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Diario de la cárcel – Corneliu Zelea Codreanu

112 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2015
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
Precio para Argentina: 110 pesos
Precio internacional: 11 euros

Estas notas, escritas en la cárcel de Jilava durante los meses que precedieron a su muerte, constituyen el mensaje póstumo de Cornelio Codreanu, Jefe y Capitán de la Legión Arcángel San Miguel, la famosa “Guardia de Hierro” rumana. En ellas se encuentra su retrato más íntimo, el de su alma heroica y sangrante.
La dura ascesis de la cárcel lleva al Jefe a profundizar en su interior el alcance de una lucha que no puede ser meramente política. El héroe de la juventud nacional va a ser también su profeta. En la meditación de estos días de encierro comienzan a modelarse en su alma los rasgos del místico y del santo, que conducirá a los suyos al combate bajo la custodia celeste del Arcángel San Miguel.
No hay que buscar en sus páginas un manifiesto político o un compendio de doctrina. Ella nos muestran el alma despojada y sangrante de un hombre y un Jefe que, al aproximarse al momento del sacrificio supremo, muestra hasta que punto el ideal defendido y proclamado se ha vuelto realidad encarnada en su propia persona.
De la cárcel ya sólo saldrá el Capitán para ser conducido a la muerte. Sin embargo, los escritos de Codreanu y las obras de historia y doctrina legionarias se editan hoy en todo el mundo y en todos los idiomas. Su figura trasciende la del conductor político, para proyectarse como síntesis ejemplar del santo, del místico y del héroe.
Él mismo testimonia la trascendencia de su mensaje cuando escribe: “De esta escuela legionaria saldrá un hombre nuevo, un hombre con las cualidades de héroe, un gigante de nuestra historia, que sepa combatir y vencer a todos los enemigos de nuestra Patria. Y su lucha y su victoria deberán extenderse aún más allá, sobre los enemigos invisibles, sobre las fuerzas del mal.”

ÍNDICE

La leyenda del Capitán 7
Introducción 9
A cien años del nacimiento de Cornelio Codreanu 23
Diario de la cárcel 31
El último discurso 79
Ion I. Motza 83
Testamento de Ion I. Motza 87
Carta-testamento dirigida a sus padres 87
Carta-testamento dirigida al Capitán 90
Cornelio Zelea Codreanu, Jefe de la Legión. 90
Carta de Ion Motza a sus padres 92
Carta de los legionarios rumanos del frente español 95
Carta de los legionarios rumanos del frente español 98
Carta-Testamento dirigida a los Legionarios 100
Encuentro con el Jefe de los Guardias de Hierro rumanos 103

La Leyenda del Capitán

Pasará medio siglo más y por los caminos de aquel país de ensueño se contará una leyenda nueva y grande. Una leyenda que en el año dos mil cuatrocientos comenzaría así:
Había una encrucijada en el camino a seguir, allá por los años mil novecientos… Envueltas en llamas las Iglesias de Oriente inclinaban sus campanarios inclinadas de pena. Igual que en el Apocalipsis, la gente endemoniada se reía con desprecio y escupía los altares. Su risa desenfrenada, la del ahorcado Judas Iscariote, atravesaba el siglo como una nueva religión.
Fue entonces cuando apareció en la rumana Jerusalén un hombre surgido de las sombras misteriosas del bosque.
Su abuelo había sido guardabosques en los montes de Bucovina. Era alto y delgado como el arce, rápido y flexible como una espada en la que vibra el acero de Damasco, signando cruces en el aire.
Su mano era hermosa y sus dedos de príncipe, pero su puño se hacía pesado como una roca, cuando apretaba con fuerza su pistola para vengar las injusticias.
Su frente era celestial y su corazón como el de un niño, dispuesto a llorar por los dolores de sus semejantes.
En sus ojos verdes como las aguas profundas, se daban la mano los aterciopelados verdes de la comarca de los Motzi con el país de los abedules y hayas de Bucovina y con el cielo de zafiro de los ríos de
Moldavia. Se reflejaba en ellos la sombra del frescor dulce y santo de los atrios de las pequeñas iglesias perdidas en las montañas, así como el hilo de plata de los senderos de los montes rumanos.
Este hombre bajado de las cumbres encarnó en su vida el espíritu rumano, con una belleza y una autenticidad profundas que marcaron su siglo.
Venció su escudo en el que figuraba el arcángel Miguel. Después de arrodillarse sobre las piedras de las Iglesias y haber padecido tormentos en las cárceles, después de heroicos sacrificios logró reunir entre sus brazos y bajo la luz de sus ojos la voluntad joven de la nación, abrién­dole el ancho cauce que ha corrido impetuoso a través de los siglos, hasta hoy…

IORDACHE NlCOARA

Introducción

Estas notas, escritas en la cárcel de Jilava durante los meses que precedieron a su muerte, constituyen el mensaje póstumo de Cornelio Codreanu, Jefe y Capitán de la Legión Arcángel San Miguel, la famosa “Guardia de Hierro” rumana.
¿Quién fue Cornelio Codreanu? ¿Qué vigencia tienen su doctrina y su figura para la actual juventud argentina, descono­cedora en su gran mayoría de los lazos culturales y espirituales que nos unen con la estirpe rumana, enclave latino en el mis­terioso mundo eslavo? ¿Cómo puede surgir su figura desde las tinieblas exteriores de una historia reciente, conocida casi ex­clusivamente a través de la versión oficial, impuesta por la propaganda y los dictámenes de los bárbaros vencedores de Europa, tras repartirse el dominio mundial en el cónclave de Yalta?
Para responder a estas preguntas hemos creído conveniente presentar la figura del Capitán en un breve esbozo biográfico. Su retrato más íntimo, el de su alma heroica y sangrante, lo descubrirá el lector en las páginas del “Diario”1
Cornelio Codreanu nace en Iasi (Rumania) el 13 de septiem­bre de 1899. El ejemplo de su padre, profesor Ion Codreanu, y las lecturas del historiador N. Iorga y del teórico nacionalista profesor Cuza, siembran en su alma joven las primeras semillas de lo que alguien definió “el patriotismo militante de las horas de crisis”.
Niño aún, acompaña el regimiento de su padre en el frente de la primera guerra mundial. Recibe la educación secundaria en el liceo Militar de Manastirea, que dejará en su carácter una impronta indeleble:
El orden, la disciplina y la jerarquía, impresos en tierna edad en mi sangre, junto con los sentimientos de dignidad militar, marcaron con su trazo rojo toda mi actividad del porvenir […]. Aquí he aprendido a amar las trincheras y a despreciar los salones2.
Su ingreso en la Facultad de Derecho, de Iasi, coincide con la caótica situación de postguerra. El comunismo triunfante en Rusia amenaza violentamente a Rumania desde su interior, mordiendo en las clases más pobres, víctimas de la miseria y de la explotación. Detrás del comunismo, por un lado, y de la crisis económica, por otro, se extiende el poder de una judería fuerte por su número y su agresividad.
Codreanu hace sus primeras armas en este terreno, junto al obrero Constantin Pancu, jefe de la Guardia de la Conciencia Nacional. Como Corridoni, en Italia, Pancu busca reunir en un solo haz el amor de Patria y la justicia social. Combatiendo a su lado escribe Codreanu:
Por mucha razón que puedan tener las clases obreras, no admitimos que se levanten más allá o contra las fronteras del país; nadie admitirá que para lograr tu pan destruyas o entregues a una nación extranjera de banqueros y usureros todo lo que ha acumulado el esfuerzo dos veces milenario de una raza de trabajadores heroicos. Tus derechos, dentro del cuadro de los derechos de la raza. No admitimos que por tu derecho rompas en pedazos el derecho histórico de la nación a que perteneces.
Pero tampoco admitimos que al socaire de las fórmulas tricolores se instale una clase oligárquica y tiránica sobre las espaldas de los trabajadores de todas las categorías y les arranque literalmente la piel, agitando continuamente las ideas de una Patria que no aman, de un Dios en el que no creen, de una Iglesia en la cual no entran nunca y de un Ejército al que lanzan a la guerra con las manos vacías3.
Este doble frente de combate sintetiza ya el programa po­lítico de Codreanu. Pero el movimiento que ha iniciado no se detendrá en el plano político, ni se encerrará en los estrechos límites de un programa. Como José Antonio, su gemelo espa­ñol, no cree Cornelio que ninguna cosa seria, decisiva, eterna, se haya hecho sobre la base de un programa4.
La lucha, comenzada en la calle, se traslada a la Universidad. Presidente del Centro de Derecho y luego de la Asociación de Estudiantes Cristianos, Codreanu irá adquiriendo un prestigio que pronto alcanzará dimensiones nacionales. Desde el movi­miento estudiantil dirige la lucha por el “numeras clausus”, ten­diente a rescatar la Universidad del dominio hebreo, y a devol­verle su esencia nacional y cristiana.
El combate universitario encuentra una amplia repercusión popular, indicio de un despertar del alma rumana. Para cana­lizar las nuevas energías que surgen se funda la Liga de Defensa Nacional Cristiana, bajo el impulso de Codreanu y la conduc­ción del profesor Cuza. La Liga llevará a todos los rincones de
Rumania la rebeldía nacida en el espíritu de los jóvenes estu­diantes.
En 1923, Codreanu es encarcelado por primera vez, con un grupo de jóvenes camaradas complotados para hacer justicia en los traidores y enemigos de la nación rumana. De esta es­tancia en la prisión de Vacaresti surge, como indestructible fraternidad, el núcleo que ha de convertirse en eje fundacional del Movimiento Legionario.
La dura ascesis de la cárcel lleva al Jefe a profundizar en su interior el alcance de una lucha que no puede ser meramente política. El héroe de la juventud nacional va a ser también su profeta. En la meditación de estos días de encierro comienzan a modelarse en su alma los rasgos del místico y del santo, que conducirá a los suyos al combate bajo la custodia celeste del Arcángel San Miguel. Muchos han hablado de que Codreanu experimentó una revelación o manifestación del Arcángel. Las propias palabras del Capitán parecerían indicarlo: • Jamás había sido atraído por la belleza de una imagen, pero me sentía ligado a ésta con toda el alma, y tenía la impresión de que el Arcángel estaba vivo. Desde entonces he empezado a amar la imagen. Cada vez que encontrábamos la iglesia abierta, entrábamos y nos arro­dillábamos ante ella, y el alma se nos llenaba de calma y alegría5.
De rodillas ante la imagen, en la capilla de la cárcel, se ofrece al Señor como víctima propiciatoria:
Señor, tomamos sobre nosotros todos los pecados de esta raza; acepta nuestros sufrimientos y haz que estos sufrimientos fructifiquen en días mejores para ella 6.
El Señor recibirá esta plegaria, aceptará el ofrecimiento y lo conducirá hasta el martirio. Los frutos de esta entrega generosa perduran hoy, pese a todo, como motivo de esperanza.
Obtenida la libertad, inicia Codreanu un experimento, que en años venideros extenderá a escala nacional: el de los campos de trabajo, cuya finalidad es doble:  1) La financiación del Movimiento, pues el Jefe rechazará siempre las subvenciones que comprometen y esclavizan, y no cree en la validez de una organización incapaz de ha­llar en su propio seno los recursos necesarios para su vida y desarrollo 7.
2) La educación de sus militantes por el trabajo y el sacrificio.
Ya se muestra aquí lo que ha de ser nota esencial y distintiva del Movimiento Legionario: su preocupación por el nacimiento de un hombre nuevo.
El país muere por falta de hombres, no por falta de programas […] Y por esto no debemos crear programas nuevos, sino hombres, hombres nuevos8.
Como si el régimen corrupto que somete la Patria rumana intuyera el peligro que nace y lo amenaza en sus raíces más profundas, la represión arrecia. Codreanu es nuevamente detenido, sus camaradas son torturados. Ya en libertad, inter­viene como abogado en el proceso a uno de los suyos. Es agre­dido en la misma sala por el jefe de los torturadores, el prefecto de policía Manciu, al que mata en legítima defensa. Codreanu retorna a la cárcel.
Saldrá absuelto del proceso, que se transforma en acusación contra los verdugos. El triunfal retorno a Iasi, durante el cual Codreanu es aclamado como triunfador por decenas de miles de rumanos, en su mayoría estudiantes y campesinos, señala el alto grado de popularidad que su figura ha alcanzado. Las masivas manifestaciones de simpatía se repetirán con motivo de su casamiento con Elena Illinoiu, cuando los novios son acompañados por 2.300 vehículos y una caravana de varios kilómetros. La lucha del joven estudiante ha hecho vibrar las fibras más íntimas de los corazones sanos de su Patria.
Pero todo este despertar debía ser canalizado de manera orgánica, y los responsables de ello no se muestran a la altura de su misión. El profesor Cuza, excelente teórico, no posee pasta de jefe. La Liga de Defensa Nacional Cristiana, tras algu­nos éxitos iniciales, no marcha como es debido. Los desaciertos de Cuza acabarán por dividirla, frustrando así las esperanzas de la Nación y dejando apagar la luz encendida por el combate juvenil.
Estas desgraciadas circunstancias son las que se presentan ante la vista de Codreanu a su regreso de Francia, donde había ido a completar sus estudios. La división del Movimiento Na­cional lo decide a comenzar de nuevo, habida cuenta de los errores cometidos, sobre bases diversas, por un camino original.
El 24 de junio de 1927 reúne al grupo de camaradas que com­partieron con él la prisión de Vacaresti y funda, bajo su jefatura, la Legión de San Miguel Arcángel.
Vengan a estas filas los que crean sin restricción. Queden fuera quienes tengan duda, reza la primera orden del día. Pues lo que reúne a este reducido y animoso núcleo juvenil no es ya la sola lucha universitaria, ni es tampoco un programa partidario. Es la Fe. Fe en Dios, fe en la misión trascendente del hombre y de la nación. Fe en la verdad intuida, más que en doctrina nacida del cálculo o del raciocinio.
No nos habíamos reunido porque pensásemos de la misma manera,
sino porque sentíamos de la misma manera; no teníamos el mismo modo de pensar, sino la misma estructura espiritual. No teníamos […] ni dinero ni programa, teníamos en cambio, a Dios en el alma, y El nos inspiraba la fuerza invencible de la fe9.
Codreanu será el Jefe, el Capitán del movimiento que nace. Su figura irá creciendo hasta transformarse en prototipo del ideal encarnado en una persona, en ejemplar del hombre nuevo, cuyo logro constituirá el eje de la idea legionaria A su alrededor se irá nucleando la juventud, cada vez más numerosa, acom­pañada por algunos viejos luchadores, preservados de la co­rrupción que genera la vida partidocrática. De la noble pureza, innata en los jóvenes idealistas, defendida por la dura ascesis y la lealtad en los ancianos militantes, surgirá la fuerza más pu­jante que haya conocido la nación rumana.
El carácter introductorio de estas líneas no nos permite describir en detalle la historia del Movimiento Legionario, desde su fundación hasta la muerte del Capitán. Esta historia es tan rica en ejemplos, heroísmo y sufrimiento, que todo intento de síntesis o selección corre el riesgo de mutilarla y empobrecerla. Sirva tanto lo dicho como lo que callamos para estimular la curiosidad del lector y despertar en él deseos de conocerla10.
Por mi parte he de confesar que cada vez que la releo me embarga la emoción y siento vibrar en mí las fibras de una profunda identidad espiritual. Vuelvo a ver al Capitán, con el traje regional, la cruz de Cristo sobre el pecho, cruzando a caballo los campos y las villas para anunciar a los campesinos
fervorosos la Resurrección de la Patria, empresa vacía de pro­mesas y repleta de exigencias de sacrificio.
Lo veo en el Parlamento -como José Antonio “diputado sin fe y sin respeto para con los mitos liberales”-, propiciando, solo contra todos, la pena máxima contra los asesinos de la estirpe.
Contemplo a aquellos que lo acompañan en la concreción de su sueño heroico:

  1. A las “Fraternidades de la Cruz”, estudiantes secundarios unidos en el juramento de la sangre.
  2. Los Campos de Trabajo, donde la reconstrucción material del país se une con el renacimiento espiritual de los voluntarios, mediante la dura fatiga y la luz que brota de las palabras con que el Capitán los anima.
  3. El Batallón de Comercio Legionario, donde el tráfico des­interesado revoluciona el concepto de la economía, liberándola de la sujeción espiritual al dinero.
  4. El “Nido”, estructura básica de la Legión que, más que «cé­lula», es una Familia, unidad de acción, de formación y de ple­garia.

Se presenta ante mi vista, finalmente, la “Escuadra de la Muerte”, núcleo de selección de aquéllos que han decidido vi­vir el ideal hasta la muerte, y lo testimonian recorriendo el país, cantando y rezando, ofreciendo el testimonio de su sola presen­cia, golpeados una y otra vez hasta perder el sentido, arrastrados por todos los calabozos y todas las cárceles de Rumania.
Imágenes todas tan extrañas para nuestro mundo prostitui­do por el culto del dinero, de la carne, de la materia. Imágenes diversas, pero unidas todas por idéntico motivo: el sufrimiento, la cruz, que constituyen el centro de la historia Legionaria. No en vano el distintivo del Movimiento (seis barras cruzadas) sim­boliza a un tiempo la cruz de Cristo y las rejas de la cárcel.
Cuando un pueblo es arrastrado por sus gobernantes a la co­rrupción, cuando el espíritu de una Nación es prostituido por la degradación de sus jefes y responsables, no queda para la reconquista otro camino que el de la cruz y el del martirio. Para las naciones, como para los hombres, el camino de la Resurreción debe pasar por el Calvario. Codreanu lo ha com­prendido. Por eso mide a sus hombres de acuerdo a “su capa­cidad de sufrimiento y de amor”. Sabe también que el Señor ha aceptado su ofrecimiento de Vacaresti. Este es, pues, el espíritu que anima las páginas de este “Diario”, en particular la meditación de la Pasión de Jesús y los párrafos donde descubre su hermandad espiritual con San Pablo, el Apóstol que deseaba completar en su cuerpo lo que falta a los sufrimientos redentores de Cristo.
Señorea la corrupción, en efecto, en la Rumania sometida a la tiranía de Carol II, rey venal, hipócrita, capaz de todas las traiciones, sensual sometido a los caprichos de su concubina hebrea, Elena Lupescu.
Y esta cúspide corrupta del Estado tenía que sentirse alar­mada por el resurgimiento espiritual de la Nación, causado por el tenaz avance de la Guardia y por el eco que va encontrando el testimonio personal del Capitán y de sus seguidores. Difícil­mente nos mostrará la historia una suma tal de fraude, violen­cia, mentira e injusticia como la empleada por Carol, con la complicidad de la prensa judaica y los partidos burgueses y masónicos, para detener la marcha de la Legión.
Pero todo ello será inútil. Como los primeros cristianos, los legionarios surgen fortalecidos de la persecución, y renacen de la tierra regada con la sangre de los caídos. El despertar Legio­nario de Rumania se manifiesta incluso en un terreno que es propio del adversario: el de los resultados electorales.
Entonces Carol, presionado por las logias y la sinagoga, y por su propia soberbia criminal, pierde la paciencia. Toma en sus manos la suma del poder, y nombra primer ministro al patriarca Mirón Cristea, que desempeñará a la perfección el papel de Caifas.
Somete a la justicia y disuelve todas las organizaciones po­líticas, medida esta que tiene un solo destinatario real: el Mo­vimiento Legionario.
Miles de legionarios llenan las cárceles. El Capitán rechazan­do la posibilidad del exilio romano, decide compartir la suerte de los suyos. El gran historiador y ex-nacionalista Nicola Iorga será el Judas de circunstancias. Acusa al Capitán de injurias, permitiendo así que éste sea encarcelado y condenado, en abril de 1938, a seis meses de prisión.
La trampa ya se ha cerrado sobre la víctima elegida. El se­gundo golpe lo asestará la justicia, sometida a los mandatos del rey. En un juicio infame, Codreanu es acusado de traición y .condenado nuevamente, ahora a diez años, a pesar de que la precaria defensa permitida a conseguido refutar todos los car­gos y desenmascarado la falsedad de las pruebas.
Durante esta última prisión, en la cárcel de Jilava (cuyo nombre, que significa “humedad”, habla bien claro de las con­diciones de detención), escribió el Capitán el diario que hoy publicamos en su tercer edición castellana (11).
No hay que buscar en sus páginas un manifiesto político o un compendio de doctrina. Ella nos muestran el alma despo­jada y sangrante de un hombre y un Jefe que, al aproximarse al momento del sacrificio supremo, muestra hasta que punto el ideal defendido y proclamado se ha vuelto realidad encarna­da en su propia persona.
De la cárcel ya sólo saldrá el Capitán para ser conducido a la muerte.
En la noche del 29 al 30 de noviembre de 1938, con el pre­texto de un traslado, agentes personales del rey lo conducirán a la foresta de Tancabesti, en las cercanías de Bucarest. Allí será estrangulado, en compañía de otros trece legionarios. Los verdugos dispararán luego sobre sus cuerpos, para fraguar un intento de fuga, que será anunciado por el comunicado oficial. Así el rey, traidor y corrompido, agente de los poderes ocultos, creerá haber acabado con la Legión del Arcángel San Miguel.
Más de sesenta años han transcurrido desde aquellos suce­sos, y podemos afirmar que Cornelio Codreanu no ha muerto, sin temor de incurrir en figuras retóricas. El Movimiento Legio­nario -seis meses en el poder, casi setenta años bajo la perse­cución— sigue vivo en el exilio y en el silencio de una Rumania sometida hoy a la esclavitud marxista, pero que no ha perdido la esperanza por la que el Capitán combatía en su prisión de Jilava.
Los escritos de Codreanu y las obras de historia y doctrina legionarias se editan hoy en todo el mundo, en rumano, ale­mán, inglés, francés, italiano, español y portugués. A su alrede­dor vuelve a despertarse el interés de un amplio círculo de lectores, especialmente jóvenes, que se acercan a ellas no con mero espíritu de curiosidad histórica, sino para descubrir allí la luz que ilumina una idéntica estructura espiritual y militante.
Pensamos que este fenómeno debe atribuirse a las caracte­rísticas propias del Movimiento Legionario, que lo destacan con caracteres excepcionales en el variado espectro de los movimientos nacionales surgidos en Europa entre las dos guerras mundiales.
Fue una situación de grave crisis (decadencia de las demo­cracias burguesas, avance amenazador de la revolución comu­nista) lo que dio origen a estos movimientos. Su denominador común -más allá de diferencias a veces muy notables- fue el de una reacción contra el caos, lo que permite a Bardéche de­nominarlos “movimientos de salvación pública”.
Pero esta reacción —cuyos sostenes ideológicos van desde el conservatismo católico o monárquico hasta los socialismos nacionales de inspiración más o menos pagana— fue, por lo general, parcial. Es decir, cerrada dentro de los límites de un plano determinado, político, económico, cultural tal vez.
Sólo Codreanu -aunque en esto lo acompañe en parte la intuición genial de José Antonio— fue capaz de captar las raíces profundas del desorden y las exigencias radicales del remedio. Por eso su figura trasciende la del conductor político, para proyectarse como síntesis ejemplar del santo, del místico y del héroe.
Por ello también el Movimiento Legionario no es un par­tido —en absoluto-, ni siquiera un Movimiento “político” —en la acepción más o menos restringida del término—. Creemos que sería exacto definirlo como una Orden a la vez religiosa y militar —en la más noble acepción de estas pala­bras— que procura la transformación revolucionaria, o el re­emplazo total de una sociedad en crisis mediante la instau­ración de un orden nuevo.
Pero la plasmación de este orden nuevo no lo obtendrá me­diante un mero cambio de estructuras externas (sociales, po­líticas o económicas), sino a través de la interior conversión de sus militantes, por un estilo de vida que ha de configurar el hombre nuevo —no en el sentido utópico del marxismo, sino dentro de la concepción paulina y cristiana 12.
Este hombre nuevo nacerá del trabajo y del combate, del su­frimiento y del sacrificio. Oigamos las palabras con que el pro­pio Codreanu se refiere a este hombre, que era ya en él una concreta realidad:
La piedra angular de la que parte la Legión es, no el programa político, sino el hombre; la reforma del hombre, no la reforma de los programas políticos. La Legión del Arcángel San Miguel será, por consiguiente, más una escuela y un ejército que un partido político.
[…] Un hombre en el cual se encuentren desarrolladas al máximo todas las posibilidades de grandeza humana sembradas por Dios en la sangre de nuestra raza […].
De esta escuela legionaria saldrá un hombre nuevo, un hombre con las cualidades de héroe, un gigante de nuestra historia, que sepa com­batir y vencer a todos los enemigos de nuestra Patria. Y su lucha y su victoria deberán extenderse aún más allá, sobre los enemigos invisibles, sobre las fuerzas del mal 13.
Subrayamos esta última frase, claro indicio de la visión tras­cendente que el Capitán posee acerca del combate empeñado. El mal no se agota en las formas externas de un sistema político falso o injusto: esta en el interior del hombre y tiene raíces en el orden sobrehumano del espíritu. Por ello sólo tiene sentido una lucha que abarque toda la complejidad de estos distintos aspectos. Codreanu es consciente de ello, y nos lo reitera desde las páginas de este Diario:
La característica de nuestro tiempo es que nos ocupamos de la lucha entre nosotros y otros hombres, no de la lucha entre los mandatos del Espíritu Santo y los apetitos de nuestra naturaleza terrena.
Nos preocupan y nos complacen las victorias sobre los hombres, no la victoria contra el diablo y el pecado.
Todos los grandes hombres del mundo de ayer y de hoy […] se han afanado especialmente por las luchas y triunfos exteriores. El Movi­miento Legionario forma excepción, ocupándose también, aunque insuficientemente, de la victoria cristiana en el hombre, con vistas a su salvación.
La responsabilidad de un jefe es muy grande. El no debe deleitar los ojos de sus ejércitos con victorias terrenales, dejándolos al mismo tiempo impreparados para la lucha decisiva, de la cual el alma de cada uno se puede coronar con la victoria de la eternidad, o con la derrota eterna 14.
Esta perspectiva trascendente del combate terreno, se ve iluminada con mayor fuerza aún por la afirmación de que la resurrección de los muertos es el fin más alto y sublime que puede tener una raza, la cual, por consiguiente, es una entidad que prolonga su vida más allá de la tierra. A la estirpe rumana como a cualquier otra raza del mundo, Dios le ha dado una misión, Dios le ha señalado un destino histórico. La primera ley que una raza debe seguir es la de caminar sobre la línea de este destino, comprender la misión que le ha sido confiada 15.
Corneliu Codreanu intuyó esta misión y consagró su vida para que su Patria fuera fiel al destino histórico que Dios le señalaba. Consciente de que la empresa superaba las fuerzas humanas, la confió a la custodia militante del Arcángel Miguel, guerrero victorioso de las fuerzas del mal. Por ello, y porque creemos que el martirio es generador de misteriosas potencias, capaces de cambiar el rumbo de la historia, afirmamos viva y válida la esperanza del Capitán en un mundo donde las tinie­blas parecen ganar terreno cada día.

Alberto Ezcurra

A Cien años del Nacimiento De 
CORNELIO CODREANU

No será fácil entender a este libro y a su autor con las categorías corrientes; menos aún, si alguien se acerca a sus páginas creyendo que se trata de un alegato ideológico, de aquellos a los que se nos tiene acostumbrados, desde un lado y del otro del horizonte partidocrático.
Ante todo, porque es el testimonio final de un hombre en­tera y completamente fiel. Y no es sencillo hoy, en un mundo de traiciones y de traidores consumados, inteligir el mensaje rotundo de la lealtad sin medida.
Cornelio Codreanu nació hace 100 años, en una aldea de Rumania. Esa tierra que Agustín de Foxá llamó “centinela del Este”1 y que, al decir de Pío XII, llevaba en su estirpe el espíritu de las dos Romas, la imperial y la católica2. De ambas raíces supo ser hombre fiel desde el principio, velando por ellas, pre­cisamente con la actitud de centinela.
Fiel en su niñez, con remembranzas de bosques seculares, durante la cual quiso acompañar a la guerra a su padre, por el honor de conocer tempranamente el combate por la patria.
Fiel en su juventud, enrolado en la Escuela Militar, de la que egresaría con un convencimiento y una calificación prefiguradora en su foja de servicios. El convencimiento de que la vida merece vivirse antes en las trincheras que en los salones, y la calificación de sus superiores que concluían diciendo: “será un buen comandante”3
Fiel en la vida universitaria, cuando según Horia Sima, com­prendió el llamado salvador del nacionalismo, que ya comen­zaba a rescatar a Europa, y se lanzó a la lucha contra los “gorros rojos de los estudiantes comunistas”4.
Fiel en su militancia, dentro de la Legión de San Miguel Arcángel primero, y en la legendaria Guardia de Hierro después, cuya jefatura ejerció con una actitud de servicio tan admirable como su bravura. El “ademán intrépido, el coraje indómito, la fe ili­mitada”, así lo retrataba el General Antonescu5.
Fiel en sus principios y en sus amores, que eran tanto los altares como los hogares, los campesinos y los labriegos, los guerreros y los caballeros andantes, las glorias de la raza y el honor de la bandera, la Cruz evangelizadora y la soberanía nacional plena, sin extranjerías del alma y del cuerpo que vol­vieran vasalla a la tierra. Todo en su persona, lo describía Evola, “da inmediatamente una impresión de nobleza, de fuerza y de lealtad”6.
Fiel a su bautismo católico, aún en la soledad y en el aban­dono con que lo destrataron ciertos pastores medrosos. El res­pondía a los impíos con su devoción genuina y austera, a los pusilánimes con fortaleza, a los deicidas con la proclamación marcial de la reyecía de Jesucristo, a los hijos de las tinieblas con la luz de los campanarios y de las cumbres, a los derrotados con juramentos de victoria y canciones de júbilo, y a los enemigos de Dios y de Rumania con los puños crispados y la mirada amenazante. Su figura -tergiversada u omitida por “la actitud irresponsable de la gran prensa internacional […] acaparada por las oficinas de la conspiración comunista”7— nada tiene que ver con el terrorismo, pero sí con la guerra justa, librada del modo más frontal y más límpido que pudiera concebirse8.
Fiel a sus camaradas y amigos, a sus subalternos y a sus pares, a sus padres y parientes, a su esposa y a sus hijos, a quie­nes llevó en su corazón hasta el instante final de la muerte már­tir. Ion Motza, familiar, camarada y amigo, se lo reconoció con orgullo en vísperas de su propio y heroico tránsito: “Soy feliz, con la satisfacción de que he sido capaz de sentir tu llamada, de comprenderte y de servirte […] Me muero lleno de bríos por Cristo y la Legión […] Haz, Cornelio, de nuestra patria, una tierra hermosa como el sol, poderosa y obediente a Dios”9.
Pero Codreanu —este varón de compromisos eternos sella­dos con la propia sangre, se torna más inteligible aún, cuando se analiza su dedicación a la política. Acaso porque la política no es ahora otra cosa que recuentos electoralistas, ardides le­guleyos, internas partidarias, negociados mezquinos y floración de mediocres infatuados.
Para el Capitán era abnegación y sacrificio, asistencia y cui­dado del bien común, formación del hombre interior, perfec­cionamiento moral, reparación y restitución de la justicia, ejercitación de las virtudes. Era una ascesis; una vía de elevación física y metafísica que, en tanto tal, debía regir el destino y la misión de los pueblos. “Un esfuerzo contra el mal; el que está dentro de la persona y el que habita dentro de las sociedades; un esfuerzo para conseguir la perfección y la purificación”10. Era, en síntesis, el anhelo tenso y fervoroso de restaurar la Cris­tiandad. Por eso arengaba a sus legionarios, aclarándoles: “Mar­char sin Fe no podemos, porque la Fe es la que nos ha dado todo en nuestro empuje en la lucha […] Vengan a estas filas quienes crean sin restricción. Queden fuera quienes tengan duda”11.
En tamaña perspectiva, que auna concordemente lo natural y lo sobrenatural, las demandas del suelo y las esperanzas ce­lestes, no sorprende que los puntos esenciales exigidos a los patriotas lanzados al rescate de Rumania, fuesen cuatro: Fe en Dios, Confianza en la Misión, Amor a los Camaradas, y el Canto; esto es, cultivo de la actitud poética y lírica, hímnica y marcial. Como no sorprende entonces, que las leyes funda­mentales llamadas a regir la vida de los militantes y la acción rehabilitadora de la comunidad toda, fuesen las leyes de la disciplina y del trabajo, del silencio y de la educación, de la solidaridad y del viva, bordada con peripecias y prisiones, con adversidades aceptadas alegre y coherentemente.
En su Manual del Jefe, se vale de una alegoría para expresarlo. El legionario dispuesto al buen combate debe estar preparado a pasar por el monte del sufrimiento, por la selva de las fieras salvajes, por el pantano del desaliento. Sólo así será simillitudo Dei; del Dios Verdadero que fue crucificado y que resucitó victorioso. Sólo así, en la molienda, dará frutos, como el grano de trigo del que nos habla el Evangelio. Sólo así, “al final del difícil sendero de las tres pruebas, empieza la obra bella, la obra bendita para construir los fundamentos de la Nueva Rumania”12.
Era fatalmente previsible que una personalidad de esta talla, de tamañas ideas y de congruencia probada entre las mismas y el modo de vida libremente aceptado, suscitara los odios de liberales y marxistas, y de los tenebrosos conjurados que tras ellos se mueven. Esa conjura maldita, lo encerró una noche de abril de 1938, en la inhumana cárcel de Jilava. Y después de varios meses de vejaciones, para él, sus familiares y camaradas, decidió estrangularlo por la espalda, “sin malgastar tiempo en formalidades”, como se ufanó el diario judío Israel, de El Cairo, en su edición del 5 de enero de 1939.
Pero allí, en la cárcel, bajo circunstancias que a otros hubie­ran aniquilado moralmente, el Capitán redacta este diario que ahora presentamos. Y que es un manifiesto hermoso de la virtud teologal de la esperanza; un testamento del decoro y de la piedad, del irrenunciable objetivo de rescatar a la patria cautiva. Son páginas escritas con dolores lacerantes, del alma y del cuerpo; en las cuales está entero el temple del prisionero. No hay odios ni resentimientos en sus palabras, no hay promesas de desquite ni injurias para sus verdugos. No hay desplan­tes, bravatas, rencores o lamentos. Hay oraciones y plegarias, celebración solitaria y silente de la Pascua, lecturas de los Sal­mos, recuerdos para los que sufren, consignas para continuar con la batalla. Hay un genuino experimentum crucis, vivido y ofrecido lúcidamente, cada día. Por eso, siempre nos ha pare­cido —y estamos pesando y pensando esta afirmación— que la figura de Codreanu pertenece más al ámbito de la hagiografía que al de la historia de las ideas políticas. Su arquetipicidad congrega lo santo y lo heroico, lo poético y lo profético, lo martirial en grado estricto e inequívoco. Vivió y murió como un soldado de Cristo.
Ante su vida y su muerte ejemplares, quede nuestra admi­ración sin reparos, nuestro propósito de emulación; nuestro homenaje católico, nacionalista y argentino:

Cuando Europa regrese a sus raíces       
vestida con antiguas cicatrices
como en el alba de su edad primera.
Y suba por los montes solitarios
una estirpe imperial de legionarios.
Su muerte, Capitán, será bandera.
Cuando el Tabor se crispe refulgente
anunciando el origen de Occidente 
-la razón teologal de toda historia-
0 se repita el gesto de Betania
al contemplar el cielo de Rumania. 
Su vida, Capitán, será victoria.

Cuando arome el incienso y el laurel
la imagen del Arcángel San Miguel
alzada en cada altar y en cada mesa. 

Habrá un canto de amor por los caídos
presentes en el rezo de los nidos.
Su nombre, Capitán, será promesa.
Cuando el honor conduzca a las naciones
hacia el rumbo que marcan sus pendones
estampados en Cruz por estandarte 
la ley del sacrificio y del trabajo
regirá inapelable como un tajo. 

Su ejemplo, Capitán, será baluarte.

Cuando su sangre que brotó en martirio
fecunde de la raza un nuevo lirio
y la luz del dolor se haga visible. 
Cuando doblen campanas en los templos
celebrando el valor de sus ejemplos. 
La Legión, Capitán, será invencible.

Antonio Caponnetto
Buenos Aires, 13 de septiembre de 1999. 
Centenario del nacimiento de Codreanu