204 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2015, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
Precio para Argentina: 240 pesos
Precio internacional: 16 euros
Ezra Pound, brillante poeta, ensayista, traductor y crítico cultural estadounidense, fue un auténtico ”fuera de serie” de la literatura contemporánea y su fama como escritor sería seguramente muy amplia si no hubiera sido por sus colaboraciones radiales con el régimen fascista de Mussolini que aquí presentamos.
Durante esta época, Pound apoya el fascismo, aportando ideas, proyectos culturales y participando en las reformas sociales. En sus intervenciones en Radio Roma Pound habla libremente, diez minutos cada vez, de todo y de todos. Afronta temas políticos, literarios y económicos; sobre todo económicos pues en ellos ve la clave para comprender los acontecimientos de su época. La idea general de Pound era que las guerras eran creadas por la codicia de los usureros y los fabricantes de armamento; y que son los banqueros los responsables de la injusticia en el mundo, quienes ven en la guerra simplemente un gran negocio. De allí su apoyo al fascismo que se opone a este sistema.
Sin embargo, también es esta colaboración, volcada en este libro, la que le vale la mortal persecución de la tiranía democrática. Finalizada la guerra que tanto denunció, Pound es detenido, de forma inhumana, en una prisión militar al norte de Pisa y posteriormente un penal de los EE.UU.. Aquí es metido en una jaula de hierro (en los cantares la llama “la jaula del gorila”), en una línea de jaulas en que se guardaban a los condenados a muerte. Bajo el sol y la lluvia, soporta el escarnio de los que pasaban y, por la noche, poderosos reflectores que le impedían conciliar el sueño. Tras ello es encerrado en un manicomio por 12 años, lo que no le impide mantenerse lúcido escribiendo, llegando incluso a recibir el Premio Bollingen al mejor libro de poesía norteamericana durante su internamiento.
Pound pagó un alto precio por un delito de opinión. Tuvo que demostrar, con el ejemplo, su propia frase: “Si un hombre no está dispuesto a arriesgarse por sus ideas, o bien sus ideas no valen nada, o bien el que no vale nada es él”.
ÍNDICE
Prólogo del Traductor. Reseña biográfica 7
Sobre la traducción 27
El modelo (30 de Marzo de 1942) 31
Cuestión de motivo (13 de Abril de 1942) 39
Un acento francés (11 de Mayo de 1942) 45
Llegar tarde (essere in ritardo) (14 De Mayo 1942) 55
Con fantasmas (18 de Mayo 1942) 63
A modo de comienzo (28 de Mayo 1942) 73
El señor decaído (19 de Junio de 1942) 81
Continuidad (6 de Julio 1942) 89
Como llegamos a esto (10 de Julio 1942) 97
Superstición (20 de Julio 1942) 105
Propaganda del eje (26 de Julio 1942) 113
Canuto (Abril 1943) 119
Conciencia ( 24 de Abril 1943) 125
Sobre la naturaleza de la traición (2 de Mayo 1943) 131
Para consolidar (1942) 139
SEGUNDA PARTE
Prólogo. La voz de Europa 149
Primeros apuntes sobre Pound y el Fascismo 155
Los famosos paréntesis (7 de Diciembre de 1941) 165
Universalidad (4 de mayo de 1942) 171
Oscuridad (13 y 14 de Julio de 1942) 177
Sin título (13 de Junio de 1943) 185
Sin título (26 de Junio de 1943) 191
Sin título (24 de Julio de 1943) 197
Prólogo del Traductor
Al mencionar a Ezra Pound y al grupo de escritores norteamericanos que confluyeron en París hacia los años 1920 una de las primeras cosas que viene a la mente es la frase aquella de “la generación perdida”. Hay varias anécdotas más o menos similares acerca de cómo surgió la expresión.
Según una de ellas, en París hacia los ‘1920s, Gertrude Stein, quejándose por lo mal que un joven mecánico había reparado su automóvil, le hizo un reclamo al dueño del taller quien, para disculpar a su empleado, le explicó que, los jóvenes eran fáciles de capacitar; no así los que habían pasado por la Primera Guerra Mundial y se hallaban entre los 25 y los 35 años. Estos últimos, según el hombre, pertenecían a “une génération perdue” – una generación perdida. Hemmingway, comentando el incidente, ironizó diciendo que probablemente el sujeto ya estaba ebrio a esa hora del mediodía puesto que, de otro modo, no se explicaba cómo pudo acuñar “una frase tan maravillosa”.
Sea como fuere, lo cierto es que con el tiempo la denominación trascendió. Aplicada al principio – y aun hasta hoy día – para designar a un grupo de escritores norteamericanos radicados en París, sirve también para caracterizar a toda la generación de escritores y artistas que vivió – y sufrió – el difícil período que se extiende entre la Primera y las Segunda Guerra Mundial. Porque esos escritores pertenecen, realmente, a una generación perdida. Perdida en casi todos los múltiples sentidos de la palabra.
Perdida porque unos cuantos de ellos, “políticamente incorrectos”, se han prácticamente perdido para el gran público y son conocidos casi solo por especialistas quienes, al reconocer sus méritos, no omiten nunca recalcar que los valoran siempre y solo “a pesar de” las opiniones e ideas que en su momento estos autores sustentaron. Y perdida, además, porque todos ellos se encontraban perdidos. Perdidos moral, intelectual y estéticamente. Perdidos en un mundo que se acababa de derrumbar, otro que pugnaba por nacer pero con muy escasas probabilidades de éxito, y un tercero que asomaba sobre el horizonte como una negra amenaza. Quiso la fatalidad – y en no menor medida la estupidez humana – que de los tres mundos posibles, el que terminó materializándose fuese justamente el tercero.
La fama de algunos sobrevivió a la hecatombe. Fueron los políticamente neutros. O los “correctamente” posicionados. O los simplemente indiferentes ante los gatuperios de los politicastros. O los que fueron tan constitutivamente bohemios, individualistas y rebeldes que sencillamente les importó un bledo todo lo que sucedía y todo lo que sucedió en ámbitos tan alejados del arte como la política, la economía y las guerras. Pero los otros – Louis Ferdinand Céline, Drieu La Rochelle, Knut Hamsun, Ernst Jünger, Robert Brasillach, Paul Morand y tantos más – o bien resultan hoy ignorados casi por completo, o bien sus biografías resultan convenientemente recortadas, o bien se los menciona a desgano, intercalando en todo caso un fárrago de explicaciones y excusas.
A este segundo grupo pertenece Ezra Pound.
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Ezra Weston Loomis Pound nació un 30 de Octubre de 1885, en Hailey – Idaho – como hijo único de Homer Loomis Pound e Isabel Weston. Después de recibir una educación primaria en instituciones particulares, a los 13 años ingresó a la Academia Militar de Cheltenham en la que permaneció hasta los 15 luego de lo cual fue admitido en el College of Liberal Arts de la Universidad de Pennsylvania en 1901. En el ínterin, también a los 13, tuvo la oportunidad de hacer un viaje de tres meses con su madre y su tía por Europa, visitando Inglaterra, Bélgica, Alemania, Suiza e Italia.
Volvió a hacer otra gira de tres meses por Europa en 1902 para luego ingresar al Hamilton College del condado de Oneida, en el estado de Nueva York. Allí estudió el dialecto provenzal y la Divina Comedia de Dante con William Pierce Shepard, constituyendo lo segundo muy posiblemente el impulso inicial que lo incitó a escribir su obra más conocida: los Cantos (o Cantares como quería que fuesen llamados en español).
Se graduó como Licenciado en Filosofía en 1905 y regresó a la Universidad de Pennsylvania para estudiar las lenguas romances con Hugo Rennert, absolviendo su Maestría en Artes en 1906. Se inscribió luego para un doctorado en filosofía y obtuvo una beca para realizar viajes de estudio con la cual viajó a Madrid pasando casi un mes realizando trabajos de investigación sobre Lope de Vega. De Madrid se trasladó a la Sorbona de París, de allí viajó a Londres y regresó finalmente a los EE.UU. Al año siguiente tuvo un entredicho con Felix Schelling, el titular de la cátedra de inglés, y abandonó la universidad sin terminar su doctorado. Después de aceptar un puesto docente en el Wabash College de Crawfordsville, Indiana, – que en algún momento describiría como “el sexto círculo del infierno” – y algunos escandaletes relacionados con diversas mujeres, dejó Crawfordsville para regresar a Europa.
Desembarcó en Gibraltar en Abril de 1908 con 80 dólares en el bolsillo. Ganó algún dinero como guía de turismo y enviando algunos de sus escritos al Harper’s Magazine. Unos meses después estaba viviendo en Venecia y publicaba por cuenta propia su primer libro de poemas, A Lume Spento (Con Cirios Apagados)1. En Agosto se mudó a Londres – llegando esta vez con apenas 3 libras en su haber – donde se quedaría a vivir por 12 años y donde, a poco de llegar, trabó una duradera amistad con William Butler Yeats.
En 1909 ya era conocido y apreciado en los círculos literarios ingleses. Durante el año siguiente publicó tres libros – Personae, Exultations y The Spirit of Romance – con marcado éxito. Aparte de ello, también colaboró con varias publicaciones escribiendo reseñas y críticas. Tal como lo señalara T.S. Eliot tiempo después: “Durante una década crucial en la historia de la literatura moderna, aproximadamente entre 1912 y 1922, Pound fue el más influyente y de alguna forma el mejor crítico en Inglaterra y en América”.
En 1912 ayudó a crear un movimiento que dio en llamarse “Imagism”. La idea impulsora de este movimiento fue la de elaborar un lenguaje literario más directo que el que había impregnado la poesía romántica y victoriana. Acompañado por otros autores tales como William Carlos Williams, Amy Lowell, Richard Aldington y Hilda Doolittle, el movimiento se centró en la búsqueda de la precisión expresiva y en la economía de los términos. Ezra Pound lo formularía diciendo: “No vuelvan a decir en verso mediocre lo que ya ha sido dicho en buena prosa” y “No usen palabras superfluas ni adjetivos que no signifiquen algo”.
Una de las características más notables y destacadas de Pound fue su increíblemente amplia generosidad para con otros escritores; un rasgo de su personalidad que no solo lo enaltece sino que, llegado el momento y como veremos más adelante, hasta muy probablemente le salvó la vida. Su influencia concreta se extendió mucho más allá de su propia producción literaria.
Tenía, por de pronto, una gran capacidad para descubrir el talento en otras personas y constantemente promocionaba a escritores cuyas obras estimaba como valiosas. Ayudó y promocionó a poetas como Robert Frost y D.H. Lawrence, además de ser el editor y gran amigo de T.S. Eliot. De hecho, el que publicó “The Waste Land” de T.S. Eliot – que es probablemente uno de los poemas más significativos de la época del modernismo inglés – fue Ezra Pound. Pero su círculo de amistades incluyó también al novelista irlandés James Joyce a quien ayudó a publicar y a hacer conocer sus obras. Durante los peores años de Joyce, Pound incluso lo ayudó financieramente y existe una anécdota según la cual le consiguió un par de zapatos usados cuando el irlandés quedó tan en bancarrota que se había quedado hasta sin calzado. En 1925 Hemingway escribiría sobre Pound: “Defiende a sus amigos cuando son atacados, los mete en revistas y los saca de la cárcel … Escribe artículos sobre ellos. Los presenta a mujeres ricas. Consigue editores que aceptan sus libros. Se queda sentado con ellos durante toda la noche cuando se sienten morir … les adelanta el dinero para gastos de hospital y los disuade del suicidio”.
Paralelamente, la propia obra de Pound siguió creciendo. Durante los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial aparecieron dos de sus obras más destacadas: “Homage to Sextus Propertius” y “Hugh Selwyn Mauberley”. En la segunda de las mencionadas, compuesta de 18 poemas y publicada en 1920, aparece por primera vez en la obra de Pound el concepto de la usura y una ácida crítica al sistema socioeconómico imperante. La guerra, aun cuando no participara directamente de ella como otros poetas y escritores, demolió en Pound la fe en la dirección que los vencedores le estaban imponiendo a Occidente. Hacia fines de 1920 decidió que Londres ya no era el lugar para él y se trasladó a París.
En París se hizo pronto amigo de personalidades como Marcel Duchamp, Tristan Tzara, Fernand Léger y Ernest Hemingway.
Publicó “Poems 1918-1921” y en 1922 Eliot le envió el manuscrito de “The Waste Land” al que llenó de tachaduras y comentarios en tinta azul por lo que Eliot escribiría después: “Me atrae pensar que el manuscrito, con los pasajes suprimidos, había desaparecido irrecuperablemente. No obstante, por el otro lado, quisiera que las correcciones en azul fuesen preservadas como prueba irrefutable del genio crítico de Pound”.
En su constante afán por ayudar, convenció al abogado neoyorquino John Quinn a financiar el Transatlantic Review, la revista literaria de John Madox Ford. Por otra parte, trabó una amistad muy sólida con Hemmingway con quién recorrió Italia en 1923 y lo ayudó a relacionarse con Lewis, Ford y Joyce. Como retribución, Hemmingway trató (infructuosamente) de enseñarle a boxear.
En 1924 se cansó del ambiente de París y decidió cambiar de aires nuevamente. Esta vez se dirigió a Italia y se estableció en Rapallo, ciudad en la que residiría durante los siguientes 20 años. Allí, su vida cambió de un modo bastante sustancial: en 1925, de su relación con la violinista Olga Rudge, le nacería su hija María y al año siguiente su hijo Omar, de su esposa Dorothy Shakespear. En lo que a su producción literaria se refiere, Pound se concentró en sus Cantos, una muy ambiciosa y larga serie de poesías sobre la que venía trabajando desde 1915, y que él mismo describió alguna vez como su “poema que incluye Historia”. La primera sección del poema se publicó en 1925 y en ella ya queda en evidencia la creciente preocupación de Pound por los temas económicos y por la inestabilidad financiera surgida como consecuencia de las secuelas de la Primera Guerra Mundial. Más tarde aparecerían las continuaciones: “Eleven New Cantos” en 1934; “The Fitfth Decade of Cantos” en 1937 y “Cantos LII-LXXI” en 1940.
Su inquietud por los problemas económicos y sociales de su tiempo lo llevó a profundizar en el tema. Se familiarizó con la teoría del “Social Credit” (Crédito Social) elaborada por Clifford Hugh Douglas según la cual la mala distribución de la riqueza se debía a un poder de compra insuficiente por parte de quienes producían los bienes y los servicios siendo que quienes los producían eran, al mismo tiempo, los consumidores de los mismos. En otras palabras: la totalidad de los ingresos de los productores no alcanzaba para comprar los bienes y servicios que ellos mismos producían. Por otra parte, sus propias observaciones también llevaron a Pound a la conclusión que en todas partes imperaba una injusticia promovida y sustentada por banqueros cuyas manipulaciones financieras conducían a guerras y conflictos.
Todas estas consideraciones, unidas a la experiencia directa de vivir en la Italia fascista, lo llevaron a juzgar a Mussolini y al fascismo de los años ‘20 en términos positivos.
No fue el único.
Dirigiéndose a una delegación de socialistas italianos luego de la Marcha Sobre Roma de Mussolini, Lenin se lamentaba en 1922 recordando los orígenes socialistas de Mussolini: “Es un desperdicio que hayamos perdido a Mussolini. Es un hombre de primera categoría que hubiera llevado nuestro partido al poder en Italia”2. Desde la vereda de enfrente, cinco años después, nada menos que Churchill le manifestaba al Duce: “Si fuera italiano, estoy seguro de que habría estado de todo corazón con usted desde el principio hasta el final en su triunfante lucha contra los bestiales apetitos y pasiones del leninismo”3. En 1933 Sigmund Freud le envió a Mussolini un ejemplar del libro “Warum Krieg?” (¿Por qué guerra?) que había escrito conjuntamente con Albert Einstein incluyendo una dedicatoria que rezaba: “A Benito Mussolini de parte de un viejo que saluda en el gobernante al Héroe de la Cultura”4. Franklin D. Roosevelt en un mensaje a su embajador en Italia, Breckinridge Long, concedería: “Parece no haber duda alguna que (Mussolini) está interesado en lo que estamos haciendo y estoy muy interesado y profundamente impresionado por lo que ha logrado y por su evidentemente honesto propósito de restaurar a Italia”5 para agregar además: “No me importa decirle confidencialmente que me mantengo bastante estrechamente en contacto con ese admirable caballero italiano”6.
Las apreciaciones favorables a Mussolini y al fascismo podrían citarse por docenas. Por supuesto: todas ellas anteriores a la Segunda Guerra Mundial … Como se dice habitualmente, muy pocos intelectuales y muy pocos políticos resisten un archivo. Porque con el correr del tiempo y las conveniencias del momento, las opiniones dieron un giro de ciento ochenta grados y finalmente se volvieron “políticamente correctas”. Obviamente.
No fue el caso de Ezra Pound. Una vez persuadido de los aspectos positivos del fascismo italiano – aunque sin pertenecer al partido y sin participar directamente en forma activa de la política italiana – Pound se mantuvo firme en sus convicciones. El 30 de Enero de 1933, el mismo día en que Hitler ascendía al poder en Alemania, Pound se entrevistó con Mussolini. Luego, ese mismo año publicaría su “ABC of Economics” (El ABC de la Economía) seguido por “ABC of Reading” (El ABC de la Lectura) en 1934; “Social Credit: an impact” (Crédito Social: un impacto) en 1935; “Jefferson and/or Musolini” (Jefferson y/o Mussolini) en 1936.
Con el tiempo y en realidad, su mensaje político se concentró casi solo en dos cosas: en el sistema socioeconómico injusto y en la guerra que este sistema había traído consigo. Precisamente para tratar de mantener a su propio país fuera de la guerra viajó en 1939 a los EE.UU. Demás está decir que, a pesar del fuerte movimiento antibélico existente en los EE.UU. y a pesar de que Pound se entrevistó con varios legisladores y concedió toda una serie de entrevistas periodísticas, no fue escuchado en los niveles superiores del gobierno norteamericano que impulsaban la política exterior en una dirección diametralmente opuesta y que terminarían permitiendo – y quizás hasta provocando – el ataque japonés a Pearl Harbor para justificar el ingreso de los EE.UU. a la Segunda Guerra Mundial. Con todo, durante su estadía obtuvo al menos un reconocimiento: el Hamilton College, dónde había obtenido la licenciatura en filosofía 34 años antes, le concedió el título de doctor honoris causa el 12 de Junio de 1939.
Tras volver a Italia, Pound, hacia 1940, había escrito una impresionante cantidad de cartas y había presentado sus ideas en cientos de artículos en los que una y otra vez insistía sobre un punto central: la crítica al sistema económico usurario impulsado exclusivamente por la usura para el cual la guerra era simplemente un gran negocio. En esto, su gran preocupación – uno casi estaría tentado a decir: su obsesión – desde 1939 en adelante fue hallar un modo de evitar que su país, los EE.UU., fuesen arrastrados a la guerra en Europa. Y además, desde el momento en que – tanto al frente de este sistema como en la generación que disparara la revolución bolchevique, así como por añadidura en gran parte de la literatura de la época7 – apareciesen constantemente los nombres de Rothschild, Trotsky, Morgenthau, Zinoviev, Lehman, Radek, Warburg, Schiff, Baruch y muchísimos otros, resultó poco menos que inevitable que Pound se topara también con la cuestión judía tal como lo habían hecho muchos antes que él, Winston Churchill incluido.8 Todo esto quedó luego reflejado en los mensajes radiofónicos que transmitió desde Roma durante la Segunda Guerra Mundial y que casi terminaron costándole la vida.
No le fue fácil acceder a los micrófonos de Radio Roma. Comenzó escribiendo artículos para la radio hacia fines de 1940. Los primeros no fueron leídos por él sino por los locutores habituales de la emisora. A partir de Enero de 1941 pudo grabar sus propios mensajes que fueron transmitidos en un promedio de dos por semana. Por regla general, los escribía en su casa, en Rapallo, y viajaba a Roma para grabarlos en series de diez o veinte alocuciones a la vez. Recopilaba la información de fuentes muy diversas: de las transmisiones radiales y de las publicaciones italianas, de estaciones extranjeras – principalmente de la BBC inglesa que podía sintonizar en su propia radio – de conversaciones con amigos, funcionarios, viajeros; de cartas de los amigos que siguieron viviendo en los EE.UU. y otros países; y de su propia biblioteca que incluía números anteriores de varios periódicos.
La mayor parte de sus mensajes se dirigió a la audiencia norteamericana, aunque también transmitió para la inglesa y, en ocasiones, para ambas. Está comprobado que en los EE.UU. lo escuchaban las autoridades y prueba de ello son las transcripciones de la FCC (Federal Communications Commision = Comisión Federal de Comunicaciones) que incluso dieron lugar, en Abril de 1942, a que el FBI, a pedido del Departamento de Justicia norteamericano, iniciara una investigación para determinar el posible alcance de su audiencia en los EE.UU.
A partir de fines de Enero de 1942 – es decir, después de Pearl Harbor y con los EE.UU. ya implicados abiertamente en la guerra – las transmisiones radiales de los mensajes de Pound desde Radio Roma fueron precedidas de la siguiente declaración que él mismo había redactado y que las autoridades fascistas habían aceptado:
“Radio Roma, actuando de acuerdo con la política fascista de libertad intelectual y de libre expresión de opiniones por parte de quienes están calificados para tenerlas, le ha ofrecido al Dr. Ezra Pound la utilización de este micrófono dos veces por semana. Queda entendido que no se le pedirá decir nada en absoluto que vaya en contra de su conciencia, ni tampoco cualquier cosa que sea incompatible con sus deberes como ciudadano de los Estados Unidos de América.”
En total, Pound transmitió más de 120 mensajes a través de Radio Roma, siendo que, en realidad, es casi imposible establecer con precisión el número exacto de sus alocuciones.9 En todo caso, siguió transmitiendo y escribiendo – a veces bajo seudónimo – en los últimos tiempos por lo menos ocasionalmente, hasta Abril de 1945.
El 2 de Mayo de 1945 – apenas unos días después de que Mussolini fuera fusilado y su cuerpo colgado cabeza abajo para exhibición pública en la plaza Loreto de Milán – Ezra Pound estaba solo en su casa de Rapallo. Una patrulla de partisanos antifascistas ingresó a la vivienda dándole tiempo solamente para meterse una copia de Confucio y un diccionario chino en su bolsillo luego de lo cual lo llevaron a Chiavari. Lo soltaron, sin embargo, con lo que finalmente Pound, no teniendo realmente adonde ir y sabiendo que la clandestinidad no sería ninguna solución viable para él, se entregó a las autoridades militares norteamericanas en el pueblo de Lavagna.
Al principio, los militares no tuvieron ni idea de quién era ese sujeto algo extraño que les había caído poco menos que del cielo. Solamente después de recibir toda una serie de histéricos cables procedentes de Washington llegaron a la conclusión de que, fuera quien fuera, el sujeto debía ser “peligroso”. Consecuentemente, lo trasladaron al Centro Disciplinario de las Fuerzas Armadas norteamericanas cerca de Pisa en donde mantenían prisioneros a soldados norteamericanos acusados de asesinato, violaciones y otros crímenes graves.
Lo encerraron durante tres semanas enteras en una jaula de alambre tejido con un espacio de 1,80 x 2 metros10, a la intemperie, con la prohibición de hablar con nadie, con potentes reflectores iluminándolo durante toda la noche, sin colchón, durmiendo sobre el piso de cemento y con solamente una delgada manta para cubrirse. Terminó física y mentalmente destruido a tal punto que tuvieron que trasladarlo a una unidad médica para mantenerlo con vida. Allí, si bien lo alojaron en una carpa primitiva, al menos le permitieron una mayor libertad de movimientos y pronto el personal del centro se acostumbró a la figura del algo estrafalario pero inofensivo prisionero que ayudaba a los soldados a escribir las cartas que enviaban a sus familiares y que por las tardes se sentaba a la máquina de escribir en la farmacia del centro médico a escribir poesías. Así comenzaron a nacer sus The Pisan Cantos o
Cantos de Pisa.
En Noviembre de 1945, después de casi 7 meses, decidieron por fin enviarlo detenido a los Estados Unidos en dónde lo acusaron de traición a la patria por sus mensajes radiales desde Roma.
La acusación conllevaba la posibilidad cierta de una sentencia a muerte y frente a la misma, jurídicamente, Pound podía tener tres líneas de defensa posibles. Una de ellas hubiera sido sostener que era un poeta y que los poetas gozan de ciertas licencias por lo que no están tan estrictamente sujetos a las mismas normas que las personas comunes. La segunda podría haber sido afirmar que había tenido razón en todo lo que había dicho; que la traición al pueblo norteamericano no la había cometido él sino los funcionarios de la Casa Blanca que habían arrastrado al país a una guerra europea en la que los EE.UU. no tenían nada que hacer. Finalmente, la tercera estrategia defensiva – y que Pound estaba dispuesto a seguir – hubiera podido ser la de sostener que, al hablar por radio, no había hecho más que ejercer sus derechos garantizados por la Primer Enmienda a la Constitución Norteamericana.
Pero, para 1945, finalizada la Segunda Guerra Mundial, la propaganda bélica ya había surtido efecto sobre los norteamericanos. La gran mayoría de los amigos de Pound estaba convencida, y con razón, de que cualquiera de esas tres estrategias defensivas terminaría siendo un tiro por la culata y que el jurado se hallaría más que dispuesto a condenarlo a muerte. Hemingway fue el primero en sugerir que Pound podía llegar a ser declarado inimputable porque estaba “obviamente loco”. La idea prendió en su abogado defensor, Julien Cornell, porque, al fin y al cabo, ¿acaso no hay que estar un poco loco para ser poeta?; ¿qué gran poeta, de todos los que ha conocido la literatura universal, ha estado realmente en sus cabales?
Por orden del juez interviniente, Pound fue sometido a un examen psiquiátrico. El examen fue llevado a cabo por cuatro psiquiatras entre los cuales el más conocido era el Dr. Winfred Overholser, jefe del hospital psiquiátrico St. Elisabeth de Washington. Al final del examen, los psiquiatras firmaron un informe redactado por Overholser que presentaba a Pound como excéntrico, disperso, poseído de delirio de grandeza, y que concluía calificándolo de: “mentalmente incapacitado para asesorarse adecuadamente con su abogado defensor o para participar de manera razonable y de forma inteligente en su propia defensa. En otras palabras, es insano.”
No fueron pocos los que estuvieron en desacuerdo con el veredicto no demasiado detalladamente fundamentado de los psiquiatras. De hecho, quienes visitaron a Pound con posterioridad no detectaron nada anormal en su comportamiento. Pero la decisión final la tomó el jurado que el 13 de Febrero de 1946 consideró el caso. A pesar de toda la bombástica publicidad que lo precedió, el juicio transcurrió sin mayores sobresaltos, sin grandes torneos de oratoria y sin multiplicidad de argucias legales. La impresión general fue que la fiscalía no estaba en absoluto entusiasmada por atacar el testimonio de los psiquiatras sabiendo, como tenía que saber, que no ganaría grandes laureles disparando con artillería pesada sobre un poeta acusado de traición por el mero hecho de haber hablado por radio.
Por otra parte, también existían varios problemas legales que amenazaban con complicar el caso. Por ejemplo, si bien decenas de miles de personas habían escuchado las transmisiones de Pound, no había testigos en la sala que pudiesen testimoniar que había sido efectivamente él quien las había emitido. Los únicos que podrían haberlo hecho hubieran sido los técnicos italianos de la radio que se hallaban a miles de kilómetros de distancia y a quienes nadie se había tomado el trabajo de convocar. Además, estos testigos tendrían que haber recordado sucesos de hacía tres a cinco años atrás y, al ser italianos, de todos modos muy probablemente no hubieran podido entender ni una sola palabra de las pronunciadas por Pound en inglés. Por añadidura, los documentos que le fueron secuestrados a Pound luego de su arresto lo fueron “manu militari”, sin una orden judicial en regla y, por consiguiente, al abogado defensor Julien Cornell no le hubiera costado mucho lograr que se los descartara por completo.
Sea como fuere, lo concreto es que Ezra Pound se mantuvo en silencio durante la mayor parte del juicio y el jurado, después de escuchar el informe de los psiquiatras y el relato de los hechos, lo declaró inimputable después de una deliberación de menos de cinco minutos. “Cornell me salvó la vida”, fue el lacónico comentario de Pound. Quizás se equivocaba un poco: hay buenos argumentos para sostener que quien realmente le salvó la vida fue el Dr. Overholser: Ezra Pound quedaría durante 12 años encerrado en el nosocomio de St. Elisabeth dirigido por este psiquiatra.
Por aquella época, el Hospital St. Elisabeth estaba alojado en un viejo y muy mal mantenido edificio. Hacinado y con escaso personal; algunos pacientes dormían hasta en los pasillos. Quienes lo visitaron coinciden unánimemente en que el ambiente del lugar era opresivo, con un ruido infernal, y pacientes deambulando sin rumbo fijo por todas partes. Sin embargo, Pound se recuperó rápidamente y no solo cooperó con el personal médico sino que hasta se ganó la simpatía de los demás pacientes. “No tengo problemas con los locos” – solía decir – “es a los estúpidos a los que no puedo soportar”. Para él St. Elisabeth resultó un lugar tan bueno como cualquier otro y, es más, hasta llegó a brindarle ciertas ventajas. Por primera vez en su vida se hallaba libre de problemas económicos, tenía cama y comida gratis mientras sus derechos de autor se acumulaban en el banco, podía jugar al ajedrez y al tenis, pasear por el parque, hablar hasta por los codos y, no en última instancia, tenía todo el tiempo del mundo para escribir lo que se le antojara.
Con el correr de los meses y los años consiguió que le asignaran una especie de habitación para él solo y su producción literaria llegó a ser más que notable. Escribió otros 25 Cantos, tradujo una obra de Confucio, trescientos antiguos poemas chinos, algunas páginas del diario de Mussolini y una tragedia de Sófocles. Produjo docenas de manifiestos y miles de cartas, todas sin firmar, no fuera cosa que alguien dudara de que una persona capaz de semejante producción estaba algo menos demente de lo que los doctores afirmaban que estaba. Entre quienes lo visitaron estuvo lo más selecto y granado del mundo literario norteamericano y varios centenares de jóvenes admiradores deseosos de escuchar la palabra del maestro.
Durante todo el tiempo que Pound estuvo en St. Elisabeth sus amigos no se resignaron a la situación y se mantuvieron activos. En 1948, James Laughlin, que lo había conocido en 1934 y vivido en su casa de Rapallo durante varios meses, publicó The Pisan Cantos, escritos durante el primer cautiverio de Pound en la cárcel militar norteamericana de Pisa. El hecho causó verdadera conmoción en el mundo literario norteamericano, dividiendo a admiradores y a detractores en una verdadera batalla campal de opiniones que no tardaron en volverse políticas. Y lo que sucedió después llevó el escándalo a límites insospechados.
Sucedió que buena parte de los amigos y admiradores de Pound eran miembros del Comité de Selección de la Librería del Congreso norteamericano, nombrados para adjudicar el entonces recientemente instituido Premio Bollingen que distinguiría el mejor libro de poesía norteamericana publicado el año anterior.
El primero en ganar dicho premio en 1949 fue Ezra Pound, precisamente por The Pisan Cantos. Los legisladores norteamericanos se encontraron en la ridícula situación de tener que otorgarle un premio a un poeta que solo tres años antes había estado a punto de ser condenado por traición y que en ese momento se hallaba encerrado en un manicomio. La situación se hizo tan insostenible que el Congreso de los EE.UU. tuvo que dar marcha atrás, declarar revocada la distinción y hasta renunciar a seguir concediendo el Premio Bollingen que, de allí en más, pasó a ser otorgado por la Universidad de Yale.
Pasaron los años y, después de que Pound cumpliera los 70, la situación se fue haciendo cada vez más insostenible. El problema, sin embargo, residía en que, mientras el Dr. Overholser enviara informes sobre él afirmando que seguía estando loco, Pound no podía abandonar St. Elisabeth. Pero, por otra parte, si lo declaraban curado lo que le esperaba con seguridad era otro juicio con final impredecible. Así las cosas, en 1957, dos viejos amigos de Ezra Pound, los poetas norteamericanos Robert Frost y Archibald McLeish, convencieron a la administración de Eisenhower de que no tenía ningún sentido mantener encerrado a un poeta septuagenario que, para colmo, empezaba a sonar como candidato al Premio Nobel de literatura. Y fue nuevamente el Dr. Overholser quien encontró la solución al dilema: presentó un documento en el cual declaraba a Pound “permanente e incurablemente insano” pero afirmando al mismo tiempo que no era peligroso y que mantenerlo en un hospital público representaba un gasto innecesario para los contribuyentes norteamericanos.
Eso funcionó. El 18 de Abril de 1958 la corte dejó caer la acusación de traición y el 7 de Mayo Ezra Pound abandonó el hospital. En su historia clínica la última anotación reza: “Condición al egreso: sin mejora.”
De alguna manera, era cierto: Pound no había “mejorado”; como que tampoco había cambiado. Después de una breve serie de visitas a sus amigos, se embarcó hacia Italia y al desembarcar en Nápoles, ante la pregunta de uno de los periodistas sobre cómo había soportado los 12 años de manicomio, respondió: “Todo Estados Unidos es un gran manicomio”… para despedirse luego de la gente de prensa con un elegante saludo fascista … Decididamente, no había “mejorado”.
Viviría 15 años más y fallecería el Día de Todos los Santos, un 1° de Noviembre de 1972 en Venecia.
Su salud fue desmejorando progresivamente pero mantuvo una mente que pocas veces le fallaba. Una de sus últimas apreciaciones fue que se había equivocado respecto del tema de la usura que tanto lo obsesionara. “Me equivoqué. No es la usura.” – cuentan que dijo – “Es la avaricia”.
Quizás volvió a equivocarse. Porque ni siquiera es la avaricia.
Es la codicia.
Pero no hagamos de ello una cuestión semántica. Los poetas tienen derecho a usar las palabras que prefieran.
notas:
1 A Lume Spento, es una obra intensamente impregnada por la idea de la muerte; nacida a la sombra del fallecimiento de William Brooke Smith que había muerto de tuberculosis poco antes y a quien la obra está dedicada: “A mi primer amigo William Brooke Smith: Pintor, Soñador de sueños”.
El título “A Lume Spento”, que Pound traduce como “With Tapers Quenched” proviene del libro III del “Purgatorio” de Dante. Se refiere a Manfredo, un personaje que, por haber sido excomulgado, fue enterrado con las velas apagadas, luego desenterrado y trasladado a las afueras de la ciudad, donde sus huesos son lavados por la lluvia y movidos por el viento.
La auto-edición de Pound fue de apenas 100 o 150 ejemplares de los cuales algunos se vendieron a 6 centavos y el resto fue enviado por Pound a amigos, a críticos y a mecenas literarios en Inglaterra y en los EE.UU. Hoy se estima que un ejemplar se cotiza entre U$S 45.000 y U$S 90.000. (Cf. http://www.bookride.com/2007/04/ezra-pounds-rarest-lume-spento-1908.html Consultado el 16/06/2012)
(Todas las nota son autoría del traductor Denes Martos)
2 Carlos Rangel, “Third World Ideology and Western Reality” (1986) pág. 15
3 Winston Churchill, carta a Mussolini después de realizar una visita a Roma en 1927
4 Simonetta Falasca-Zamponi, “Fascist Spectacle : The Aesthetics of Power in Mussolini’s Italy” (2000) pág. 53. – Cf. facsímil de la dedicatoria en http://www.textkritik.de/schriftundcharakter/sundc006freud.htm – Consultado el 16/06/2012)
5 Schivelbusch, Wolfgang, ‘’Three New Deals : Reflections on Roosevelt’s America, Mussolini’s Italy, and Hitler’s Germany, 1933-1939. Macmillan.
6 Schivelbusch, Wolfgang, Op. Cit. Metropolitan Books, 2006, pág. 31
7. Aparte de la agitación nacionalsocialista en Alemania, durante los primero años de la década de los 1920s Henry Ford – el industrial norteamericano, fundador de la fábrica automotriz del mismo nombre – publicó “El Judío Internacional” en EE.UU. Basado en una serie de artículos publicados originalmente en el diario The Dearborn Independent , el libro fue traducido a varios idiomas y circuló ampliamente por todo el mundo.
8 En Febrero de 1920 Winston Churchill escribió un artículo – raramente citado hoy en día – para el London Illustrated Sunday Herald titulado “Zionism Versus Bolshevism” (Sionismo versus Bolcheviquismo). En este artículo Churchill concluye diciendo que es “particularmente importante… que los judíos nacionales en todos los países, leales a su país de adopción, se hagan oír en todas las ocasiones… y tomen un papel destacado en cada medida tendiente a combatir la conspiración bolchevique.” Churchill traza una línea divisoria entre “judíos nacionales” y lo que denomina como “judíos internacionales”. Argumenta que los “judíos internacionales y en su mayor parte ateos” ciertamente desempeñaron un papel “muy grande” en la creación del bolcheviquismo y en la realización de la Revolución Rusa. (Cf. Antony Sutton, Wall Street y los Bolcheviques, Apéndice 2, http://www.laeditorialvirtual.com.ar/pages/sutton_anthony/wallstreet/WallStreet_13_A2.html – Consultado el 24 de Junio 2012)
9 Cf. Artículo de Jonathan P. Gill en “The Ezra Pound Encyclopedia”, Demetres P. Tryphonopoulos, Greenwood Press, 2005 págs. 117/116
10 Cf. http://en.wikipedia.org/wiki/File:Security_cages_where_Ezra_Pound_was_held,_Pisa,_Italy,_1945.JPG Consultado el 21/06/2012
PRÓLOGO
Ezra Loomis Pound, tal vez el escritor que más influyó en el desarrollo de la literatura inglesa en el siglo XX, nació en Hailey Idaho, Estados Unidos, en 1885. Murió, tras agitada vida, en Venecia, en la Italia que tanto amó en 1972.
El caso de Pound es, probablemente, el más típicamente ilustrativo de la crueldad de esta época desquiciada. De la peor de las crueldades. De la crueldad intelectual. Del odio al pensamiento; del desprecio por la Cultura. Odio y desprecio que generan el asesinato de García Lorca y el linchamiento legal de Ezra Pound. Linchamiento que se produjo, no en razón de sus escritos, sino de sus opiniones, verbalmente expresadas a través de las ondas de Radio Roma, en el transcurso de la última conflagración mundial.
Tras estudiar en la Universidad de Pennsylvania y en Hamilton College, amplió estudios en Europa, donde adquirió la convicción de que la poesía “es un oficio que requiere inteligencia activa”, iniciando sus actividades docentes y de descubridor de talentos. No recordamos otro escritor que haya dado el espaldarazo a tantas figuras importantes de la literatura como Ezra Pound. En efecto, como editor extranjero de la revista “Poetry” (Poesía), de Chicago, trajo a sus páginas a escritores de la talla de William Butler Yeats y Robert Frost y publicó el primer trabajo de Thomas Stearns Eliot. Gracias a su influencia, y contra el parecer de editores y marchantes, se publicaron “Retrato de un Artista adolescente” y, sobre todo, el famosísimo “Ulyses”, de James Joyce, así como “Tarr”, de Wyndham Lewis.
Pero no se detuvo ahí su labor en pro de la Literatura. Si ayudó a promocionarse a nuevos e indiscutibles valores, también fue notable su trabajo de revalorización de figuras y obras olvidadas; injustamente olvidadas por las “modas”, las tendencias o, simplemente, la trivial superficialidad humana. Así, escritores como Firdusi, Enrico Pea, Scarfoglio y otros italianos, o el francés Laforgue.
Fundó, junto a sus compatriotas Amy LoweIl, Doolittle y Fletcher, y los ingleses D.H. Lawrence, Aldington y Flint, el Movimiento Imaginista poético, surgido como una reacción contra las tradiciones excesivamente románticas y los acaramelamientos de la literatura clasicista victoriana. Ya en 1914, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, Pound escribió la primera Antología Imaginista.
Sus principales poemas son “Homenaje a Sexto Propercio”, en que describe el ocaso del Imperio Romano, y “Hugh Selwyn Mauberley”, en que, desde otro ángulo, habla de la decadencia del Imperio Británico. Pero su principal contribución al tesoro de la gran literatura la constituyen, sin duda alguna, sus “Cantos”. En ellos Pound, lo mismo que Joyce, demuestra cuán artificial, cuán “demodé” es la vieja separación entre verso y prosa. Diferenciación que puede admitirse en lo formal tan sólo, mas no en lo esencial. Partiendo de la Odisea, las Metamorfosis de Ovidio y la Divina Comedia, Pound lleva a cabo una auténtica cosmogonía, es decir, expresa su visión de la formación del Universo.
Los “Cantos”, en un total de 117, fueron iniciados en 1917 y terminados en 1968. Los “Cantos Pisanos”, publicados en 1948, fueron escritos en 1945 y 1946, cuando el poeta se hallaba en la cárcel ‑una cárcel norteamericana instalada en Italia- y le valieron el Premio Bollingen de Poesía. Hombre de cultura universal, Pound utiliza en sus “Cantos” los principales idiomas occidentales y el chino, que dominaba al igual que el árabe. Naturalmente predomina el inglés, el idioma materno del poeta, pero abundan las expresiones en provenzal, en griego, en latín, en francés, castellano, italiano muy especialmente; la razón estribaba, según Pound, en que en cada idioma se han expresado ideas, versos, sentencias, en forma tan redonda, tan definitiva, que ya no es posible mejorarlas, y sólo pueden repetirse tal como se concibieron en el idioma original, o en el idioma en que las “pensó” él. En tal sentido, los ”Cantos” constituyen una verdadera antología de todo lo que en Oriente y Occidente, sobre todo en Occidente, ha sido poesía, conocimiento y pensamiento.
Importantísima es también la labor de Ezra Pound como traductor. Se inició en esta tarea vertiendo al inglés moderno textos del Old English, o ”inglés viejo”, hablado por los isleños de los siglos VII a XI; luego dio a conocer en Occidente textos del japonés y del chino (“Cathay” y muy especialmente la Antología clásica definida por Confucio) y finalmente los “Poemas de Amor del Antiguo Egipto”. Su conocimiento del provenzal, para él la lengua poética por excelencia, era también profundísimo, y varios poemas de los “Cantos” están escritos en esa lengua romance.
No pueden, tampoco, omitirse sus “Cartas”, ni sus “Ensayos Literarios”, publicados en 1954, mientras estaba en una cárcel norteamericana.
Hemos dicho, y no será ocioso repetir, que la maligna crueldad y estupidez de la época se cebó en este hombre genial, en este auténtico ”fuera de serie” de la literatura contemporánea. El motivo político fueron sus “Conversaciones Radiofónicas” que hemos traducido al castellano. Los fallos de la política y la economía norteamericana en tiempos de Roosevelt hacen que Pound apoye teorías económicas y regímenes políticos que le hacen muy impopular entre la “intelligentzia” de su país, entendiendo por tal al círculo intelectual dominante e influyente, aunque no necesariamente a la auténtica élite del mismo. Escribe un opúsculo, “Jefferson y Mussolini”, laudatorio para ambos estadistas, pero que no agrada en su país, o a la aludida “intelligentzia” del mismo, y ello será un cargo más contra él.
Pound, tras haber vivido largo tiempo en París, se había instalado en Italia hacia 1930. Un hombre como él no pudo permanecer indiferente a los grandes problemas y a las grandes corrientes políticas de su tiempo. Ni el más cerril y sectario de los adversarios del poeta podrá pretender que éste se fue a vivir a Italia por razones ideológicas, sino artísticas, aunque es bien cierto que Mussolini le había seducido, sobre todo por el aspecto corporativista y antimaterialista de su doctrina político-económica. Y, por tal motivo, en 1939, hizo, por la radio de Roma, varias alocuciones, dirigidas a su pueblo, y a Inglaterra, en las que reclamaba la apertura de negociaciones de paz. Es más, en Diciembre de 1941, cuando los Estados Unidos entraron en guerra, trató de regresar a su país, pero no pudo lograrlo, y lo cierto es que los principales obstáculos a su proyecto procedieron, precisamente, de las propias autoridades norteamericanas. Exasperado por ello, reemprendió sus charlas radiofónicas, de inspiración tan pacifista como anti‑rooseveltiana. Para él, en sus charlas, la responsabilidad de la guerra fratricida entre pueblos blancos incumbía, prio153
ritariamente, a la Finanza, a lo que él llamaba la Usurocracia. Pero no estaba solo en tal apreciación.
Más bien podría decirse que se hallaba excelentemente acompañado. Por ejemplo, Sir. Frederick Soddy, un inglés que fue laureado con el Premio Nobel cuando tal galardón no estaba politizado como hogaño. Claro es que Soddy aludía discretamente a conceptos como ”Finanza” y “Usura”, mientras Pound citaba nombres y apellidos. Tal precisión habría de pagarla, él mismo, usurariamente.
Cuando las tropas americanas llegaron al norte de Italia, Ezra Pound fue hecho prisionero. Sin duda, ignoraba él los odios que su postura política había suscitado en los Estados Unidos. Como a menudo sucede en tales casos, sus compatriotas le trataron peor a él que a sus enemigos extranjeros. Es el sino de los “traidores”, pues siempre se es el ”traidor” de alguien y la adjudicación de tal estigma se la reserva, invariablemente, el vencedor. Pound no sólo fue internado, sino que incluso conoció el suplicio. Primero estuvo en una celda de castigo, en la oscuridad absoluta, a pan y agua. Luego, en una celda de condenado a muerte, antes de ser juzgado. Posteriormente fue encerrado en una jaula con barrotes de hierro y abandonado en medio del campo, a la intemperie: el populacho de los alrededores desfilaba ante él, insultándole y escupiéndole. Finalmente fue transferido a otra celda, donde, completamente aislado, pasó varios meses antes de ser enviado, en otra jaula, a los Estados Unidos.
Tras ser sometido a una parodia de proceso político, sus jueces le declararon mentalmente incapaz de ser juzgado, y ordenaron su reclusión en el hospital psiquiátrico de Saint Elizabeth, en Washington. Continuó escribiendo en prisión. Está claro que para cualquier persona dotada de un mínimo de sensibilidad y sentido común, el asilo psiquiátrico equivalía para el poeta a una prisión. Los adversarios de sus ideas políticas organizaron una violenta campaña para que no fuera puesto en libertad. Hubo que esperar hasta 1958, año en que, gracias a la intervención de varios escritores amigos, y muy especialmente de Ernest Hemingway, Pound fue autorizado, por fin, a abandonar el asilo. Su primera decisión al salir a la calle fue la de abandonar los Estados Unidos y regresar a Italia país que, por espacio de catorce años, había sido su patria adoptiva. Nada más llegar, declaró a la prensa que, por fin, estaba libre de un manicomio poblado por ciento ochenta millones de habitantes.
A continuación, trece de las charlas de Ezra Pound a través de los micrófonos de Radio Roma. Se observará que, a menudo la transmisión era interrumpida por motivos técnicos, con lo que ciertas frases, cortadas, quedaban sin sentido. Se indica, en la transcripción, con el signo ( … ) En todo caso, con o sin interrupciones, el lector podrá juzgar si el texto de tales charlas era merecedor de la histérica saña de que hicieron gala sus jueces y verdugos.
Joaquín Bochaca
EZRA POUND Y EL FASCISMO
Las conversaciones radiofónicas de Ezra Pound en Radio Roma, comenzaron, probablemente, entre abril y mayo de 1941142.
Desde hace tiempo, el poeta trata de colaborar activamente con los órganos de prensa y propaganda del régimen fascista, pero sin excesiva fortuna. Entre 1936 y 1938 algunos de sus escritos aparecen en “La Vida Italiana” de Giovanni Preziosi, la “Revista Monetaria” de Giuseppe Bevione, Francesco Spinedi y Furio Lenzi, así como en el ”British‑Italian Bulletin”, suplemento mensual de “Nuestra Italia”, órgano de los Fascios Italianos en las Islas Británicas. En 1939, Pound comienza una colaboración regular con el semanario literario “El Meridiano de Roma”143 de Cornelio De Marzio mientras, de vez en cuando, sus artículos son publicados en el “Diario de Génova” y en “Libro y Mosquete”144, órgano del G.U.F. de Milano.
Las grandes revistas y los más importantes diarios de Italia fascista no dan acogida a escritos de Pound, ni a escritos sobre Pound. La cultura oficial italiana, o no lo conoce, o lo conoce pero no lo estudia; o bien lo acoge como un fenómeno “per se”, que se puede observar, e incluso admirar, pero difícilmente comprender. El fascista Pound es, en suma, un cuerpo extraño en la Italia fascista; como el poeta Pound lo es en la poesía y en la cultura italiana.
Las razones son numerosas y complejas, pero no oscuras. En política, el “fascismo” de Pound tiene orígenes y objetivos diversos, sino del todo extraños, al fascismo de Mussolini o Gentile. Pound cree ver en el fascismo la realización, o mejor, el principio de la realización de sus ideas político‑económicas inspiradas por economistas heterodoxos, el inglés Clifford Hugh Douglas y el alemán Silvio Gesel145 que, en los regímenes fascista y “nazi”, no habían obtenido ninguna audiencia; ideas que están, sobre todo, ligadas a un filón de la experiencia moral-religiosa americana, que va desde Henry Adams hasta los “hippies”, sin desmentir a todos los movimientos mesiánicos y utópicos del Nuevo Mundo. La condena de la “usurocracia”, los anatemas lanzados contra bancos y banqueros, la oposición “oro‑trabajo” derivan, no de la cultura oficial americana, la que ha conducido a la sociedad de consumo y a la conversión del arte en una mercancía, sino de una cultura menor, paralela a la oficial, ora subterránea, ora emergiendo en la superficie. Esta cultura que, por otra parte, el mismo Pound intenta individualizar y definir a través de grupos de políticos, escritores, moralistas y economistas146 es de signo protestante, aunque herética con respecto al protestantismo dominante. No conduce al capitalismo, según la célebre fórmula de Weber, sino que se opone a él, o, por lo menos, a ciertas “degeneraciones” suyas, movimiento de nostalgia de un nuevo Edén147, de edificar o reedificar en el futuro.
En esta visión, la economía es expresión de la política, pero la política es, o mejor, debe ser, expresión de la moral. La usura, para esta línea cultural y para Pound, que se adhiere a ella, no solamente arruina a los estados, sino que corrompe a los hombres, y al Hombre. El equilibrio económico, pues, depende de la visión moral y tiene consecuencias en el campo moral.
No es un azar que los escritos económicos de Pound pertenecen más al género de los sermones que al de los análisis científicos. También cuando la ciencia, y seguimos refiriéndonos a la “no oficial”, sino a la “alternativa”, hace su aparición, el “tono” de la plática continúa siendo el terrorífico-edificante del predicador, con divagaciones proféticas148.
Es el infierno “secularizado”, es la guerra (“The War”), provocada por los malvados y destinada a los malvados, que rehúsan escuchar la Buena Nueva económico‑moral, que prepara el Mundo Nuevo, la Buena Vida (“the good life”). Y los profetas, secularizados también ellos, se llaman Chesterton, Santayana y Pound, naturalmente, poeta‑profeta, según una tradición consolidada, y que concuerda perfectamente con su función religiosa.
Religión, que quede bien claro, igualmente alternativa a la oficial, que no se reconoce tampoco como religión, pero que no por eso deja de serlo. En este sentido, Pound adhiere al más vasto movimiento de secularización de la religión, que embiste a la cultura de la primera mitad del Novecientos, tanto de derechas como de izquierdas. Descubierto que “Dios ha muerto”, según el grito‑sentencia de Nietzsche, los hombres han vuelto al politeísmo, redescubriendo los dioses y los evangelios en la política, transformada en un sustitutivo de la religión.
Para Pound, está claro, la política sustituye, subroga a la religión sólo en cuanto a expresión, junto con la economía, de la moral; pertenece también, en cierto modo, al arte. Pound es, sobre todo, un moralista; también su poesía tiene una finalidad didáctica y edificante, y a menudo tonos de predicador. Uno de sus grandes modelos es Dante, poeta civil y moral; el otro es Confucio. De éste escribe: “Ningún filósofo fue tan consciente como él de las bases éticas necesarias a la organización estatal”149. La ética, por consiguiente, viene antes que la política; más aún, es la base de la política. Y el arte tiene confines ambiguos, tanto con la una como con la otra. En su traducción del Ta Hsio, escribe: “La finalidad de esta edición es presentar un libro útil a aquél que trabaje en una oficina estatal; además, quisiera participar en la mejora intelectual: con la exposición, no sólo de una doctrina, sino también de un método”150. El arte, pues, representa doctrinas y elabora métodos; debe ser “útil” también en las oficinas estatales y promover “mejorías intelectuales”.
El artista, por tanto, no puede sustraerse al derecho‑deber de intervenir en las disputas políticas. Depositario de la moral, en la forma del arte, espera controlar que la política no viole a la moral; profeta, repleto de sabiduría, debe poner en guardia al pueblo (que es su Iglesia) ante los peligros e indicar, además, el futuro posible y feliz, los paraísos terrestres al alcance de la mano y de la voluntad.
Pound hace todo esto, en sus conversaciones radiofónicas, con la imprudencia, la temeridad, el fragmentarismo visionario del “loco”. Pero el poeta, tal como él lo entiende, en el mundo moderno, no puede ser nada más que “loco”, por cuanto “diferente”; y además, el “loco”, según la “vox populi”, es también el “tocado” por el Espíritu, que paga su arte profética con la pérdida de la técnica lógica que, por otra parte, es una de tantas técnicas para alcanzar la verdad, no la única y no la mejor.
Las conversaciones comenzaron, como ya he dicho, en la primera mitad del 41, cuando Pound lleva ya más de tres lustros residiendo en Italia; llegó a Rapallo, procedente de París, en Octubre de 1924151. Y es fascista, o filofascista desde hace casi tanto tiempo. En 1926 escribe: “Personalmente, tengo una buena opinión de Mussolini. Si lo comparamos con los tres últimos presidentes americanos, o con los primeros ministros ingleses, etcétera, el parangón es un insulto. Si los intelectuales no lo estiman, es porque no tienen la más mínima idea del “Estado” y del gobierno, y no tienen un gran sentido de los valores. Y, además, ¿qué intelectuales?”152.
No obstante, para poder hablar por la radio fascista debe sostener una verdadera lucha particular: en una carta del 57 aludirá a “dos años de insistencias e intrigas”153. Es cierto que su oferta no es aceptada de inmediato, ni suscita grandes entusiasmos. El S.I.M., consultado por el Ministerio de Cultura Popular, expresa sin rodeos “un parecer contrario hacia la oferta de colaboración”, insinuando que podría ser “motivada por segundas intenciones”154.
Pound, por su parte, pone dos condiciones: que no le sea pedido nada que repugne a su conciencia, o a sus deberes como ciudadano americano; y que se le permita “una libre expresión de su opinión en todo aquello en que él se halla cualificado para tenerla”155.
Y las transmisiones comenzaron, al ritmo de una cada tres días. Pound habla libremente, diez minutos cada vez, de todo y de todos. Afronta temas políticos, literarios y económicos: sobre todo económicos ya que se apercibe de que la ignorancia, en ese terreno, de la masa, permitirá a los timoneles del barco las maniobras más peligrosas y dramáticas. Los temas, más o menos, son aquellos de que se ocupará en “Tarjeta de Visita”, “Oro y Trabajo”, “América”, “Roosevelt y las causas de la guerra presente”, “Introducción a la naturaleza económica de los Estados Unidos” y “Orientaciones”, aparecidas todas en 1944156, y que trata en los periódicos en los que colabora.
El ataque a Pearl Harbour (7 de Diciembre de 1941) y la consiguiente entrada de los Estados Unidos en la guerra, turban violentamente el ánimo del poeta157. Pound interrumpe las transmisiones desde Radio Roma y se retira a Rapallo. Es un período difícil y oscuro. Ni siquiera hoy es posible reconstruir exactamente los acontecimientos de aquellos lejanos días. Parece que Pound quería salir de Italia y regresar a los Estados Unidos; pero, o bien se le rehúsa el pasaje del avión, o bien se le niega sin rodeos el visado158. Así, el 29 de Enero de 1942, reemprende las emisiones, precedidas, ahora, del siguiente comunicado: “Radio Roma, actuando de acuerdo con la política fascista de libertad intelectual y de la libre expresión de las opiniones por parte de quienes se hallan cualificados para ello, ha ofrecido al doctor Ezra Pound usar el micrófono dos veces por semana. Queda entendido que no le será pedido decir nada contrario a su conciencia o que sea incompatible con sus deberes de ciudadano de los Estados Unidos de América”159.
Y Pound continúa, “más violento”160 que antes. Aquel comunicado, para él, es la prueba de que no es un “traidor” quien habla, sino un americano, que quiere abrirle los ojos a América, ahorrarle una guerra que no es “su” guerra, denunciando las tramas de la usurocracia internacional.
Pero una segunda interrupción, por lo que parece, se produce entre Julio de 1942 y Marzo de 1943161. El 25 de Julio de 1943, pues, Pound habla por última vez en Radio Roma. Como de costumbre, empieza con el tradicional: “Habla Ezra Pound. Aquí la voz de Europa”. Después divaga: “Si estuviéramos en tiempos normales, escribiría cartas a unas pocas personas, ocho, diez, veinticuatro, sobre algo que cualquiera de vosotros podría llamar discusiones particulares”. Habla del Medioevo, de su edición de las poesías de Cavalcanti, de Avicena, de la Metafísica de Aristóteles, de la importancia de una terminología precisa. Lamenta, sobre todo, que la guerra impida las comunicaciones y dañe a la cultura. Se siente aislado, evidentemente, y advierte las ruinas espirituales, además de las materiales, producto de la gigantesca hoguera en la que arden pueblos y continentes.
Es la última emisión, pero Pound no lo sabe, desde luego; porque no se despide de sus radioyentes, no alude siquiera a la posibilidad de un adiós.
¿Cuántas fueron las conversaciones de Pound desde Radio Roma? Difícil decirlo. Las registradas y transcritas en América, incluyendo, no obstante, algunas réplicas, son ciento veinticinco162. Pero la lista es parcial ya que sólo tiene en cuenta el período comprendido entre el 7 de Diciembre de 1941 y el 25 de Julio de 1943. Otros mantienen que las conversaciones son en total más de ciento ochenta163. Las que ahora publicamos, por primera vez en España, son trece, pero seleccionadas entre las más significativas164.
Parece inútil subrayar su extrema importancia, tanto por lo que concierne a la comprensión de la obra del poeta como por el estudio en general de la cultura durante el fascismo y, en particular, de la vanguardia, El problema del lugar y de la función del vanguardista, naturalmente, implica también a Marinetti y los futuristas, Bragaglia y el teatro de los independientes, metafísicos, racionalistas, nonocentistas, herméticos, “salvajes”, etc. Pero no puede prescindir de quien ha sido uno de sus autores y maestros: Ezra Pound,
Claudio Quarantotto
Tusquets, Barcelona 1980; “Confucio”, Labor, Barcelona 1975; “Antología“, A. Corazón Editor, Madrid 1979; “El ABC de la lectura”, Ed. de la Flor, Buenos Aires 1977; “Escrito en Rapallo”, Ed. Swan, Madrid 1982; “Guía de la Kultura“, Felmar, Madrid 1976; “Introducción a Ezra Pound”, Barral, Barcelona; ”El Corte de la Poesía“, Ed. Joaquín Mortiz, México 1969; “Ezra Pound en primer plano”, Ed. Picazo, Barcelona, 1976; “El carácter de la escritura china como medio poético “, Alberto Corazón Ed., Madrid, ”Patria mía”, Tusquets, Barcelona 1971;
notas:
142. Niccolo Zapponi, “Ezra Pound y el Fascismo “, en Historia Contemporánea, sem. 1973, p. 463. Sobre E. P. vease el número especial de “La Destra” (noviembre‑diciembre 1972) dedicado al poeta, con escritos de Borges, Butor, De Rachewitz, Elliot, Hemingway, Joyce, Papini, etc.
143 Niccoló Zapponi, op. cit. p. 465.
144 Noel Stock “La Vida de Ezra Pound”, London Rutledge & Keegan Paul, Londres, 19 70, p. 384.
145 A ese sujeto, vease, sobre todo: Ezra Pound, “Trabajo y Usura“, Scheiwiller, Milano, II Ed., 1972; Ezra Pound, “Tarjeta de Visita”, Scheiwiller, Milano, 1974; Niccolo Zapponi, Op. cit.
146 Ezra Pound, “Tadeta de Visita” y ”Trabajo y Usura”, cit.
147 Mircea Eliade, “Paraíso y Utopía: geografía mítica y Escatología”, y “La Nostalgia de los Orígenes”, Gallimard, París, 1971; trad. italiana en “La Destra”, Octubre 19 72.
148 En las conversaciones radiofónicas, también el tono de la voz, según el testimonio de la hija, era de predicador: “Y parecía poseer dos voces; una furiosa, sardónica, a veces estridente y violenta para las charlas por la radio; otra calmosa, armoniosa, heroica para Homero…”(Mary de Rachewitz, “Discreciones”, Rusconi, Milano 1973 p. 190).
149 Ezra Pound: “Obras Selectas”, Mondadori, Milano, 1970, p.429.
150 Ezra Pound. “Obras Selectas”, cit. p. 429.
151 Noel Stock, op. cit. p. 256. 22
152 Mary de Rachewitz, op. cit. p. 160.
153 Noel Stock, op. cit. p. 390.
154 Niccolo Zapponi, op. cit. p. 463.
155 Número de “La Destra” cit. pp‑I 14‑5156
156 Ahora reeditadas en “Trabajo y Usura”, “Tarjeta de Visita“ y, en parte, en las “Obras Selectas” cit.
157 Mary de Rachewitz, op. cit. p. 192.
158 Mary de Rachewitz, op. cit. pp. 192‑3,‑ Noel Stock, op. cit. pp. 391‑3.
159 NoelStock, op. cit. p. 393.
160 Mary de Rachewitz, op. cit p. 193. 24
161 Niccoló Zapponi, op. cit. p. 464.
162 Ezra Pound, “Broadcasts in Federal Communications Transcripts of Short Wave Broadcasts”, Washington, 1941‑43; Niccoló Zapponi, op. cit. p. 464. Seis conversaciones han sido recuperadas por Olga Rudge entre las cartas de Pound; tres de ellas han sido publicadas en “Les Cahiers de l´Herne”, núm. 7, 1965.
163 William Levy, en “Ciertos Discursos de Radio de Ezra Pound”, Cold Turkey Press, Rotterdam 1975.
164 Otras obras de Pound traducidas al castellano hasta la fecha son: “Cantos Pisanos”, Ed. Joaquín Mortiz, México 1975; “Cathay“