos ciudadanos que no merecemos la reputación infamante que se nos da…».
Todas estas reflexiones pueden apuntar al hecho de que los gitanos realmente se hallan ahora frente a un momento crucial en su vida, pues han tenido que cambiar y precisamente ellos no quieren e incluso podríamos decir, no deben hacerlo. La integración forzosa en la sociedad, debido a su relativamente escaso número, no resultaría en perjuicio de la sociedad en la que se integrasen, pero ello no sería la solución, pues con ello desaparecerían los gitanos. Por otra parte, junto a los problemas que causan -ahora los skins o esas bandas juveniles suburbiales son mucho más peligrosas-, los gitanos han tenido siempre una gran personalidad y resulta preocupante para nosotros, amantes de la naturaleza, de la diversidad y de mantener las peculiaridades de cada etnia, grupo, raza, comunidad o como quiera o debe llamárseles, que éstas se pierdan o que en medio de las grandes ciudades puedan verse arrastrados al mundo de la droga o de la delincuencia. Por otra parte los gitanos, a diferencia de los judíos, no tienen patria. En última instancia un país podría considerar a los judíos extranjeros -al menos a los que manifestasen sentirse judíos-, y enviarlos a su patria, pero eso no ocurre con los gitanos. El problema gitano reviste pues un tratamiento especial y singular. Quizás, como ocurre con unas u otras especies, con la revolución industrial y de despoblación del campo los gitanos están destinados a desaparecer, o quizás lo que está destinado a desaparecer es esa concentración urbana galopante para volver a una dispersión en medio de un ambiente rural más natural donde tendrían cabida los gitanos. Los gitanos no quieren imponerse, simplemente quieren seguir siendo como son, precisamente por ser racistas o racialistas o defensores de su estirpe, etnia, raza, grupo, etc. etc. constituyen una unidad natural digna de ser tenida en cuenta. La lectura del libro de Liszt nos hace simpatizar con esas gentes nómadas, amantes de la vida natural y de la música, luego la fría reflexión nos devuelve a la realidad. Yo he conocido diversos gitanos, uno, vendedor ambulante de los objetos más peregrinos, se ganó la confianza del todos los comerciantes del barrio. Era gitano de pura cepa pero hablaba catalán y una vez, sin venir a cuento de nada, empezó a decir que era mentira que los nazis matasen a los gitanos, que a los gitanos que trabajaban nadie los odiaba y que a los que vagabundeaban robando a todos los que podían también los mataría él. Era una persona afable y simpática, era un “personaje” auténtico y los últimos años de su vida tuvo que pasar un largo calvario en manos de algunos familiares que eran realmente muy diferentes de él. Conociendo a ese hombre peculiar, creo que se llamaba Martisella -El Sr. Martisella le llamaba todo el mundo-, pude imaginarme la figura del gitano rural que iba de pueblo en pueblo, pues él también venia dos o tres veces al año con los artículos más singulares. La muerte de ese entrañable gitano me causó profundo dolor, especialmente por las circunstancias que la rodearon. Otro gitano que conocí, aunque no demasiado bien, compartía mí celda en la cárcel Modelo de Barcelona. Como trabajaba en el taller y hacía un horario muy raro, muy pocas veces pudimos hablar, pero cuando fui puesto en libertad, mientras me dirigía alegremente hacia las puertas que iban a abrirse, se me acercó corriendo y me deseó la mejor suerte del mundo, felicitándome y abrazándome. Son los gitanos que he conocido, aunque sé que no todos son así. Los hay como los parientes de mi buen amigo el Sr. Martisella, pero quiero con estar palabras rendir un recuerdo de simpatía a esas personas, de “raza gitana” como menciona el “Selecciones de Readers Digest” que no son un peligro real, pues ni detentan el poder ni tienen interés en detentarlo. Pese a los posibles paralelismos entre judíos y gitanos no podemos olvidar que los gitanos carecen de un servicio secreto que se dedique a asesinar o raptar enemigos políticos por todo el mundo, sin necesidad de inventar organizaciones paralelas y sabiendo que la prensa soslayará esas actividades “marginales”, no existe un movimiento político gitano comparable al sionismo, incluso podríamos decir que no existe más que una forma de ser gitano, mientras que entre los judíos se puede distinguir fácilmente entre los religiosos y los modernos financieros con ambiciones políticas. Pretender meter en el mismo saco a judíos y gitanos, resulta absurdo y de la lectura del libro de Liszt nacen indiscutiblemente nuevas simpatías hacia esa “raza” tan denigrada, tan criticada, pero quizás también tan desconocida.
Franz Liszt a través de su texto nos hace simpatizar con la figura del gitano, con la visión romántica del mismo, y ello es comprensible porque Liszt ayudaba a todo el mundo y de todo el mundo hablaba bien, era un hombre que solo veía en los hombres lo bueno que tenían. Y su preocupación era ayudar también a todos. La personalidad de Franz Liszt es digna de recordarse. Su gran fama la adquirió como pianista, como singular e inigualable virtuoso, esto le llevó a componer obras de difícil ejecución y transcripciones endiabladamente difíciles de las obras musicales -especialmente óperas- del momento, posteriormente como responsable del teatro de Weimar y de toda la música de aquella ciudad intrínsecamente artística, ayudó a numerosos compositores noveles, defendiendo hasta las últimas consecuencias a todos los artistas en cuyo arte creía, como fue el caso de Richard Wagner, entre muchos otros. Es precisamente Wagner quien nos cuenta una anécdota muy representativa de la forma de ser de Liszt: «… las obras que se oyeron en aquel festival no vallan ciertamente gran cosa. Figuraba entre ellas una cantada de Welsheimer, “La tumba en el Busento”, que pasó inadvertida, pero la “Marcha alemana” de Draesecke, provocó un verdadero escándalo. En esta singular composición, Draesecke no obstante estar bien dotado, parecía haberse propuesto mofarse del público. Por motivos incomprensibles, Liszt que le protegía con un apasionamiento fuera de lugar, obligó a Bulow a que dirigiera dicha obra. A pesar de que Hans cumplió brillantemente con su cometido y hasta dirigió de memoria, el alboroto que se armó fue mayúsculo. No obstante el entusiasmo con que eran acogidas las composiciones de Liszt, no se había logrado que el autor se mostrara una sola vez ante el público, y, en cambio, cuando aun resonaba el último acorde de la “Marcha” de Draesecke, con la cual terminaba el concierto, mi amigo se puso de pie en el palco proscenio y aplaudió acaloradamente la obra de su protegido. Y como el auditorio expresaba su descontento, Liszt se inclinó sobre la barandilla del palco y, tendiendo los brazos, batió abundantes palmas y prorrumpió en enérgicos bravos. Sobrevino entonces una verdadera lucha entre el público y Liszt, cuyo semblante estaba encendido por la cólera. Liszt no dio ninguna explicación. Sólo le oímos proferir algunos epítetos de furioso desprecio dirigidos al público weimariano, “para el que aquella música era aún demasiado buena”. Supe que su comportamiento era motivado por una especie de rencor contra la verdadera sociedad de Weimar que, no obstante, nada tenía que ver con lo ocurrido. En cierto modo, quería vengarse de la suba que algún tiempo antes hablan tributado a “El barbero de Bagdad”, de Cornelius, que el propio Liszt había dirigido». Efectivamente; con motivo del estreno de dicha ópera el 15 de noviembre de 1858, los adversarios de Liszt, el sector conservador que se oponía a las constantes innovaciones presentadas por Liszt, compraron la mayoría de entradas del teatro y así pudieron silbar a placer la obra. A raíz de tal estruendoso fracaso Liszt decidió abandonar la dirección del Teatro y Cornelius no quiso que se volviera a representar su obra. Posteriormente Wagner protegió a Cornelius cuando contó con el apoyo del rey Luis II.
Evidentemente el apoyo más singular, persistente y entusiasta, fue el que dispensó a Richard Wagner. En su testamento escrito el 14 de setiembre de 1860, es decir 23 años antes de la muerte de Wagner y 26 de la propia, decía: “Hay en el arte contemporáneo un nombre ya glorioso y que lo será cada vez más: Richard Wagner. Su genio ha sido para mí una antorche. Lo he seguido siempre, y mi amistad con él ha conservado los caracteres de una noble pasión”. Liszt murió en Bayreuth. Poco antes de morir pronunció la palabra: “Tristán”. Cuando le preguntaron si le dolía algo dijo: “Nada” y esa fue su última palabra.
En Weimar sin embargo, empezó realmente la carrera de Liszt como compositor, autor de obras extraordinarias, pero que sigue siendo pese a todo poco valorado al respecto. Su nombre es más conocido que su obra. Podríamos decir, salvando las distancias, que le ocurre lo mismo que a Joaquin Rodrigo que es únicamente conocido por su “Concierto de Aranjuez”, ignorándose toda su otra producción musical. En el caso de Liszt la Rapsodia Húngara núm. 2 y el Sueño de Amor núm. 3 son quizás sus piezas más conocidas y probablemente en la mayoría de estos discos que seleccionan fragmentos populares el nombre de Liszt aparecerá sin lugar a dudas, pero seguirán sin ser conocidas su grandes obras sinfónicas o su música religiosa. De la obra “Christus” diría Wagner que «si eran en Roma tan iluminados como infalibles, los fragmentos del “Christus”, deberían ser ejecutados en cada una de las fiestas a las cuales se refieren, y la obra íntegra en los días grandes de la Iglesia».
Sobre la obra que publicamos a continuación, algunos autores han pretendido que no debe atribuirse a Liszt sino a la princesa Wittgenstein. «En especial el capitulo, por otra parte en extremo curioso, consagrado, ignoramos en realidad por qué, a la historia del pueblo israelita, parece conservar el eco de las conversaciones que la señora de Wittenstein mantuvo en Roma con Renán» (2). Lo cierto es que el libro fue firmado por Liszt y si no eran las ideas originales suyas en todo caso las compartía. También resulta sorprendente, además de sospechoso, que únicamente se discuta la paternidad de esta obra.
Ahora corresponde a cada cual sacar sus propias conclusiones y disfrutar con una obra llena de pasión, sentimiento y poesía.